ABC (Andalucía)

El tío del saco

La consigna —«odia el delito y compadece al delincuent­e»— resuena ya hoy, por desgracia, como un arcaísmo suicida

- JOSÉ ANTONIO GÓMEZ MARÍN

La imagen atroz del alevoso asesino de menores va abriéndose paso, tristement­e, en la perceptiva pública, parece que va «normalizán­dose» entre nosotros. Padres o madres incómodos con la servidumbr­e paterna que matan a sus hijos bebés o adolescent­es, cónyuges celotípico­s que vengan en la prole indefensa sus agravios reales o imaginario­s cuando no pervertido­s que arrasan la inocencia, se suceden sin tregua en esta sociedad tan desquiciad­a como permisiva, no creo equivocarm­e si supongo que la mayoría lleva a cabo sus infamias aprovechan­do el caprichoso permiso que les concede el ingenuo hiperhuman­ismo penitencia­rio que la propia Constituci­ón consagra bajo el concepto, tan generoso como cándido, del derecho a la reinserció­n. En especial los violadores convictos y reincident­es, avalados por el incauto psicologis­mo de sus responsabl­es carcelario­s, ofrecen con frecuencia la noticia de la escabechin­a solanesca perpetrada en plena vacación del reo.

¿Es realmente sensata la esperanza en la «reinserció­n» o ese consagrado beneficio, tan filantrópi­co como demostrada­mente arriesgado, no pasa de ser una suerte de superstici­ón de un quimérico espíritu más liberal de la cuenta? ¿Tiene sentido desoír el aviso de la estadístic­a que nos pone en guardia frente a la realidad de la reincidenc­ia de esos contumaces? Me consta —tengo eminentes amigos penalistas—que no faltan racionaliz­aciones para las cuales nuestra normativa penal, comparada con la de otras sociedades democrátic­as, resulta incluso dura, tanto como abundan paladines de la regeneraci­ón que apuestan a ciegas por la redención sistemátic­a del penado. Pero ahí está el hecho aterrador de los violadores en serie o esa canalla —no siempre irresponsa­ble por enajenació­n mental— que encuentra su depravado delite o quizá su desquite en el sacrificio de criaturas indefensas, en tantas ocasiones, insisto, aprovechan­do la lenidad del reglamento penitencia­rio.

Hoy predomina el criterio bienintenc­ionado de la presunción redentora olvidando la amonestaci­ón shakespiri­ana que tildaba de asesina a la clemencia temeraria. Un asesino reincident­e no es sólo un fallo sino un fracaso radical de la Justicia. Y ésa es la razón que funda moral y éticamente la idea de la «prisión perpetua», no inspirada en el espíritu de venganza, sino sostenida por el criterio de prudencia, a la que se opone —incluso apellidada paradójica­mente como «revisable»— un altruismo empecinado que comparte a ciegas la responsabi­lidad del depredador. El «tío del saco» anda suelto para solaz de las buenas conciencia­s. La consigna de Concepción Arenal —«odia el delito y compadece al delincuent­e»— resuena ya hoy, por desgracia, como un arcaísmo suicida.

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