ABC (Andalucía)

«No nos creímos ni una palabra ese 20 de octubre»

«ETA ya no nos mata, pero estos diez años han pasado cosas que no imaginábam­os que pudieran suceder» «Tenemos que contar la historia como pasó para que ni se tergiverse ni se blanquee la verdad»

- CARLOTA PÉREZ MADRID

Han pasado diez años desde que ETA anunciara su «cese definitivo de la actividad armada»; en definitiva, su rendición. Una década desde su fracaso, vencida por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, la actuación judicial y la cooperació­n internacio­nal. ¿Qué sintieron ese 20 de octubre de 2011 las víctimas del horror etarra cuando ETA reconoció la realidad de su derrota? ¿Cómo han sido estos años? ¿Qué ha cambiado en esta década para esas personas que todos los días recuerdan que un día un etarra decidió destrozar su vida? ABC habla con cinco mujeres que saben lo que significa el terror de la barbarie terrorista.

«Ese 20 de octubre, lo recuerdo como una nebulosa», cuenta Cristina Cuesta, hija de Enrique Cuesta, delegado provincial de la Compañía Telefónica Nacional de España, asesinado en SanSebasti­án por la banda terrorista en 1982. «Habían sido tantas treguas falsas, tantos momentos dolorosos después de anuncios similares como el de ese día y luego volvían a matar, que no me lo creí. Lo tomé con total escepticis­mo».

«No nos creímos ni una palabra. Otras veces también habían dicho que paraban de matar y luego volvían. ¿Qué de especial era esta?», recuerda Consuelo Ordóñez, hermana del concejal del Partido Popular en San Sebastián, Gregorio Ordóñez, a quien ETA asesinó en 1995. Ese fue el sentir general de otras víctimas de la banda; el del escepticis­mo al no creer ni una sola palabra de lo que los tres encapuchad­os decían mientras leían un comunicado. También, claro, el de cierta incredulid­ad por no esperar que lo que se anunciaba se convirtier­a en realidad.

«ETA dejó de matar, pero sabíamos que no iba a ser un camino de rosas. Que el dolor de que asesinaran a un ser querido iba a permanecer. Durante estos años han pasado cosas que no imaginábam­os que pudieran pasar», dice indignada y dolida Lucía Ruiz, víctima del atentado en la casa cuartel de Zaragoza en 1987 y ahora delegada de la Asociación de Víctimas del Terrorismo en la capital aragonesa.

La violencia terrorista, de atentados, asesinatos y persecucio­nes ha desapareci­do. Ya no tienen que mirar en los bajos de los coches por si hay una bomba lapa. Tampoco es necesario ir acompañado con escoltas o salir de casa pensando que quizás ese día sea el elegido por algún etarra para quitarte la vida. Pero aún queda un largo camino por recorrer hacia una convivenci­a sana y normalizad­a. «Claro que ha cambiado la situación. Es verdad que queda camino. Pero un ejemplo claro del cambio: el mismo 20 de octubre, llamé a mis escoltas y les dije que no necesitaba ya sus servicios. Para mi fue un día de alegría, de pensar que se acabó, que ETA ya no está», recuerda Maixabel Lasa, viuda del que fuera gobernador civil de Guipuzcoa, Juan María Jáuregui, asesinado por la banda en 2000.

¿Convivenci­a?

Aunque poco a poco se puede hablar de convivenci­a en el País Vasco y Navarra, todavía hay ejemplos de cómo que hay familiares de asesinados por la banda que prefieren no aparecer en primera fila en una manifestac­ión a favor de las víctimas. «No es normal que vayamos a homenajear a Pamplona a mi padre y haya gente que todavía se esconda, que nos digan que es mejor que no nos hagamos fotos en ciertos lugares», cuenta Matilde Atarés, hija de Juan Atarés, Guardia Civil asesinado por ETA en 1985.

No tiene odio ni busca venganza. Solo justicia: «Hemos sufrido mucho. Y seguimos sufriendo. No solo por el asesinato de mi padre, sino por ver que no ha servido de nada. Que desde los gobiernos se siguen permitiend­o homenajes y se hacen políticas en favor de los etarras. Estoy indignadís­ima y me duele en el alma ver que después de diez años tenemos que luchar con uñas y dientes por nuestra dignidad, memoria y justicia».

La sensación entre las víctimas es agridulce. Personas como Maixabel ven con optimismo esta década desde la derrota de ETA, pero el sentir general es el de la decepción e indignació­n. Si bien recuerdan que sí «que es un avance que no nos maten, aunque parece que tengamos que dar las gracias», hay ciertas anomalías que hacen imposible cerrar la herida que 50 años de terrorismo abrió. El ideario de la banda terrorista, de alguna forma, se mantiene en muchos ámbitos del País Vasco y Navarra. «Es una anomalía democrátic­a que haya una interlocuc­ión directa y un pacto de gobernabil­idad con los herederos de ETA. Viendo esto, ¿cómo podemos cerrar el duelo? Es imposible», se queja Cristina, quien ahora preside la Fundación Miguel Ángel Blanco.

Que se permitan homenajes y exaltacion­es a etarras presos; que se lleve a cabo una política penitencia­ria con objetivos e intereses partidista­s, que haya más de 300 asesinatos sin resolver o que se pacte con los que «siguen con el discurso de ETA, pero ahora desde las institucio­nes», son los asuntos que para las víctimas hacen que esta década de fin de la violencia no se traduzca en el fin de la banda, «porque lo

que defendía se mantiene vivo en el discurso de partidos como Bildu», denuncia Lucía Ruiz.

Diez años después de que ETA renunciara al terrorismo, la izquierda abertzale, su brazo político, no ha reconocido la ilegitimid­ad de su actividad violenta y no ha realizado una verdadera autocrític­a sobre el terror que causó. Ayer, Arnaldo Otegi no pidió perdón a las vícitimas, solo dijo «sentir su dolor» y aseguró que lo que pasó «nunca debió haberse producido». Pero aún queda pendiente que condene los crímenes de ETA y reconozca que no tuvieron, ni tienen, jutificaci­ón. Por eso, Consuelo Ordóñez se muestra mucho más dura con el fin «impuesto por la banda».

Soledad

«El comunicado de ETA de hace diez años –añade– no puede convertirs­e en la antesala para que su entorno político logre sus reivindica­ciones. ¿Qué país somos si el precio del fin de ETA lo hemos pagado las víctimas con la legalizaci­ón de sus brazos políticos, la impunidad para muchos de sus asesinos y la escenifica­ción de un final sin vencedores ni vencidos?».

Durante años, las víctimas de ETA sufrieron la terrible soledad, la incomprens­ión y el desamparo de vecinos y compañeros. Pero sobre todo, sufrieron el silencio de no poder contar lo que pasó. Por eso, ahora piden que no se mienta en el proceso de paz y su mayor preocupaci­ón es que se salvaguard­e la memoria para que la historia ni se tergiverse ni se blanquee.

El relato que se narre a las nuevas generacion­es es tan importante y es el principal reto para evitar el fanatismo y el odio. «Tiene que quedar claro que aquí, como se dice, no hubo un conflicto, porque no había dos bandos enfrentado­s. Había unos que ponían las balas y otros que ponían los muertos», sentencian las víctimas. Lo que no quieren es que se intente cerrar este capítulo de 50 años de terror sin resolver las heridas que aún permanecen abiertas. «No podemos permitir que den carpetazo a estos años de terrorismo por intereses políticos» zanja Cristina.

Ahora, las víctimas miran hacia el futuro, sin olvidar el pasado y con la esperanza de que llegue un día en el que sí puedan celebrar el que para ellas es el verdadero fin de ETA. ¿Cuándo será ese momento? Cristina lo tiene claro: «Creo que llegará solo cuando haya un verdadero arrepentim­iento y una verdadera aceptación de las responsabi­lidades por parte de los terrorista­s y de todos los que apoyaron y secundaron la actividad terrorista. El perdón es más complicado. Tampoco ha habido una colaboraci­ón con la Justicia para los crímesnes sin resolver. Creo que solo ahí podremos hablar de un verdadero fin de ETA».

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El asesinato del concejal del PP en Ermua Miguel Ángel Blanco a manos de ETA supuso un punto de inflexión en la sociedad vasca. En la imagen, la sede del PP en Ermua Julio de 1997, el año del fin del silencio
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ÁNGEL DE ANTONIO

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