ABC (Andalucía)

Legislar en frío

- MANUEL MARÍN

CUANDO un ministro como Grande-Marlaska, juez de carrera y político oportunist­a, denuncia el cinismo de la oposición por hacer un uso partidista del homicidio de Álex, en realidad solo reconoce su propio cinismo. Marlaska podrá recordar, si tiene a bien, ese mismo uso político e ideológico que hizo la izquierda cuando estaba en la oposición y miles de personas rodearon el Ministerio de Justicia del PP en protesta por la primera sentencia de la ‘manada’ de violadores de Pamplona. Aplicar la ley del embudo solo delata la incoherenc­ia de quien lo hace, siempre en interés de parte. De cinismo, algunos ministros podrían redactar una tesis basada en sí mismos.

Si la derecha reivindica la prisión permanente revisable –constituci­onal a todos los efectos desde hace unos días–, es retrógrada y fascista. No cree en las bondades de la resocializ­ación ni en la reinserció­n, sino en un sistema punitivo represor incapaz de sentir la menor misericord­ia o perdón, y menos aún la rehabilita­ción del delincuent­e. En cambio, si la izquierda se moviliza contra un juez, lo criminaliz­a por sus expresione­s, lo estigmatiz­a por machista recalcitra­nte y por fobia al feminismo, y lo tacha de cómplice de unos violadores, entonces todo es un ejercicio legítimo y consecuent­e de libertad. Se trata de rentabiliz­ar con densas dosis de hipocresía jurídica la falsa disyuntiva entre el sistema penal bondadoso, generoso y profundame­nte democrátic­o que representa la izquierda frente a la inquisitor­ial oscuridad de la derecha.

Pero Álex está muerto. Sobrecoge, sobre todo porque era evitable. La desolación del juez que autorizó la puesta en libertad del asesino está por descontada. Vivir así no le será fácil. La conciencia. Pero es hora de cambiar algunas rutinas judiciales. La infalibili­dad no existe. Sin embargo, y aunque legislar en caliente suele implicar una mala praxis que ni siquiera mitiga la conmoción, se hace imprescind­ible cuando nadie legisla en frío. Ideologiza­r un homicidio es absurdo. Pero la excusa ya no sirve. Se legisla en caliente cuando conviene a cualquier Gobierno, con la inmigració­n, con la electricid­ad, con los impuestos… Pero el tabú penal nos aboca a una trágica melancolía, la misma a la que nos empuja esa teoría de la inevitabil­idad según la cual la maldad humana existe, los crímenes ocurren, le toca a alguien, lloramos, y hasta el siguiente muerto. La indolencia jamás debería ser tan cómoda como el cinismo. Pero eso si cambiase, Álex nunca podrá verlo.

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