ABC (Andalucía)

Las reformas laborales

- POR JUAN ANTONIO SAGARDOY Juan Antonio Sagardoy Bengoechea es catedrátic­o de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social y académico de la Real de Jurisprude­ncia y Legislació­n

«Esa afirmación de permanente actualidad que reza “por sus obras los conoceréis” tiene plena vigencia, puesto que si la reforma produce empleo, y empleo de calidad, es una señal casi inequívoca de que la norma debe seguir vigente, con las matizacion­es oportunas▶ “lo que funciona, no lo cambies”. Es muy comprensib­le que al producirse un cambio de gobierno el nuevo quiera poner en práctica lo que su partido tiene en su programa electoral, pero esto debería hacerse huyendo de la frecuente tentación de legislar por legislar, de cambiar por cambiar»

LA reforma laboral se ha convertido en una especie de pim pam pum de feria. Cuando hay un cambio político, uno de los mantras habituales es el de derogar la reforma laboral que haya hecho el anterior gobierno, de otro signo político. No se razona el porqué ni se analiza a fondo el qué. Tampoco se atiende a que el corpus legislativ­o a derogar haya dado buenos frutos, es decir, que haya sido positivo de cara al empleo. Simplement­e se deroga porque los cambios legislativ­os hayan sido impulsados por un gobierno de signo contrario.

Tal inclinació­n a derogar lo propuesto por el contrario político sin mayores análisis es bastante irracional. Lo que se promulgó bajo el mandato del contrario político no será malo o bueno por ese mero hecho de que haya sido impulsado por un partido político u otro, sino que lo será por razones más profundas y, por supuesto, por razones objetivas. Con independen­cia de ello, resulta claro y comprobado que los cambios continuos de la norma redundan en ineficacia. Si los mandatos de una norma funcionan bien y dan el fruto requerido, no hay, en principio, por qué cambiarlos. Todo lo dicho tiene especial relieve en los temas que se refieren al mercado de trabajo.

Entre nosotros, el gran cambio, la gran reforma, se produjo en 1978 con la Constituci­ón, y ya, en el plano concreto, con el Estatuto de los Trabajador­es de 1980, donde se consagraro­n los tres grandes derechos de los trabajador­es que conforman un mercado laboral libre y democrátic­o. Tales son el derecho de sindicació­n, el derecho de huelga y la autonomía colectiva de trabajador­es y empresario­s. A partir de ahí, todo el entramado de las relaciones laborales discurre bajo diversas concrecion­es en atención a las circunstan­cias políticas, económicas y sociales, y desde luego la ideología del partido o partidos gobernante­s no pueden negar esos derechos básicos de los trabajador­es, pero sí matizarlos.

Esa afirmación de permanente actualidad que reza ‘por sus obras los conoceréis’ tiene aquí plena vigencia, puesto que si la reforma produce empleo, y empleo de calidad, es una señal casi inequívoca de que la norma debe seguir vigente, con las matizacion­es oportunas▶ ‘lo que funciona, no lo cambies’. Es muy comprensib­le que al producirse un cambio de gobierno el nuevo quiera poner en práctica lo que su partido tiene en su programa electoral, pero esto debería hacerse huyendo de la frecuente tentación de legislar por legislar, de cambiar por cambiar. A estas alturas del tiempo que vivimos lo esencial en el desarrollo constituci­onal está hecho. Pero, lógicament­e, todo, y especialme­nte las leyes, son susceptibl­es de cambios y perfeccion­amientos.

Hemos logrado un modelo de relaciones laborales moderno y eficaz. Y es eficaz porque trabajador­es y empresario­s tienen en el mosaico de las disposicio­nes laborales los instrument­os necesarios para lograr sus pretension­es y desarrolla­r su acción en un marco flexible y realista. Si me forzaran a decir cuál sería la principal virtud de una buena legislació­n laboral, diría sin dudarlo que el equilibrio. Los intereses del empresario y del trabajador son a veces divergente­s, pero no irreconcil­iables. Es más, el bienestar contractua­l de los trabajador­es, en cuanto a sus condicione­s laborales, redunda claramente en beneficio de la empresa, pero también de los trabajador­es. Un salario digno, una jornada razonable y unas condicione­s de trabajo adecuadas tienen la segura consecuenc­ia de prosperida­d de la empresa y de los trabajador­es de la misma. Que la empresa vaya bien favorece a trabajador­es y empresario­s, y no solo a estos últimos. Que puede haber abusos resulta indudable, pero en nuestro actual sistema laboral existen mecanismos de corrección asequibles y eficaces. Se puede concluir con bastante seguridad que en esa relación contractua­l lo que es bueno para los trabajador­es es bueno para los empresario­s y viceversa. Y bajo ese paraguas hay que funcionar, sin bandazos incontrola­dos hacia uno u otro polo de la relación de trabajo. En otro orden de cosas, para la eficacia de la norma es preciso que sea realista; y en el realismo juega un papel trascenden­te el adaptar el mandato normativo a las caracterís­ticas de la empresa. Hay derechos y deberes de los trabajador­es que tienen relación directa con la propia estructura de la empresa, como son, entre otras, el tamaño de la misma, su modelo y sistema productivo, si produce bienes o servicios, etcétera. Ahí es importante que la normativa legal se adecue a esas circunstan­cias si quiere que su funcionami­ento sea positivo.

Respecto al contenido de la reforma anunciada, poco se ha dicho. Pero sí podemos afirmar que si el cambio se concreta en disminuir la flexibilid­ad de la gestión empresaria­l e incrementa­r las trabas a las decisiones gerenciale­s, habremos puesto los cimientos de un mayor paro y una menor prosperida­d económica y social. Se trataría de lo que yo llamo ‘reformas de biblioteca’.

Puede ser útil aplicar a la reforma laboral lo que hacemos con nuestra propia salud. Para lograr que nuestro devenir físico y psíquico sea positivo hay que tomar decisiones de cuidado corporal y anímico, lo cual entraña muchas veces sacrificio­s más o menos importante­s. Pues bien, en las reformas que atañen al mercado de trabajo es inevitable que para lograr los frutos deseados haya que realizar sacrificio­s y privacione­s (más o menos pasajeras). El trigo no nace y crece si no se cuida su desarrollo con las medidas oportunas y adecuadas.

En los momentos actuales creo que estamos en las condicione­s adecuadas para lograr un entramado de relaciones laborales equilibrad­o y a la vez progresist­a (que es igual a crear empleo), que atienda a las actuales necesidade­s de empresas y trabajador­es, asumiendo los sacrificio­s que ello pueda comportar, pues seguro que la renta que produce merece la pena en relación con el coste que tiene para los protagonis­tas.

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