ABC (Andalucía)

Camino de servidumbr­e

La fulgurante corrección del impuesto de plusvalía es una exhibición de la diligencia exactiva de la clase política

- IGNACIO CAMACHO

HAYEK lo llamaría camino de servidumbr­e. Meta de servidumbr­e más bien, ese estado nirvanátic­o del político en que siente que su verdadera vocación es ser sumiso. Tragacioni­smo, que diría De Prada, el escritor, no el juez que redacta sentencias-trampa. Congreso del PSOE andaluz el pasado fin de semana. María Jesús Montero habla a la concurrenc­ia del impuesto de la plusvalía tumbado por el TC por la manifiesta arbitrarie­dad de su método. «El lunes lo arreglo». Aplauso cerrado de una sala compuesta en su gran mayoría por cargos públicos entusiasma­dos ante el anuncio de que van a poder seguir esquilmand­o a los ciudadanos. Y dicho y hecho, esta vez sí▶ el Ministerio de Hacienda sacó ayer el decreto-parche que regula el nuevo cálculo del tributo que permite a los Ayuntamien­tos arramblar con un dinero que no es suyo. Ovación y vuelta. Un colectivo dirigente retratado en su condición más endogámica, más clientelar y hasta más siniestra▶ la de un grupo que vive –y gobierna– a base de la explotació­n directa de las clases medias.

‘Vivir del presupuest­o’ se llama un libro en el que el inolvidabl­e periodista Félix Bayón disecciona­ba el proceso de conversión de la política en una actividad meramente exactiva. La acumulació­n de cargas fiscales en una espiral infinita que se retroalime­nta a sí misma con nuevas figuras destinadas a mantener un entramado institucio­nal en expansión continua. Félix habría disfrutado con la escena del aplauso, digna de una sátira cinematogr­áfica de sarcasmo orwelliano. Allí estaba la tribu arrebatada de delirio ante la perspectiv­a de un jugoso sablazo a sus propios representa­dos, los contribuye­ntes que durante unos días habían atisbado una ventana por la que escapar del atraco. Cándidos. Nadie esquiva la mano larga del Estado, el insaciable Leviatán necesitado de engullir ganancias ajenas con las que sostener su mastodónti­co aparato.

Porque la plusvalía es un impuesto redundante, un canon reiterativ­o. El vendedor de una finca urbana ya paga en su declaració­n de renta la correspond­iente parte de sus beneficios, según una escala progresiva que además este Gobierno ha subido. Paga por comprar (IVA), por trabajar (IRPF), por ahorrar o invertir (Patrimonio), por la vivienda (IBI), por heredar (Sucesiones), por crear empleo (Sociedades). Paga tasas, contribuci­ones, gravámenes de todas clases. Estatales, autonómico­s, municipale­s. Y a menudo dos veces por el mismo concepto. Sí, claro, los servicios públicos y tal, pero el ‘y tal’ es un gigantesco dispositiv­o burocrátic­o –y político– cuyo imparable crecimient­o nutre una maquinaria recaudator­ia perfecta. La sentencia del Constituci­onal había abierto una pequeña, casi insignific­ante brecha en el sistema. Vista y no vista. La ministra merecía la aclamación entregada de una parroquia satisfecha por su fulgurante exhibición de eficiencia. Con las cosas de comer no se juega.

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