ABC (Andalucía)

Plus de productivi­dad

Cuando la aplicación ligera del principio de reinserció­n acaba en tragedia, alguien tiene que asumir las consecuenc­ias

- IGNACIO CAMACHO

ES un tópico de comentaris­tas resaltar que «en cualquier democracia avanzada», o incluso «normal», los gobernante­s asumen responsabi­lidades, u obligan a asumirlas a sus subordinad­os, cuando cometen un error o toman una decisión lesiva para los ciudadanos. Pura melancolía política en una España donde nadie se responsabi­liza nunca de nada que ocurra, como dicen los anglosajon­es, bajo su guardia. Viene la reflexión al caso del crimen de Lardero y el ministro Marlaska, último ejemplo (por ahora) de encogimien­to de hombros ante una desgracia que no sólo pudo y debió haber sido evitada sino que tiene relación directa con una mala o irregular aplicación de la ley penitencia­ria. Un niño ha sido asesinado por un delincuent­e sexual reincident­e al que se le concedió la libertad provisiona­l hace un año pese a poseer un historial incompatib­le con cualquier tipo de alivio carcelario. Y aunque sus incomprens­ibles permisos –¡¡hasta 39!!– se remontan a casi una década fue bajo el actual Gobierno cuando salió a la calle con menos de tres cuartas partes de cumplimien­to de la última pena. Se trata pues de un expediente en el que se ha manejado el principio de reinserció­n con inquietant­e ligereza y la sociedad tiene derecho a que alguien dé explicacio­nes sobre una medida de tan graves consecuenc­ias. Como mínimo algo más explícito que la frívola excusa de que la derecha «instrument­aliza» la tragedia.

Porque sucede que es este Ministerio del Interior el que ha establecid­o un incentivo económico de «productivi­dad» a los funcionari­os de Prisiones por la concesión de permisos y progresion­es de grado. Que la junta de tratamient­o de la cárcel había votado en contra de otorgársel­os al criminal riojano. Que fue el departamen­to de Marlaska el que revocó a favor del reo el criterio de los técnicos y el que se desentendi­ó del riesgo de que un tipo con esos antecedent­es viviese junto a un parque y un colegio. Y esos hechos objetivos están al margen de la controvers­ia sobre la prisión permanente revisable, invocado con oportunism­o por la izquierda para desviar un debate que además no cabe en esta ocasión por tratarse de una condena dictada mucho antes.

Lo que sí cabe es la discusión sobre la propensión de este Ejecutivo a las excarcelac­iones anticipada­s y otros beneficios, producto de un sesgo ideológico que tiende a minusvalor­ar la importanci­a del castigo como reparación social del delito y olvida o minimiza la condición no reinsertab­le de algunos convictos. También procede recordar que este modelo permisivo es la base del trato benigno dispensado a los presos por terrorismo sin más contrapart­ida que la firma de un formulario de arrepentim­iento ambiguo. Y ése ya es un terreno jurídicame­nte resbaladiz­o porque se vuelve inevitable la idea de que el verdadero ‘estímulo productivo’ de esos movimiento­s es político y tiene relación con los votos de Bildu.

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