La prisión permanente es progresista
Encerrar de por vida a reincidentes como el de Lardero es un avance social
EL buenismo de pegatina que patrocina la eliminación de la presunción de inocencia en la ley de Violencia de Género y que criminaliza a los hombres por su naturaleza, ese moralismo aberrante que condena la condición natural y no las acciones probadas mientras se arroga la autoridad excluyente en la lucha contra la homofobia y el racismo, esa patulea está en contra de la prisión permanente revisable porque dice que enerva los derechos humanos. La incongruencia es apoteósica. Un asesino que ha estado 22 años en la cárcel por matar a una mujer de 17 puñaladas y que previamente había violado a otra ha asfixiado a un niño de nueve años en Lardero, La Rioja, a pesar de que los vecinos del municipio llevaban días alertando de la presencia de un hombre extraño que estaba intentando captar niñas con diversos cebos. Negligencias aparte, negar que hay monstruos irrecuperables para la sociedad es vivir en los mundos de yupi. Los psiquiatras, especialmente los penitenciarios, lo tienen científicamente estudiado, pero los mesías de la razón suprema, esos que nos dicen incluso lo que tenemos que comer porque ellos lo saben todo y son mejores por antonomasia, enarbolan la reinserción como patrimonio innegociable del progreso guay. Sin excepciones. No entienden que ningún bien es absoluto, que todo avance exige matices y que existen situaciones en las que el valor corrector de la pena es cero. Por lo tanto, cuando sale a la calle un ogro que tiene a sus espaldas descarnados delitos de sangre e informes profesionales que alertan de una reincidencia segura, la condena recae sobre la gente inocente que corre el riesgo de ser su siguiente víctima. La prisión permanente revisable no es un castigo al psicópata que la recibe, es sobre todo una garantía para la libertad del resto de la sociedad. Es progresista en tanto que consolida el bienestar general al suprimir el peligro.
Pero no es el único caso en el que esta medida tiene una aplicación lógica que desmonta las paradojas de los catequistas progres. En mayo de 2030 saldrá de prisión Miguel Carcaño, el asesino de Marta del Castillo. Es muy probable que después de casi 13 años de frustración de jueces y policías en la búsqueda del cuerpo, el asesino logre la libertad sin que los familiares de Marta sepan aún dónde están sus huesos. Una parte del crimen estará sin resolver mientras el autor se pasea por el parque. En esa encrucijada se verá el Estado de derecho, que sin haber reparado aún el daño a las víctimas, reintegrará al asesino. Quedan menos de nueve años para que los españoles también sojuzguemos a la familia Del Castillo permitiendo esa tropelía. Hay tiempo de sobra para reflexionar si es sana una democracia que jerarquiza el valor de las muertes en función de atavismos ideológicos y no de razones técnicas. La progresía que sentencia sin pruebas y que prefiere la eutanasia a los cuidados paliativos pretende derogar la prisión permanente revisable. Por resumir, esa gente que pontifica sobre los derechos humanos cree que la dignidad de Marta es menos urgente que la libertad de su verdugo.