Siete días con la dieta que puede salvar el planeta
La dieta planetaria promete salvar vidas sin dañar la Tierra. Pero ponerla en práctica ni es fácil ni apta para todos los bolsillos. Una redactora de ABC la ha seguido una semana y este es el resultado: una bolsa de la compra casi un 40% más cara, un kilo de pérdida de peso y mucho tiempo en la cocina
Una treintena de científicos diseñaron la fórmula para mejorar la salud y reducir la huella climática
Nunca había comido tanta legumbre seguida, ni tanta verdura, ni con unos precios tan elevados. Me enfrento al reto de ser ‘flexitariana’ durante una semana, la dieta que recomiendan los expertos de la ONU para luchar contra el cambio climático. Es un cambio tan radical en mi menú habitual que el primer día salgo del supermercado ecológico con la sensación de que no sé qué hacer de plato principal, y eso que llevo dos bolsas llenas de comida. Aviso a mi marido por Whatsapp de lo que se le viene encima▶ siete días con el doble de verdura, productos ecológicos, un tercio de la carne habitual y mucho, mucho, grano integral y legumbres.
En los últimos años, la ONU ha puesto en el punto de mira el sistema alimentario por su contribución al calentamiento global. El sector representa alrededor del 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales, y reducir los alimentos de origen animal puede bajar ese porcentaje. Además, aseguran los expertos, es una dieta saludable que reduce el riesgo de sobrepeso y de enfermedades como la diabetes, el cáncer y las afecciones cardíacas. Pero en casa tenemos demasiada querencia por la carne. Nos gusta y no hay nada más rápido que poner un filete en la sartén. Tendremos que cambiar de hábitos. Probamos las lentejas al curry, las hamburguesas de garbanzos y la pasta sin salsa y con verdura. No todo tiene el mismo éxito culinario, pero me alegra descubrir que hay bastantes alternativas.
Para hacer mi semana ‘flexitariana’ me fijo en la dieta planetaria que diseñó hace un par de años un comité científico formado por una treintena de expertos de distintas áreas y culminó en la publicación de la prestigiosa revista especializada ‘The Lancet’. También en las recomendaciones del grupo especial de trabajo sobre esta dieta de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC). No es una fórmula cerrada, pero a grandes rasgos apuesta por frutas, verduras, nueces y semillas, legumbres y cereales integrales y por pequeñas porciones de lácteos, pescado y carne, aunque esto último es opcional, se puede suprimir. Yo decido mantener las proteínas animales, por eso de ser realista y de que mi marido no huya de casa los próximos siete días. Pero la dieta no afecta solo al tipo de productos que consumes. Además, se debe hacer la compra cerca de casa (para evitar las emisiones del desplazamiento), hay que optar por alimentos de temporada, locales y ecológicos (fomentan la rotación de cosechas, se retiene más CO2...). «Tienes suerte, ahora hay mucha verdura, en otras temporadas esto está casi vacío», me dice la dependienta de la tienda más cercana cuando le anuncio mis intenciones.
Precios de tienda gourmet
Es cierto. Hay casi de todo, y pronto descubriremos que de muy buena calidad. Lo malo son los precios. Se asemejan más a los de una tienda ‘gourmet’ que a los del típico comercio para adquirir productos básicos. Un kilo de arroz integral ecológico son 3,45 euros, cuando normalmente apenas sobrepaso el euro y medio; los garbanzos suponen otros 8,95 euros, frente a los entre dos y tres que gasto habitualmente; la caja de seis huevos (esta semana solo podremos comer dos por cabeza) cuestan 2,99 euros frente al algo más de uno de mi supermercado. Y otros muchos productos cuestan más del doble por kilo de lo que acostumbro a ver▶ el pimiento rojo, el brócoli y el limón están a 4,95 euros; la patata roja a 2,50 y la manzana royal gala a 4,50, por ejemplo. No, no está hecho para todos los bolsillos. Incluso limitando la carne y el pescado y aumentando las verduras calculamos que la compra semanal nos cuesta al menos un tercio más.
Eso sí, acostumbrada a llenar el cubo amarillo de residuos hasta arriba al desempaquetar la compra, esta vez apenas tiro un par de bolsas. Muchos de los productos van a granel y los que necesitan envoltorio, son de papel.
Mucha legumbre
Hay otra gran lección que llega pronto. Había decidido empezar con algo fácil▶ arroz integral con verduras, o más bien al revés, ya que hay tres veces más gramos de lo segundo que de lo primero. Pero cuando ya estoy harta de picar verdura descubro con horror que el arroz integral necesita cuarenta minutos de cocción. Riquísimo, pero no llego al trabajo. Esta dieta supone mucha más previsión... y eso que aún no he empezado a bregar con las legumbres. Añoro los tres minutos de hacer el filete a la plancha y abrir el bote de pimientos asados. De hecho, la primera noche que vuelvo a casa, quemo a mi pesar –por ser demasiado pronto– el cartucho de los huevos, en una tortilla con calabacín y queso, además de nueces y fruta.
También debemos reformular recetas. Oigo reírse a mi marido desde la cocina cuando compara los nuevos ingredientes para hacer las lentejas con los habituales▶ diez rodajas de chorizo, cuatro costillas y tocino. Vale, quizá nos solemos pasar un poco. Pero nada que ver con la patata (solo una, que los vegetales almidonados hay que racionarlos), la zanahoria y el pimiento actual. Además, con tanta legumbre recomendada (necesaria como fuente de proteínas, junto con los frutos secos), pronto intentamos huir del puchero diario. El hummus con la parrillada de verduras lo repetiremos –un gran éxito–, las lentejas al curry con verdura también, pero cuando al quinto día llegamos a las mini
hamburguesas de garbanzos y pimiento… ahí ya me siento nostálgica, y mucho. Quizá sea cuestión de costumbre.
La recta final se nos hace más pesada, aunque por suerte nos llaman del supermercado▶ la carne ha llegado. Funciona por encargo, a una semana vista, y se compra a dos explotaciones ecológicas, una en la sierra de Madrid y otra en Segovia. Así se evita aumentar las emisiones vinculadas al transporte. Ese mismo día hacemos el filete de ternera, opcional pero permitido, aunque tal y como viene fileteado ya sobrepasa la cantidad recomendada (98 gramos semanales). En un principio corto lo que se sale del promedio. Mi marido me mira. «¿De verdad hay que quitarlo?». Ya en el plato, nunca se había troceado tan pequeño un filete en casa. Que no acabe.
A estas alturas, pasado el ecuador, ya estoy un poco saturada de tanto arroz integral. Lo hemos camuflado de diferentes maneras –con tropezones, con curry, con champiñones, salteado–, pero si el experimento hubiese durado más de una semana tendría que haber empezado a buscar opciones, quizá quinoa, avena y otros.
Perder peso
Los días que se me olvida la merienda en casa (fruta y nueces mayoritariamente) se convierten en una tortura▶ no hay horizonte salvable en el mundo de las máquinas de vending. Peregrino de máquina en máquina por la redacción, pero ni una mísera bolsita de almendras encuentro. Después está el tema de salir a un restaurante. Con las comidas es más o menos posible mantener el equilibrio, aunque nada garantiza que sean productos de proximidad y ecológicos. Pero mi principal preocupación son las cañas –ocasionales– de después del trabajo. Escribo a la SemFYC en busca de respuesta. La dieta no menciona nada concreto y yo prefiero aferrarme a la esperanza. ¡Que no me quiten esas cervezas!. «La alimentación debe formar parte de un estilo de vida sostenible en el tiempo más que una dieta que empieza y acaba», me contesta la nutricionista Montserrat Royo. «No se trata de una larga lista de prohibiciones sino cambios hacia mejor. El alcohol no está aconsejado nunca, pero en muchas culturas se toma de forma puntual». Vamos, que mejor que no.
He de confesar que durante esta semana, en general, no pasamos hambre. Se supone que el plan cubre unas 2.500 calorías diarias. Pero también, alguna noche, nos encontramos en el sofá mirando la lista de productos que podemos consumir en busca de alguno con el que tengamos todavía margen. Perdemos algo de peso, un kilo cada uno, aunque lo achaco más a lo que hemos dejado de consumir (azúcares añadidos, productos procesados como mis hasta ahora habitua
les barritas de cereales y chocolate de la tarde y, claro, las cañas). Nos sentimos, además, muy ligeros y nada hinchados.
También hemos caído en pequeñas faltas que, espero, me perdonen. En previsión de tomar un yogur grande uno de los días, intento sustituir la leche de mis varios cafés diarios por otra de almendra. La idea es no pasarme del promedio de 250 gramos permitidos en lácteos. Pero me supera.
Sé que tiene su público, pero no es para mí. Mi esperado yogur se queda en cuatro cucharadas, aunque sospecho que aun así me he pasado. También cae alguna onza de chocolate. «No es un producto de nuestro territorio, siempre es importado», me chafa Royo, a mi pesar.
A mitad de semana me da la sensación de que tengo a la nutricionista de la SemFYC frita a preguntas. No es que quiera hacer trampa, es que realmente hay cosas que no tengo claras. ¿Podría tomar, por ejemplo, huevos más de una vez a la semana si la huella de CO2 está compensada? La respuesta es que depende. Por salud, se podrían incluir hasta dos al día. La cuestión es la calidad de esos huevos y su impacto ambiental. ¿El pescado debe ser salvaje o de piscifactoría? «Sin duda, salvaje pero de proximidad y temporada. Existe un calendario para saber los pescados de temporada», responde.
En general el balance es bueno. Hemos comido bien, variado y rico. Aunque entre las cuatro paredes de la cocina también se ha oído alguna arcada. No diré con qué. Se obtiene cierta satisfacción personal, al sentir que con estos cambios uno está reduciendo las emisiones de efecto invernadero y la posibilidad de que todos acabemos sumidos en una catástrofe climática. Nosotros tenemos claro que vamos a empezar a incorporar mucha más legumbres y verdura a nuestros menús, por ejemplo. Que sea al mismo nivel ya es otra historia. Cuesta.
Los problemas
Quizá el principal problema sea el de los precios de los productos ecológicos. Pero la misma dieta se puede seguir sin ser tan purista, intentando comprar de temporada y con productos de proximidad en el mercado más cercano a casa, lo que también reduciría el impacto climático de los hábitos alimentarios. El otro gran escollo, al menos para mí, es el tiempo. Con mucho dolor he tenido que renunciar a mi noche semanal de pizza. ¿Podría haber hecho una casera? Sí. ¿Tenía ganas? Ninguna. Sinceramente, no había pasado tantas horas en la cocina en mi vida. Apenas hemos consumido productos preparados, permitidos si no son ultraprocesados▶ un gazpacho ecológico que venía en tarro de cristal... y ya. Pero no voy a mentir, hay que estar concienciado para hacerla a rajatabla. Las tentaciones son muchas.
Dieta planetaria