Prohibiciones
El censor siempre se guía por nuestro bien
DEL VAL
ANTES de cumplir la mayoría de edad, en mi etapa de niño y adolescente, el censor franquista me impidió que contemplara en el cine besos apasionados o que un hombre y una mujer, aun unidos en matrimonio, aparecieran metidos los dos en la misma cama, incluso con el embozo hasta la barbilla. Aquellos censores velaban para que no me convirtiera en un entusiasta seguidor de Onán o, quién sabe, en un adulto rijoso y lleno de lujuria.
Hoy, los censores comunistas prohíben los anuncios de zumos, helados, pasteles, caramelos, etcétera, a las horas en que los niños están despiertos, para evitarles que se conviertan en adultos con sobrepeso o, vaya usted a saber, obesos mórbidos.
El censor siempre se guía por nuestro bien y desea nuestra felicidad. La diferencia entre un país libre y un país totalitario es que en los países libres se intenta convencer al ciudadano por medio de campañas y divulgación, mientras en los países totalitarios no se pierde el tiempo con el respeto a la libertad y, sencillamente, se prohíbe.
Alberto Garzón –el ministro de consumo, cuya opinión sobre el consumo de la luz todavía ignoramos– vive en un país libre y capitalista, pero el buen comunista que lleva dentro le impele a actuar de manera efectiva, es decir, con prohibiciones para lograr que alcancemos la felicidad lo más rápidamente posible.
Si se sigue con ortodoxia su normativa censora, me imagino que, durante las vísperas de Navidad, los anuncios de turrones sólo podrán emitirse en televisión pasada la medianoche. Y, si la tendencia continúa, y se abarca a otros usos alimentarios, no cuesta sospechar el temor que habrá en Burgo de Osma, Soria, y todo Aragón, sobre la posible aparición de un permiso para comer torreznos en bares y restaurantes, bien a través de una autorización debidamente sellada o por medio del carné-torrezno.
Me imagino que, a partir de ahora, un niño no podrá comprarse un helado sin contar con la presencia de sus padres, aunque como para el buen comunista los hijos no son de los padres me asaltan muchas dudas, porque no puede haber suficientes censores de guardia para que acompañen al niño.
Pero no se enfaden por la pérdida de libertad. Es por nuestro bien. Y a nadie le amarga un dulce. ¡Uy! Perdón. ¿En qué estaría yo pensando?