ABC (Andalucía)

El colmillo

Si no sincroniza­s tu verdadera edad física con lo que repta en tu mente, vamos mal

- RAMÓN PALOMAR

LLEGA esa tarde en la cual tu compañero te hace una dejada y, cuando arrancas con brío para subir a la red y devolver la bola, ay, escuchas un crujido y yaces cariseco como si la mano de un titán te descalabra­se la espalda. Es la edad, que no perdona, y esa lesión te obliga a caminar los siguientes días como si fueses Chiquito de la Calzada en pleno éxtasis chistoso. Concluyes que el billar puede ser una opción. Te reconforta­s recordando al Paul Newman de ‘El buscavidas’, pero intuyes que vas a traspasar una frontera fundamenta­l y que no hay vuelta atrás.

Todavía no eres viejo, pero chapoteas en esa zona boba entre la madurez y lo que aterriza tras ella. Sientes que el balón lame el larguero. Por supuesto descartas caer en ese patético cacareo que susurra milongas acerca de la ‘edad mental’ y de la importanci­a de mantener una ‘actitud juvenil’. Si no sincroniza­s tu verdadera edad física con lo que repta en tu mente, vamos mal, sólo te engañas a ti mismo y te deslizarás por la pendiente del ridículo como un Alberto Rodríguez amarrándos­e al escaño. Debes encajar tus años con donaire. Por las cosas de la edad uno no entiende la música trap, el reguetón y otras perlas que jalonan el actual camino. Los ecos de la polémica por el baile catedralic­io entre la Peluso y el Tangana superan mi planeta. Observo la bronca, la dimisión del deán, como si fuese un fugaz ovni recorriend­o veloz el firmamento durante una noche de verano. Lo único que me escandaliz­a del vídeo es el escaso dinero que desembolsa­ron por rodar en un bellísimo entorno de rotundo privilegio. Apuntan que entre quince y treinta mil euros. Una bagatela teniendo en cuenta la pasta gansa que mueven la Peluso y el Tangana. Como mínimo podrían haber conseguido cinco veces más por culebrear en una catedral de esa categoría. La edad, al menos, te concede cierto colmillo para valorar una compra o un alquiler en su justo precio. De lo contrario, de nada sirve envejecer salvo para sufrir humillante­s pinzamient­os de espalda.

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