La otra cara del progreso
La Tierra tiene su propia vida, y si no la respetamos se revuelve contra nosotros, pero eso no quiere decir que tengamos que seguir lo que nos dicen los profetas del apocalipsis ecológico
HACE tres siglos, cuando Londres empezaba a ser la gran metrópoli del comercio y las finanzas mundiales, a unos científicos ingleses, siempre curiosos –hay que ver lo que sacó Isaac Newton de la caída de una manzana–, se les ocurrió investigar en qué acabaría todo aquello. El cálculo, aunque laborioso, no era difícil; bastaba con conjugar el crecimiento de la actividad económica, de la población y de los caballos, para averiguarlo. El resultado tuvo que dejarles pasmados: en cien años, Londres habría desaparecido. No por un terremoto o un volcán, como alguna ciudad de la antigüedad, sino bajo los excrementos de los cuadrúpedos necesarios para mantener su actividad.
Imagino que ninguno de los autores de tal cálculo viviría para comprobar lo erróneo de sus predicciones, que posiblemente eran correctas. Lo que ninguno pudo prever fue que, en el entretanto, se inventó el motor de explosión, que convirtió al automóvil, el camión y el autobús en los medios más prácticos de desplazamiento y transporte, a más de símbolo de los nuevos tiempos.
Si traigo aquí la anécdota no es porque me haya unido a quienes niegan el recalentamiento de la atmósfera y las consecuencias que de ello se derivan, sino, al contrario, para advertir de lo fácil que es equivocarse en cosas que conocemos sólo a medias. Como esta. Que el desarrollo tiene su parte negativa empezamos a notarlo quienes nos beneficiamos del mismo. Que el cambio climático es un hecho, es algo comprobado, como el crecimiento del nivel de los océanos y el aumento de las zonas desérticas. Que el motor de explosión se vuelve contra nosotros, al producir CO2, está a la vista. Como que nuestro ‘planeta azul’, como luce en el espacio, pronto dejará de serlo si seguimos abusando de él. La Tierra tiene su propia vida, y si no la respetamos se revuelve contra nosotros de forma implacable. Basta ver los coches arrastrados como barcas en las rieras de los pueblos cuando ahora llueve.
Pero eso no quiere decir que tengamos que seguir lo que nos dicen los profetas del apocalipsis ecológico y retornar poco menos que a la Edad Media. Sobre todo si son tan jóvenes que no han tomado todavía el pulso a la vida y creen saber más que nadie de ella. Me recuerdan la Cruzada de los Niños, para reconquistar los Santos Lugares, ya que los mayores no lo lograban. Y tan mal terminó.
El cambio climático se combate no con menos desarrollo, sino con más, pero limpio, respetando la naturaleza, que se puede. Mañana, si me dejan los políticos, esos aguafiestas, les hablaré de ello.