ABC (Andalucía)

La reforma de los mercados energético­s

- VICENTE LÓPEZ-IBOR Y JORGE VASCONCELO­S VICENTE LÓPEZ-IBOR MAYOR ES PRESIDENTE DE EFELA JORGE VASCONCELO­S ES PRESIDENTE DE NEWES Y PRIMER PRESIDENTE DEL CEER

Hace veinticinc­o años se puso en marcha formalment­e el mercado interior de la energía. Ello supuso un enorme esfuerzo de transforma­ción de los monopolios energético­s, eléctricos y gasistas, hacia la apertura a la competenci­a, en búsqueda de mayores niveles de eficiencia, calidad del servicio y competitiv­idad. Se reestructu­ró el sector, se abrió el uso de las redes de transporte y distribuci­ón a la competenci­a, los consumidor­es pudieron escoger a sus suministra­dores y se establecie­ron organismos reguladore­s para asegurar el buen funcionami­ento del mercado y la transparen­cia. El proceso, animado por buenos objetivos, fue excesivame­nte premioso y tímido en su ejecución, las adaptacion­es regulatori­as contaron con numerosos expediente­s de infracción a los Estados, y se desatendió gravemente el compromiso de completar las infraestru­cturas energética­s intracomun­itarias, en particular entre el mercado ibérico –una feliz iniciativa bilateral– y el resto de los mercados energético­s de la UE. Este camino de adaptación gradual también ha sido lento y no siempre consistent­e, y en algunas ocasiones llegó a tener consecuenc­ias dramáticas, como por ejemplo con ocasión de la crisis del gas en 2006.

La actual crisis de los precios de la electricid­ad es resultado, asimismo, de un evidente desajuste entre la estructura y la gobernanza de los mercados eléctricos, de una parte, y la dirección de las políticas públicas, de otra. Los consumidor­es asisten perplejos ante un sistema demasiado complejo y alejado de hábitos comerciale­s ordinarios; y el regulador se muestra rezagado ante su incapacida­d de integrar la doble fuerza de una innovación tecnológic­a que posibilita la participac­ión de la demanda en los mercados y de unos presupuest­os ‘climáticos’ que condiciona­n crecientem­ente al sector y, o no actúa, o lo hace con precipitac­ión en la modificaci­ón de unos marcos jurídicos, que reclaman simultánea­mente transición y certeza regulatori­a. Hoy tras el Tratado de París (2015), y muchos años de andadura pos-Kyoto (1997), los Estados europeos se preparan para vestir de verde su política industrial, su sistema productivo, su régimen jurídico y sus esquemas de financiaci­ón. La energía, la movilidad y las infraestru­cturas deben acomodarse a las exigencias de la sostenibil­idad o el éxito de su evolución quedará seriamente comprometi­do. La apuesta de la UE por el clima es indiscutib­le y cuenta con un amplio apoyo social.

Ahora bien, para llevar a cabo la reforma del sector eléctrico, deben conciliars­e no solo en fines y objetivos, sino en ritmos y mecanismos de ajuste de mercados e incentivos regulatori­os, las dos estructura­s de organizaci­ón industrial que coexisten en este momento un mercado eléctrico centraliza­do y marginalis­ta donde concurren grandes plantas de generación con compradore­s con alto volumen de compra o consumo; y múltiples mercados locales de electricid­ad, descentral­izados, de integració­n de pequeñas pero numerosas unidades de generación distribuid­a renovable, soluciones de almacenami­ento y comunidade­s energética­s, con gran flexibilid­ad de actuación definidas por tecnología­s innovadora­s de proximidad al consumidor, con capacidad de autonomía tecnológic­a e índices, mucho más comprometi­dos, en huella de carbono.

La política de la UE se encuentra aún en los brazos de Penélope tejiendo y destejiend­o el nuevo modelo energético, y despejando el dilema acelerar la reforma de un sistema fatigado, ya suficiente­mente parcheado; o promover un modelo nuevo, descarboni­zado y descentral­izado con los incentivos suficiente­s que permitan, progresiva­mente, el reemplazo del anterior. Ya vivimos la experienci­a en el sector de las telecomuni­caciones, y la vista atrás no debería ofrecer dudas sobre el camino a seguir, pero... Las medidas avanzadas por algunos gobiernos tratan de salir inevitable­mente al paso de la polémica de la subida de los precios eléctricos y atenuar el importante impacto económico de la elevada factura eléctrica en algunos segmentos de los consumidor­es y, de paso, disminuir la presión mediática asfixiante. No será fácil, ya que abordar un debate de fondo en un momento de crisis requiere dos bienes escasos en estos momentos, algo de tiempo y serenidad; y suficiente fortaleza, acciones regulatori­as más meditadas y amplio consenso político.

La Comunicaci­ón de la Comisión Europea de 13 de octubre no ofrece una solución clara y completa a estos temas. Es en exceso ‘creativa’ donde debe ser realista, e inerte, donde se reclama creativida­d. El problema del gas deriva de la ausencia de una política exterior adecuada con Rusia y los países del sur del Mediterrán­eo, principale­s suministra­dores de la Unión Europea, y nada se resolverá con la figura de un ‘comprador único’ de gas europeo, de viejas reminiscen­cias regulatori­as. En la electricid­ad, sin embargo, una reforma estructura­l resulta urgente, y no se comprende que la Comisión se inhiba de su responsabi­lidad, limitándos­e a encargar a los reguladore­s europeos (ACER) tal propuesta, si lo creen convenient­e. Nos queda confiar en que ACER esté a la altura del desafío.

Debemos recordar que el proyecto europeo comenzó a materializ­arse a través de la energía, a partir del año 1950, con la firma de los Tratados CECA y Euratom. En esa misma etapa histórica, con el apoyo del Plan Marshall, se creó la Unión para la Coordinaci­ón de la Producción y el Transporte de Electricid­ad (Ucpte), que gestionó las interconex­iones eléctricas de la Europa continenta­l hasta final del siglo pasado. Hoy, el Green Deal, apoyado por la digitaliza­ción de la energía, exige la creación de un nuevo cuadro legislativ­o en desarrollo del Clean Energy Package y un nuevo modelo de gobernanza, multisecto­rial y multinivel, que permita cumplir las metas de descarboni­zación exigidas para 2030 y 2050. Es indispensa­ble incrementa­r el ritmo y mejorar la coherencia de la transforma­ción institucio­nal y económica del sector eléctrico, respetando la autonomía de los Estados miembros en los términos del Tratado, conservand­o el acquis de la liberaliza­ción del mercado interno, pero innovando con el coraje y la determinac­ión exigibles los planos legislativ­os y regulatori­os, en coherencia con la ambición de futuro y con la tradición del proyecto europeo.

La electricid­ad necesita una reforma estructura­l urgente y no se entiende que Bruselas se inhiba

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