Una escultura de Plensa pide silencio en Nueva York
▶Este jueves se inaugura ‘Water’s Soul’ (El alma del agua), una monumental cabeza de 22 metros de altura
Jaume Plensa es de Barcelona pero estos días se despierta cada mañana en un hotel de Manhattan. La ventana mira al río Hudson y, en la otra orilla, en un muelle de Nueva Jersey, está su nueva escultura, un enorme busto de mujer. «Es emocionante», dice a este periódico el artista, que inaugura la obra este jueves. «Soy parte del paisaje». En el otro lado, los vecinos de Nueva Jersey se rascan la cabeza desde hace semanas con la aparición de la obra, enorme, de 22 metros de altura, 25 metros si se cuenta con el pedestal, y de la que nadie ha explicado nada. La figura, de un blanco sereno, cierra los ojos, se lleva el índice a la boca, como quien pide o busca silencio, en dirección a Manhattan y sus rascacielos. «Ni idea de qué significa», reconoce Mark, que vive en un apartamento cercano, desde el paseo peatonal que jalona el río y en el que decenas de personas sacan la cámara para retratar la figura enigmática. «¿Callar a la ciudad?», se pregunta el vecino, como han hecho tantos otros cuando ven la obra. «La intención no es pedir silencio a Nueva York, todo lo contrario es la petición de un silencio poético», asegura Plensa, un artista en el que el silencio y la introspección tienen un gran peso. En este caso, «es un silencio para poder escuchar el sonido del agua, que a veces con las distracciones de este mundo tan agitado nos perdemos. Es un espacio de recogimiento y silencio».
La obra -‘Water’s Soul’ (El alma del agua)- está enfrentada a la ciudad por antonomasia. Su perfil se dibuja contra el fondo de los rascacielos del sur de Manhattan, en Wall Street y en el nuevo World Trade Center. También, desde otro ángulo, los nuevos que han surgido en Midtown y que empequeñecen al Empire State con la perspectiva. La otra orilla del Hudson es la del gentío que vomitan las salidas de las grandes estaciones, los chirridos del metro, el martilleo de la obra constante, la orquesta de sirenas y claxon, los pies rápidos de los peatones, el humo de los carritos de comida… La agitación es intrínseca de la ciudad, casi necesaria. Buena parte de ella se perdió en el último año y medio con la pandemia de Covid-19. Ahora, poco a poco, se recupera, y el frenesí, el atasco, el barullo incipientes se reciben con alivio.
Introspección
Plensa admite que la obra cobró un sentido adicional al estar frente a Manhattan, que simboliza «lo inmediato, la vorágine del mundo actual que no nos permite estar atentos a nuestros pensamientos» y reconoce al río Hudson como un lugar que siempre le ha «fascinado». Cada día lo cruzan decenas de miles de oficinistas, que van de Nueva Jersey a Manhattan. Muchos lo hacen en ferry. En una tarde reciente de octubre, deliciosa, de final de verano, la mayoría en la cubierta miran al móvil, absortos, sin reparar en el busto gigante de Plensa que se bambolea delante de sus narices. El artista invita a la introspección, a la conversación íntima con nosotros mismos, pero el móvil siempre está en el bolsillo, con fotos de Instagram, emails inaplazables o noticias urgentes. Esa conversación interior cada vez está más arrinconada. «Tengo que aceptar que soy un romántico y que mis obras son mensajes muy a largo plazo para intentar transformar las cosas»,
dice. «Es como un mensaje en la botella que tú echas al mar y no sabes qué manos la recogerán. Lo que dices sobre esos oficinistas es estupendo. Somos todos náufragos en pequeñas islas, en nuestro mundo personal, nuestro móvil, nuestro trabajo… Esas islitas donde nos cobijamos pueden ser lugares donde un día puede llegar mi mensaje».
Los mensajes de Plensa, uno de los artistas españoles con más proyección internacional, están por todo el mundo, con especial presencia en EE.UU., «un lugar extraordinario», dice, «donde cada individuo tiene capacidad de decidir sobre sus preferencias internas y con gran diversidad de pensamiento». Aquí tiene obras icónicas, como su fuente de Chicago, convertida en una de las instalaciones más populares de la ciudad, y ahora compagina proyectos en Nueva York, Nueva Jersey y Michigan. La obra monumental en el Hudson viene por el interés de Richard LeFrak, una de las grandes fortunas del ladrillo neoyorquino –amigo y donante de Donald Trump– que ha desarrollado esta orilla de Nueva Jersey junto a David Simon, otro magnates inmobiliario.
La escultura será permanente y estará en un espacio público, delante del agua, el elemento al que Plensa busca homenajear. «No pertenece a nadie y es símbolo de transformación», dice. Aquí también es símbolo de destrucción. El muelle en el que se levanta fue uno de los que destrozó en 2012 el huracán Sandy. Plensa asegura que está diseñada para aguantar la subida del río y la fiereza del viento. Para integrarse en su paisaje y convertirse, quizá, en un nuevo icono de Nueva York.