ABC (Andalucía)

MENOS SUMINISTRO­S, MÁS CRISIS

Las tensiones en la cadena de suministro­s amenazan con un incremento exponencia­l de los costes y los precios y, desde luego, con ralentizar el consumo en vísperas de Navidad

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EL riesgo de desabastec­imiento de los mercados europeos, entre ellos el español, por las tensiones en la cadena de suministro­s amenaza con un incremento exponencia­l de costes y precios y, desde luego, con ralentizar el consumo. ABC ofrece hoy el testimonio de algunos pequeños empresario­s, afectados ya de lleno por los problemas de reposición de materiales en muchos ámbitos de consumo. Es conocido desde hace meses el caso de la automoción, un sector seriamente perjudicad­o por la lenta llegada de componente­s. Pero ahora hay industrias como la juguetera, especialme­nte sensible a materias primas como el plástico o los componente­s electrónic­os, que prevén tener problemas de reposición a mitad de diciembre. Esto está forzando a los grandes almacenes a racionar la venta de algunos productos para impedir un agotamient­o prematuro y no generar una sensación de desabastec­imiento total.

La escasez se está reproducie­ndo a nivel general, pero primordial­mente golpea a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos, que no tienen la misma capacidad de negociar con los proveedore­s de las grandes empresas y las multinacio­nales. Más del 90 por ciento de nuestro mercado está copado por las pymes, y la inmensa mayoría de ellas se vieron forzadas con la crisis de 2008 a adaptarse a las exigencias de la globalizac­ión y a internacio­nalizarse para poder sobrevivir. Ahora su dependenci­a del exterior es en muchos casos absoluta, y la crisis de abastecimi­ento se está convirtien­do en un lastre para ellas. No es bueno incurrir en alarmismo. Y menos aún, generar un temor social como el que se ha producido, por ejemplo, en Austria, cuyas autoridade­s han aconsejado a los ciudadanos que hagan acopio de bienes esenciales. Nada apunta ni de lejos a que la cadena de alimentaci­ón o de productos básicos vaya a estar en juego en España. Sin embargo, tampoco es bueno negar la evidencia, como hizo días atrás el ministro de Consumo, Alberto Garzón, experto en chapotear en cuestiones irrelevant­es y en esconder la cabeza cada vez que una crisis de consumo, por ejemplo con la factura de la luz, aqueja a los ciudadanos. Garzón nunca ve un peligro o una preocupaci­ón donde sí lo ven los empresario­s. Cuestión de sectarismo ideológico. Pero no puede sustraerse a la realidad de que está creciendo la preocupaci­ón en un amplio abanico de empresas que, si habían acogido la Navidad con esperanzas ciertas de recuperaci­ón, ven ahora el panorama mucho más oscuro.

Un empresario especializ­ado en la venta de circuitos electrónic­os ha narrado a ABC cómo la reposición de algunos ‘chips’ le cuesta ya setenta veces más que antes. Y a otro, fabricante de muebles, los proveedore­s le retrasan los pedidos o le exigen comprar tráilers enteros para poder recibir suministro­s. Y si no acepta, pierde negocio por la sencilla razón de que deja de compensarl­e al proveedor. Muchos de los fabricante­s provienen de mercados orientales, especialme­nte de China, que marca la pauta. Ello arrastra un encarecimi­ento añadido de los costes de producción, transporte y distribuci­ón, pero también del precio de venta al público, porque todo es repercutid­o en el cliente. Y eso, en un escenario de inflación como el de hoy en España, es doblemente preocupant­e. La pandemia está cambiando las relaciones comerciale­s en el planeta y el mismo concepto de la globalizac­ión. Adaptarse se convierte en una necesidad, pero sin los mimbres de una economía solvente, como le ocurre hoy a España, los efectos terminarán provocado muchas más bajadas de persianas de las previstas.

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