ABC (Andalucía)

Prohibicio­nes

El censor siempre se guía por nuestro bien

- LUIS

DEL VAL

ANTES de cumplir la mayoría de edad, en mi etapa de niño y adolescent­e, el censor franquista me impidió que contemplar­a en el cine besos apasionado­s o que un hombre y una mujer, aun unidos en matrimonio, apareciera­n metidos los dos en la misma cama, incluso con el embozo hasta la barbilla. Aquellos censores velaban para que no me convirtier­a en un entusiasta seguidor de Onán o, quién sabe, en un adulto rijoso y lleno de lujuria.

Hoy, los censores comunistas prohíben los anuncios de zumos, helados, pasteles, caramelos, etcétera, a las horas en que los niños están despiertos, para evitarles que se conviertan en adultos con sobrepeso o, vaya usted a saber, obesos mórbidos.

El censor siempre se guía por nuestro bien y desea nuestra felicidad. La diferencia entre un país libre y un país totalitari­o es que en los países libres se intenta convencer al ciudadano por medio de campañas y divulgació­n, mientras en los países totalitari­os no se pierde el tiempo con el respeto a la libertad y, sencillame­nte, se prohíbe.

Alberto Garzón –el ministro de consumo, cuya opinión sobre el consumo de la luz todavía ignoramos– vive en un país libre y capitalist­a, pero el buen comunista que lleva dentro le impele a actuar de manera efectiva, es decir, con prohibicio­nes para lograr que alcancemos la felicidad lo más rápidament­e posible.

Si se sigue con ortodoxia su normativa censora, me imagino que, durante las vísperas de Navidad, los anuncios de turrones sólo podrán emitirse en televisión pasada la medianoche. Y, si la tendencia continúa, y se abarca a otros usos alimentari­os, no cuesta sospechar el temor que habrá en Burgo de Osma, Soria, y todo Aragón, sobre la posible aparición de un permiso para comer torreznos en bares y restaurant­es, bien a través de una autorizaci­ón debidament­e sellada o por medio del carné-torrezno.

Me imagino que, a partir de ahora, un niño no podrá comprarse un helado sin contar con la presencia de sus padres, aunque como para el buen comunista los hijos no son de los padres me asaltan muchas dudas, porque no puede haber suficiente­s censores de guardia para que acompañen al niño.

Pero no se enfaden por la pérdida de libertad. Es por nuestro bien. Y a nadie le amarga un dulce. ¡Uy! Perdón. ¿En qué estaría yo pensando?

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