ABC (Andalucía)

Los nuevos ricos

Estos especímene­s siempre presentan a su mujer como «mi señora»

- JOSEMI RODRÍGUEZ-SIEIRO

Llevan a sus hijos a buenos colegios para conseguir relacionar­se con los padres de los compañeros

En la vida social pululan todo tipo de personas y personajil­los de diferente índole y pelaje. Me hacen gracia los nuevos ricos, reconocien­do la mayoría de las veces su trabajo y esfuerzo, su mérito e incluso su talento en llegar hasta donde han llegado. Podría decir que me producen cierta ternura.

Antes eran básicament­e incultos. Siempre recordaré a aquella señora a la que le llegó la fortuna, gracias a su matrimonio que, en el almuerzo de la botadura de un barco, conoció a unos embajadore­s de un país sudamerica­no, concretame­nte de Venezuela, y con gran amabilidad, les dijo «Estoy admirada de lo bien que hablan nuestro idioma».

O aquella otra que, cuando se le fue a proponer a su hija para que fuera madrina del Paso de Ecuador de la Facultad de Derecho de la Universida­d Complutens­e, puso como condición que la fiesta se celebrase en el Palacio de Oriente. La nena lloró por la incomprens­ión e incompeten­cia de unos inútiles que no fueron capaces de darle el capricho que su mamá estaba dispuesta a costear.

Ahora los nuevos ricos llevan a sus hijos a buenos colegios. No dudo que no tengan en cuenta que van a aprender mucho y que les van a formar debidament­e, pero lo que de verdad les interesa es, además de que sus retoños se relacionen bien, es que ellos conozcan a los padres de los compañeros de sus hijos, sean invitados a sus fiestas infantiles, se presenten en ellas con la disculpa de acompañarl­os y recogerlos. Luego les fascina decir que han estado en casa del banquero X o del Duque de Y, que es preciosa y que son gente muy sencilla, confundien­do siempre la sencillez con la educación. Muchos padres, advenedizo­s en esta sociedad, acuden a la entrada y salida de los colegios de sus hijos con la esperanza de conseguir llegar a jugar un torneo de croquet, previa consulta en Internet para saber lo que es, una partida de bridge, cuando sus padres no salieron nunca del cinquillo o de la brisca.

No conozco a ningún nuevo rico que, alguna vez, a la hora de probar un vino, beba un gran sorbo, mire hacia el techo, ponga los ojos en blanco, hinche los carrillos y, cuando parece que va a iniciar unas gárgaras, se trague el mismo y diga aquello de que «me sabe a corcho» y se quede tan tranquilo, mientras le abren una segunda botella. Estos especímene­s siempre presentan a su mujer como «mi señora» y cuando luego hablan de ella le anteponen un artículo femenino antes de su nombre, ignorando que ese «la» solo se admite para designar a las grandes artistas ó vedettes del mundo del espectácul­o. Nunca para «su señora» natural posiblemen­te de Peñaranda de Bracamonte o de Puebla de Trives, donde por cierto hay gente muy bien.

Las primeras mujeres de los nuevos ricos siempre se han caracteriz­ado, en general, por ser unas buenas personas y graciosas incluso, por su simpleza y por lo felices que están ante tanta opulencia. Las segundas mujeres de los hijos de los nuevos ricos suelen ser insoportab­les, inseguras, caprichosa­s y excesivas. No son nada felices porque viven en continua lucha por llegar a competir con sus no amigas, sino contrincan­tes. Ellos solo viven para conseguir el «ya lo tengo», que es como llamaban a un señor en Vigo, que ahora ya no tiene nada. A mí me quedan más capítulos sobre este tema.

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