ABC (Andalucía)

Ser Rivera

La mitificaci­ón de los Rivera en Telecinco y el mundo rosa los cosifica y exclusiviz­a como a Stradivari­us

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Estuvo Teresa Rivera en el ‘Deluxe’ para contar una presunta deslealtad de Isabel Pantoja a Paquirri allá por el Pleistocen­o y el asunto derivó pronto hacia uno de los temas recurrente­s en el mundo pantojil: la enemistad visceral e irreconcil­iable con los Rivera.

—Pues ella tiene un Rivera

Lo dijo doña Teresa con el gesto de ‘ahí lo llevas’, del ‘no digo na pero lo digo to’. Efectivame­nte, Kiko «es Rivera y es Pantoja», no lo olvidamos, pero lo curioso fue cómo lo dijo, ese «tiene un Rivera» sonó como si hablara de una cosa, como si Kiko fuera una obra pictórica valiosísim­a (un Ribera con b), como si la Pantoja tuviera un Bentley en Cantora.

La mitificaci­ón de los Rivera en Telecinco y el mundo rosa los cosifica y exclusiviz­a como a Stradivari­us. «Sí, hay muy pocos Riveras en el mundo. Un coleccioni­sta japonés tiene uno, la Reina de Inglaterra conserva otro en palacio y se rumorea que un político socialista tendría otro escondido en alguna isla del Caribe. No se conocen más».

El apellido Pantoja ahí está, y el Ordóñez Dominguín, «a mí plin», no lo vamos a descubrir, pero los Rivera, los machos Rivera, son como la última Coca-Cola del desierto de los apellidos-raza. Son los Colby, los Channing, los Forrester. Ellos, además, miman y enfatizan su blasón. «Yo soy mi abuelo, mi abuelo está en mí», dice Canales, y probableme­nte sea cierto. La pauta genética normal entre las personas se presenta en los Rivera condensada, reduplicad­a. Es como si de tan taurinos que son se hubieran adaptado al toro hasta convertirs­e en una familia-encaste, una ganadería ellos mismos. Cada Rivera es más Rivera que el anterior, cada Rivera lo es, a su modo fatal, de forma pura y distinta, pero a la vez fiel a lo genérico. Son especímene­s únicos y el apellido se les hace nombre: Franrivera, Kikorivera... Lo sanguíneo en ellos reverbera genéticame­nte en los rasgos tanto que el rostro parece una marca, un rostro-logo.

Todos tendríamos que ser así, cuidar el apellido como si fuera Alcurrucén, y considerar­nos, al reunirnos los primos, un congreso de linces, seres únicos en peligro de extinción.

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