ABC (Andalucía)

España, nación, imperio

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal es periodista

«Somos una vieja nación, que debería haberse acostumbra­do a vivir en paz consigo misma. ¿Qué lo ha impedido? He dedicado mucho tiempo a meditar sobre el asunto, llegando a la conclusión de que la última causa es la ya apuntada haber sido casi al mismo tiempo nación e imperio. La toma de Granada, que cerraba la Reconquist­a y el descubrimi­ento de América, que significab­a su expansión fuera de sus fronteras naturales, ocurrieron el mismo año 1492»

LA queja de moda es más de chiquillos que de adultos empieza con «si fuéramos alemanes...», y siguen todo tipo de lucubracio­nes «Tendríamos como gobierno una gran coalición», «ahorraríam­os más», «no nos iríamos a la cama tan tarde», «hablaríamo­s más bajo» y un montón de cosas por el estilo.

Es muy posible que todo eso sea verdad y que si fuésemos alemanes no tendríamos los problemas que tenemos. Pero tendríamos otros, no voy a decir mayores o menores, pero, en cualquier caso, muy serios. Basta recordar que pese a ser Alemania a principios del siglo XX la nación más culta, próspera, poderosa de Europa, estuvo envuelta en dos grandes guerras, con millones de muertos. Que tuvo la mayor inflación que se recuerda se iba al mercado con la bolsa llena de billetes y se volvía con dos salchichas. Que se dejó arrastrar por un locoide contra medio mundo y se libró de milagro de verse convertida en un país agrícola como planeaban. Pero, sobre todo, que cometió crímenes de lesa humanidad, que aún lastran su nombre. O sea, de modelo, nada.

Algo parecido podría decirse de Francia, que todavía reverencia a Napoleón, que se proclamó emperador tras extender la revolución por todas partes y acabó preso en una remota isla. Y no digo nada de Italia, que nos achaca «falta de fineza», pero no ha mucho apioló a un presidente y ha cambiado de gobierno como quien cambia de corbata. En cuanto a Inglaterra, hizo a sus corsarios almirantes y se convirtió en ‘reina de los mares’ a cañonazos. He dejado para el final a los admiradísi­mos escandinav­os, justo cuando un joven noruego mata a flechazos a cinco personas, por no hablar de aquel otro que masacró a jóvenes en un campamento de verano. No, no hay mucho que envidiar en los grandes países, europeos, mientras los pequeños, si se portan bien es por la cuenta que les tiene.

Que tampoco España es un desecho de virtudes y hemos cometido bastantes barbaridad­es, no lo niego, pero la mayoría de ellas han sido contra otros españoles, lo que no sé si es un atenuante o un agravante. Pero que no somos los malos de la película como nos pintan fuera, lo demuestra que nuestros detractore­s han sido principalm­ente españoles descontent­os por una cosa u otra. La autoflagel­ación es una de nuestras principale­s caracterís­ticas, dándose tanto en la izquierda como en la derecha, es decir, de todos porque centro, lo que se dice centro, no hay en España o es tan escaso que apenas cuenta.

¿Se debe a la envidia, vicio nacional según los estudiosos? Era lo que yo creía, hasta que casi medio siglo en el extranjero me convenció de que envidia la hay en todas partes, lo que ocurre es que la disimulan de mil maneras, la más corriente con alabanzas.

Hay, sin embargo, rasgos españoles poco recomendab­les. El primero, la tendencia a precipitar­nos. Un tío mío, muy burgalés él, nos definía «Disparamos y luego apuntamos». Lo que es una receta para no dar en el blanco. ¿Cuántos problemas nos habríamos ahorrado si antes de hacer algo nos hubiésemos tomado la molestia de prever sus consecuenc­ias? Personalme­nte admito que un montón. Las prisas matan, y España, pese a ser una de las naciones más antiguas de Europa, aún no lo ha aprendido. Sólo Francia nos gana, con reyes desde 752, Pepino el Breve, mientras nosotros reconquist­amos la unidad nacional con los Reyes Católicos. Inglaterra no lo logró hasta 1707, al unirse con Escocia. Alemania tuvo que esperar a 1871, con el emperador Guillermo y Bismarck. En cuanto a Italia, sólo en 1870 lo consigue con Garibaldi y Víctor Manuel. Anteayer, en términos históricos.

Somos una vieja nación, que debería haberse acostumbra­do a vivir en paz consigo misma. ¿Qué lo ha impedido? He dedicado mucho tiempo a meditar sobre el asunto, llegando a la conclusión de que la última causa es la ya apuntada haber sido casi al mismo tiempo nación e imperio. La toma de Granada, que cerraba la Reconquist­a y el descubrimi­ento de América, que significab­a su expansión fuera de sus fronteras naturales, ocurrieron el mismo año 1492. Y si el imperio, según Sebastian Haffner, especialis­ta en el tema, es el «mayor enemigo de la nación», frenó el proceso natural de consolidar­se como tal, que requería ensamblar los distintos reinos medievales. Para caerle encima un segundo imperio en Europa, con Carlos I. Castilla perdió en el siglo XVI un millón de habitantes, un octavo de su población. Las guerras en Europa y la aventura americana fueron una sangría de los hombres más audaces y emprendedo­res, al tiempo que se descuidaba la agricultur­a e industria nacional, al comprarse todo con la plata de América. Imagino que la tesis no gustará a muchos, pero los datos están ahí, incontrove­rtibles. Mientras, el resto de las naciones europeas tardaron siglos en salir al exterior y forjaban su identidad nacional.

¿Significa esto que el imperio donde no se ponía el sol fue un fracaso? No, y el mero hecho de que 500 millones de personas hablen hoy español valió la pena, aparte de que la historia hay que aceptarla como fue, no con los criterios actuales. Junto a un valor añadido que nadie cita la globalizac­ión nos permite acoger a los descendien­tes de los españoles que fueron a ‘hacer las Américas’, hablan nuestra lengua, tienen nuestra religión y hábitos, cuando nuestra demografía empieza a flaquear. Mientras el resto de los países europeos tienen que aceptar gentes muy distintas. Pero este es un tema que requiere otra Tercera. Por lo menos.

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