Sueños son
La filosofía aristotélica de que las ideas reflejan la esencia de lo real es cada vez menos sostenible
ANTEANOCHE soñé que no estaba soñando. Me hallaba en un jardín con setos, frente a un castillo que asociaba a Fontainebleau. Había una fuente y unos bancos bajo los árboles. El sol brillaba sobre un cielo azul. Creo que era un día de verano. Lo que vino a la cabeza es que aquello no podía ser un sueño, que la propia nitidez de mis percepciones corroboraba que estaba despierto.
Ya Descartes se planteó la duda de que si lo que nos parece real podría ser un espejismo inducido por un duende. A mí me sucedió justamente lo contrario: el intenso verdor de los árboles y la cegadora luz solar eran la demostración de la irrebatible realidad de ese momento.
La paradoja de este sueño es que tenía la sensación de que jamás había estado tan seguro de no estar en un sueño. Podía empezar a construir un relato de mi vida sobre la certeza de esa percepción, sobre el fundamento seguro y cierto de que no había engaño en esa presencia en el jardín, en el sonido de los pájaros y en el murmullo del agua al rebotar sobre la piedra. Horas después, al despertarme y tomar una taza de café mientras veía amanecer por la cristalera de la cocina, he pensado que tal vez esa rutina de iniciación del día fuera producto de mi imaginación frente al peso apabullante de una ensoñación en la que mis sentidos parecían totalmente despiertos.
Por ello, es posible que el obispo anglicano Berkeley tuviera razón cuando negaba la existencia de la materia y sostenía que nuestro cerebro sólo capta haces de percepciones: el color, la temperatura, el peso. «Esse est percipi», afirmaba este filósofo irlandés para subrayar que las cosas sólo existen como objetos percibidos. Si fuera así, el sueño sería tan real como nuestras representaciones conscientes.
Para refutar esta concepción, Samuel Johnson pegó una patada a una roca, lo que, a su juicio, demostraba que no sólo procesamos sensaciones subjetivas, sino que además las cosas tienen una realidad material. Pero la patada no parece una prueba consistente, ya que Berkeley podría argumentar que el impacto contra la piedra también sería un espejismo.
Como la ciencia ha constatado, es muy complicado distinguir entre la objetividad de nuestras percepciones, la forma en la que procesa los datos nuestro cerebro y la realidad externa. La filosofía aristotélica de que las ideas reflejan la esencia de lo real es cada vez menos sostenible y más ingenua.
Durante mi sueño tenía la certeza de una experiencia pura e irrefutable. Lo que me plantea la hipótesis de que acaso la existencia cotidiana es una ilusión y los sueños son un momento de conexión con una realidad que se nos escapa en la vigilia. Tal vez todo lo que percibimos sea un engaño de ese genio maligno cartesiano que nos extravía por caminos en los que nos guiamos por una cordura que no es más que sinrazón.