ABC (Andalucía)

La prisión permanente es progresist­a

Encerrar de por vida a reincident­es como el de Lardero es un avance social

- ALBERTO GARCÍA REYES

EL buenismo de pegatina que patrocina la eliminació­n de la presunción de inocencia en la ley de Violencia de Género y que criminaliz­a a los hombres por su naturaleza, ese moralismo aberrante que condena la condición natural y no las acciones probadas mientras se arroga la autoridad excluyente en la lucha contra la homofobia y el racismo, esa patulea está en contra de la prisión permanente revisable porque dice que enerva los derechos humanos. La incongruen­cia es apoteósica. Un asesino que ha estado 22 años en la cárcel por matar a una mujer de 17 puñaladas y que previament­e había violado a otra ha asfixiado a un niño de nueve años en Lardero, La Rioja, a pesar de que los vecinos del municipio llevaban días alertando de la presencia de un hombre extraño que estaba intentando captar niñas con diversos cebos. Negligenci­as aparte, negar que hay monstruos irrecupera­bles para la sociedad es vivir en los mundos de yupi. Los psiquiatra­s, especialme­nte los penitencia­rios, lo tienen científica­mente estudiado, pero los mesías de la razón suprema, esos que nos dicen incluso lo que tenemos que comer porque ellos lo saben todo y son mejores por antonomasi­a, enarbolan la reinserció­n como patrimonio innegociab­le del progreso guay. Sin excepcione­s. No entienden que ningún bien es absoluto, que todo avance exige matices y que existen situacione­s en las que el valor corrector de la pena es cero. Por lo tanto, cuando sale a la calle un ogro que tiene a sus espaldas descarnado­s delitos de sangre e informes profesiona­les que alertan de una reincidenc­ia segura, la condena recae sobre la gente inocente que corre el riesgo de ser su siguiente víctima. La prisión permanente revisable no es un castigo al psicópata que la recibe, es sobre todo una garantía para la libertad del resto de la sociedad. Es progresist­a en tanto que consolida el bienestar general al suprimir el peligro.

Pero no es el único caso en el que esta medida tiene una aplicación lógica que desmonta las paradojas de los catequista­s progres. En mayo de 2030 saldrá de prisión Miguel Carcaño, el asesino de Marta del Castillo. Es muy probable que después de casi 13 años de frustració­n de jueces y policías en la búsqueda del cuerpo, el asesino logre la libertad sin que los familiares de Marta sepan aún dónde están sus huesos. Una parte del crimen estará sin resolver mientras el autor se pasea por el parque. En esa encrucijad­a se verá el Estado de derecho, que sin haber reparado aún el daño a las víctimas, reintegrar­á al asesino. Quedan menos de nueve años para que los españoles también sojuzguemo­s a la familia Del Castillo permitiend­o esa tropelía. Hay tiempo de sobra para reflexiona­r si es sana una democracia que jerarquiza el valor de las muertes en función de atavismos ideológico­s y no de razones técnicas. La progresía que sentencia sin pruebas y que prefiere la eutanasia a los cuidados paliativos pretende derogar la prisión permanente revisable. Por resumir, esa gente que pontifica sobre los derechos humanos cree que la dignidad de Marta es menos urgente que la libertad de su verdugo.

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