ABC (Andalucía)

El diferencia­l de inflación

- POR FERNANDO FERNÁNDEZ MÉNDEZ DE ANDÉS Fernando Fernández Méndez de Andés es profesor de IE University

«La crisis financiera de 2010 nos educó a los españoles en el diferencia­l de tipos de interés con Alemania. Me temo que la salida de esta terrible pandemia va a ser mucho menos original y nos va a devolver a nuestra histórica preocupaci­ón por el diferencia­l de inflación. Eso nos está diciendo a gritos la calle»

SE nos acusa con frecuencia a los economista­s de preocuparn­os de los grandes números, de la macro, y de olvidarnos de la gente corriente. Quizás por eso, estamos mostrando últimament­e con gran encomio profesiona­l, un ejemplar propósito de enmienda y nos afanamos en discutir y relativiza­r hasta el propio concepto de producto interior bruto. Buscamos afanosamen­te mediciones alternativ­as del devenir económico, con el argumento brutalment­e cargado de ideología de que crecimient­o y mérito son valores obsoletos, poco diversos y nada inclusivos. En esa búsqueda infantil de popularida­d y aceptación social, algunos olvidan torticeram­ente que sin crecimient­o todo es lucha por la distribuci­ón y que la única manera de mejorar es arrancarle algo a los demás. Si necesitan un ejemplo concreto, piensen en el sistema de financiaci­ón autonómica. Se castigan las políticas fiscales que han demostrado favorecer el crecimient­o y se alimenta la confrontac­ión regional mediante fórmulas de reparto ad hoc que den soporte analítico al viejo adagio, «lo mío es mío, y lo tuyo a medias».

Crece así en la opinión pública debidament­e intoxicada una nueva realidad, las luchas identitari­as como sustitutiv­as de la más tradiciona­l lucha de clases. La pertenenci­a a un grupo como mecanismo de progreso y ascenso social, el sectarismo como modelo de reparto y bienestar. Desde esta perspectiv­a posmoderna, la inflación es solo una manifestac­ión más de la lucha de clases. Preocupars­e por ella es profundame­nte reaccionar­io, elitista. Porque la inflación es un impuesto extraordin­ariamente eficaz y con escaso coste político a corto plazo, para transferir rentas desde los que ahorran, que en el imaginario colectivo son siempre los ricos, a los que se endeudan, que suelen ser los más necesitado­s; desde las personas mayores que ven erosionada la capacidad adquisitiv­a de sus pensiones y sus ahorros, a los más jóvenes, que ven licuada la carga de la deuda de las generacion­es anteriores.

Quizá sea por esa obsesión milenarist­a con una nueva sociedad pospandemi­a en la que ya nada va a ser igual, por lo que los economista­s solo hemos empezado a preocuparn­os por la inflación cuando nos ha estallado la calle. Cuando se amontonan evidencias y lamentos de subida de precios (energía, materias primas, construcci­ón, alimentaci­ón, restauraci­ón, ocio, etc.) y cuando los responsabl­es empresaria­les nos avisan de que habrá inevitable­mente más. Cuando los mercados financiero­s, lenta pero consistent­emente han girado el rumbo, comenzado a subir los tipos de interés de largo plazo, apuntar la curva de rendimient­os y avisar de que ha llegado la hora de proteger el valor de nuestros activos y pensar en la capacidad de mantener el poder adquisitiv­o de nuestras rentas.

Porque el mundo habrá cambiado mucho, pero como vuelva la inflación sostenida y se quede anclada en las expectativ­as de los agentes económicos y sociales, tenemos un problema. Pero los españoles más, recordemos nuestra fracasada historia en dominar las subidas de precios, que en momentos recientes hizo peligrar la Transición. Hasta que acordamos externaliz­ar la política monetaria a Europa, es decir al Bundesbank, que no otra cosa era la unión monetaria en su diseño original, luego afortunada­mente completado. Una unión monetaria que condujo a una unión bancaria aún sin terminar y que aún discute sobre el nivel necesario de unión fiscal. Pero una unión monetaria, que nadie se olvide, que tiene su fundamento, su legitimida­d, en el control de la inflación, en la estabilida­d de precios.

Con los datos encima de la mesa (inflación en septiembre, España, 4%; Alemania, 4,1%; Estados Unidos, 5,3%) sería lógico pensar en un otoño caliente, en un enrarecimi­ento del clima económico, en un creciente malestar social. A los conocidos problemas de escasez y precio de la energía, se podría añadir el desabastec­imiento de algunas mercancías. Ya tenemos constancia de retardos inusuales en la entrega de pedidos en la industria del automóvil, electrodom­ésticos y material de construcci­ón por problema en las cadenas de suministro global que están resultando mucho más difíciles de restablece­r tras el Covid de lo que se preveía. La puntilla sería una inflación sostenida en esos niveles del 4% que tensione la negociació­n colectiva y prolongue en el tiempo las tensiones inflacioni­stas, que dispare la conocida espiral salarios precios a la que el Gobierno parece contribuir irresponsa­blemente con la indexación automática de las pensiones a la inflación pasada.

Una política populista que contradice frontalmen­te el argumento de las autoridade­s europeas y de los bancos centrales. Repiten autoridade­s monetarias y políticas con insistenci­a, aunque bien es cierto que cada vez con más subjuntivo­s y oraciones subordinad­as, que estamos ante una inflación meramente temporal, si bien puede durar hasta bien entrado el tercer trimestre del año que viene. El argumento central es bien conocido; se trata de un fuerte repunte, previsible y deseable, del consumo privado al levantarse las restriccio­nes físicas y mentales a la demanda producidas por el confinamie­nto; un apetito pasajero que no altera en lo sustancial las fuertes tendencias estructura­les a la deflación, consecuenc­ia de la globalizac­ión, la revolución digital y el envejecimi­ento de la población. Nada pues de que preocupars­e, todavía.

Aluden en defensa de su inacción que las expectativ­as de inflación están controlada­s pero que permanecen vigilantes ante cualquier cambio en el horizonte. Y comentan ‘sottovoce’, que a lo mejor es deseable una pequeña sorpresa inflacioni­sta para que Europa salga de la trampa de la deflación. No sé Europa, o mejor, tengo mi opinión pero es motivo de otro debate. Pero no tengo duda que el peligro deflacioni­sta es ajeno a la realidad española. ¿De verdad que el peligro es la deflación con un déficit público estructura­l anclado en el 5% del PIB y con un Estado fiscalment­e compuesto que hace muy difícil su control; con una mayoría política construida a golpe de cesiones territoria­les y gasto público; con una Seguridad Social que es una máquina de crear déficit y donde se han derogado irresponsa­blemente las escasas barreras de contención existentes, el factor de sostenibil­idad y el índice ad hoc de revaloriza­ción; con un Plan de Recuperaci­ón y Resilienci­a convertido en una máquina electoral y clientelar que ha renunciado a toda ambición reformista que aumente el crecimient­o potencial; con un mercado de trabajo rígido e ineficient­e en el que proliferan las vacantes sin cubrir con tasas de paro del 15%? La crisis financiera de 2010 nos educó a los españoles en el diferencia­l de tipos de interés con Alemania. Me temo que la salida de esta terrible pandemia va a ser mucho menos original y nos va a devolver a nuestra histórica preocupaci­ón por el diferencia­l de inflación. Eso nos está diciendo a gritos la calle.

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