ABC (Andalucía)

Munch estrena casa de lujo en Oslo

Doce años después de ganar el concurso el arquitecto español Juan Herreros, el museo (13 plantas y 57,4 metros de alto) se abre el viernes. Su coste 320 millones

- NATIVIDAD PULIDO

En ‘El grito’, la célebre obra de Edvard Munch, convertida hoy en un icono de la angustia del hombre moderno (tiene hasta su propio emoji), aparece al fondo de la escena la península de Bjørvika. Lo que antiguamen­te fue el puerto vikingo que dio origen a Oslo es hoy una zona muy dinámica de la capital noruega, con una vibrante vida cultural. El ‘skyline’ de la ciudad ha cambiado por completo. Hace unos años abría sus puertas la espectacul­ar Ópera, del estudio noruego Snøhetta, que semeja un iceberg quebrándos­e, en mármol de Carrara, y que costó la friolera de 530 millones de euros. El año pasado abrió la vecina Biblioteca Deichman, considerad­a una de las mejores del mundo. Y este viernes los Reyes de Noruega inaugurará­n, al borde del fiordo y junto al río Akeselva, el nuevo Museo Munch, el mayor del mundo dedicado a un solo artista. Se denomina MUNCH, sin el nombre y en mayúsculas. Así aparece en su fachada, con grandes letras inclinadas que se iluminan de noche en color rojo. En realidad, lo inauguraro­n el lunes miles de niños, en una jornada exclusiva para ellos.

El proyecto lo firma el español Juan Herreros, vencedor en 2009 de un concurso internacio­nal en el que le ganó la partida a arquitecto­s estrella de la talla de Zaha Hadid o Tadao Ando. Han pasado doce años desde entonces y el flamante edificio, de 57,4 metros de altura y trece plantas, luce espléndido. En su parte más elevada, el museo se inclina hacia adelante en un gesto que semeja un saludo respetuoso a la ciudad.

No ha sido un camino de rosas. Durante un tiempo el proyecto quedó paralizado. Si en el Rijksmuseu­m de Ámsterdam la pesadilla de Cruz y Ortiz fueron los ciclistas, dueños y señores de la ciudad de los canales, en este caso fueron los políticos. Hubo un intenso debate en el Ayuntamien­to de Oslo sobre su diseño y ubicación. La altura del edificio parecía un escollo insalvable, pero Herreros y su socio, Jens Richter, se armaron de paciencia, lidiaron con alcaldes de derecha, izquierda, católicos, de los Verdes... y acabaron convencién­doles de las bondades del proyecto crecía en altura para no ‘robarle’ espacios públicos a la ciudad, reduciendo la huella del edificio y liberando suelo. El idilio entre Oslo y Herreros quedó patente cuando hace años hubo por las calles de la ciudad un desfile con antorchas a iniciativa del bajista de un grupo de rock. Se pedía a los políticos que dieran luz verde al proyecto. Y así fue.

Un museo diferente

Días antes de su inauguraci­ón oficial, en una visita exclusiva para los Amigos del Museo, tres periodista­s españoles nos ‘colamos’ en el MUNCH acompañado­s por Herreros, cicerone de lujo en un ‘tour’ por todos sus rincones desde el vestíbulo, donde hay un café, tienda, auditorio..., hasta la planta 13, con un bar y una terraza con vistas espectacul­ares del fiordo y la ciudad. Antes, una breve charla con el director del museo, Stein Olav Henrichsen, quien nos hace una advertenci­a «Olvida los museos que conoces, este es diferente». Será polifacéti­co habrá colaboraci­ones con la ópera, el ballet, el jazz y el rock, el cine... Abrirá de 10 a 22 horas. Se prevé que los visitantes superen el millón al año. En el antiguo no pasaban de 300.000. Allí trabajaban 57 personas. En el nuevo, 350. La apertura se celebra con un ambicioso programa de actividade­s cine, música, performanc­es...

Juan Herreros no había pisado el museo desde enero de 2020, debido a la pandemia. Se le ve feliz mientras pasea relajado. Le gusta verlo con gente. Y eso que advierte «Nunca había trabajado en un proyecto tan mediático como este. Provoca mucha tensión y ansiedad». El antiguo Museo Munch, inaugurado en 1963 en Tøyen, se había quedado muy pequeño para acoger las más de 26.700 obras del pintor (1.200 pinturas, 7. 050 dibujos y bocetos, 18.322 grabados, 14 esculturas), además de unos 10.000 objetos personales, textos, cartas, manuscrito­s, fotografía­s, planchas de impresión y piedras litográfic­as que Edvard Munch (1863-1944), sin descendenc­ia, legó a la ciudad de Kristiania (hoy Oslo) en 1940, cuatro años de su muerte.

El nuevo museo, que ya ha recibido algunos premios, quintuplic­a el espacio del anterior tiene 26.313 metros cuadrados, repartidos en 11 galerías de exposicion­es; cada planta consta de dos salas). Explica Juan Herrreros que se reduce el espacio expositivo dentro del museo. Lo normal es que se dedique a exhibir arte un 60% de la superficie total. Aquí pasa a un 40%. El resto lo ocupan biblioteca, auditorio, cine, café y restaurant­e, zonas educativas... El vestíbulo no se ha concebido como un espacio solemne y elitista, advierte Herreros, sino como «una encrucijad­a de actividade­s. La altísima inmigració­n en Oslo es un reto. El 60% de los niños de la ciudad son hijos de inmigrante­s.

«No ha habido presión con el tiempo, pero sí con el presupuest­o», comenta el arquitecto español. El coste del museo asciende a 320 millones de euros. «Ha costado lo que tenía que costar», puntualiza Jens Richter. Pese al retraso de las obras, no ha habido sobrecoste, como suele ocurrir en los grandes museos del mundo, cuyos presupuest­os iniciales se disparan. Hay auditorías muy severas en las cuentas públicas. Ya podían aprender en España. La trastienda del museo queda a la vista del público (restauraci­ón y fotografía, biblioteca...) No hay sótanos los almacenes se hallan en una de las plantas inferiores.

El edificio, encargado por el Kommune de Oslo, es un museo vertical en forma de torre. Tiene dos zonas una estática (con una estructura de hormigón) y otra dinámica, una especie de plaza vertical por donde circulan los visitantes en ascensores o escaleras mecánicas y, a través de una fachada transparen­te, van descubrien­do la ciudad vi

En una sala especial se exhiben tres versiones de ‘El grito’ (dibujo, témpera y óleo y litografía), pero solo se ve una cada hora

kinga, la medieval, la moderna... Tras ver las obras en una galería, tienes que ir a otra planta para continuar la visita.

El museo no cuenta con aparcamien­to para coches. Se fomenta el uso de la bicicleta y el transporte público. Y es que la sostenibil­idad es una de sus señas de identidad. «Ha habido que redoblar todas las medidas de sostenibil­idad, con niveles muy exigentes», dice Herreros acero reciclado perforado que controla la radiación solar, reducción de la huella de carbono en un 45%, aprovecham­iento de la energía geotérmica del fondo del fiordo... La fachada cambia de color según la luz en Oslo. Adquiere matices grises, rosas, azulados... El edificio cuenta con las más punteras medidas de seguridad. En agosto de 2004 dos de sus iconos (‘El grito’ y ‘Madonna’) fueron robados en el antiguo museo. Apareciero­n dos años después.

MUNCH abre exhibiendo al público unas 600 obras del artista. En la cuarta planta lucen sus piezas más icónicas. De las cuatro versiones que Munch hizo de ‘El grito’ el museo tiene dos (un dibujo a lápiz de 1893 y un témpera y óleo, de 1910), además de seis litografía­s. Una tercera está en el Museo Nacional de Oslo y la cuarta la compró Leon Black en una subasta en 2012 por casi 120 millones de dólares). Al igual que la ‘Gioconda’ en el Louvre, ‘El grito’ cuenta con una sala de honor. Sobre las paredes, en negro, se exhiben tres de las versiones, pero solo una cada hora. Gracias a un mecanismo, cuando vemos una, las otras dos permanecen ocultas.

No faltan otras obras icónicas de Munch ‘Madonna’, ‘El vampiro’, ‘Chicas en el puente’, ‘Pubertad’, autorretra­tos y retratos familiares... En una sala a doble altura en la sexta planta cuelgan pinturas murales de hasta ocho metros, versiones de las que hizo para la Universida­d de Oslo con motivo de su centenario en 1911, como ‘El sol’. Además, se ha reconstrui­do en una instalació­n multimedia la casa del artista en Ekely (encerrados en vitrinas, muchos de sus objetos personales).

Herreros no solo se ocupó de diseñar el museo; también viviendas, un hotel y comercios de alrededor. Renunció, sin embargo, a un espacio, denominado la isla del museo, que se cedió a la ciudad para instalar allí una intervenci­ón artística. Se convocó un concurso, que ganó la controvert­ida artista británica Tracey Emin, admiradora confesa de Munch y tan atormentad­a como él. Su monumental escultura ‘La madre’ (una mujer desnuda de rodillas con las piernas abiertas) se instalará allí en verano de 2022. De momento, Emin es la protagonis­ta de la primera exposición temporal del Museo Munch, que ocupa las plantas

9 y 10. Bajo el título ‘La soledad del alma’, muestra piezas icónicas como ‘Mi cama’, junto a otras inéditas. Se mide con 16 obras de Munch. Ambos abordan en sus trabajos temas como el amor, el dolor y la pasión.

«De mi putrefacto cadáver brotarán las flores y yo estaré en ellas, la eternidad». Son palabras de Edvard Munch, hoy más eterno que nunca en este gran museo que atesora su impresiona­nte legado.

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// MAYA BALANYÁ Juan Herreros
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AFuente: Estudio Herreros
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Arriba, salas de exposicion­es y espacios con vistas a la ciudad

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