Alas cortas
Pincho de tortilla y caña a que el vuelo socialdemócrata de Sánchez dura lo que tarden Podemos y ERC en cortarle las alas
EL agua de Valencia debería apropiarse del eslogan comercial de esa bebida energética que se anuncia con dos toros colorados a punto de cruzar sus cornamentas parece innegable que también ‘da alas’. He visto a muchos líderes políticos necesitados de un subidón acudir a orillas del Turia a darse un baño milagroso, como si fueran los paralíticos que se metían en la piscina de Betesda después de que el ángel removiera las aguas, y salir de allí dispuestos a comerse el mundo. Aznar, tras haber perdido contra pronóstico las elecciones de 1993, metió a 60.000 personas en Mestalla y un mes después escaló los muros de La Moncloa con la agilidad de un felino. El liderazgo de Rajoy llegó en camilla al Congreso de Valencia de 2008 y se rehabilitó en un santiamén después de someterse a un tratamiento de ‘shock’ a la búlgara. Casado, que también presentaba un cuadro de extrema debilidad en su jefatura, llenó la plaza de toros a principios de octubre y acabó dando la vuelta al ruedo en olor de multitud. El último paciente que ha ido a Valencia a darse un chute de energía ha sido Pedro Sánchez. Según los expertos que hacen el análisis forense del cónclave socialista, el presidente del Gobierno ha conseguido recomponer la unidad del partido, sujetando con lañas las piezas de un jarrón que estaba hecho añicos, y rehabilitar su seña de identidad más genuina blandiendo como un poseso la bandera socialdemócrata. Unidad y centralidad esos han sido –dicen– sus grandes logros.
Y, sin embargo, a mí me parece que ninguno de los dos se sostiene. Cuando la unidad se establece en torno a los entorchados de la bocamanga del caudillo de la tribu, y no a un proyecto compartido, deviene invariablemente en un estúpido ejercicio de obediencia irracional que sólo dura hasta que el jefe se la pega. Las voces críticas del PSOE, hartas de remugar en el ostracismo, han decidido dejar de dar el coñazo a cambio de recibir el indulto que les libra de la muerte civil, pero eso no significa que hayan mudado de criterio. El sanchismo no será un lugar atractivo para la izquierda decente mientras no defienda un proyecto nacional con identidad propia. El señuelo de la bandera socialdemócrata es un burdo trampantojo. Sánchez no es Scholz. Ya nos gustaría. El líder del SPD viene de cohabitar con los homólogos alemanes del PP y acude al encuentro de liberales y verdes. Sabe muy bien que la moderación no admite coyundas con los extremos. Mientras el PSOE siga trabajando en contentar a Junqueras y en allanar el camino del frente amplio que lidera Yolanda Díaz no podrá convencer a nadie de que apuesta por la centralidad. Por mucho que el agua de Valencia se parezca a la pócima de Panoramix, pincho de tortilla y caña a que el vuelo socialdemócrata de Sánchez dura lo que tarden Podemos y ERC en cortarle las alas. Después, volverá donde solía.