ABC (Andalucía)

RÉQUIEM POR LAS VIEJAS SALAS

EL CINE DA PASO AL NEGOCIO Y SOBREVIVE EN EL PROYECTOR

- Por GUILLERMO GARABITO

En Valladolid, el cine solo resucita durante la Seminci, cuando vuelven las colas a las salas de cine clásicas, una liturgia en vías de extinción en las grandes ciudades. Estos templos de la ilusión han sobrevivid­o al vídeo, a la televisión y ahora a las plataforma­s. Siguen abiertos por amor al arte

La ciudad entera parece una película de Woody Allen a estas alturas de noviembre. Tiene un aire intelectua­l –pero no demasiado–, cuello vuelto, las plazas con vida y las noches cachondas y alegres. La ciudad siempre es la misma, pero el otoño le sienta bien. El festival de cine de hace unos días, la alfombra verde –que no roja–, las actrices… Hay un jolgorio desenfadad­o que deja la Seminci tras de sí. Pasear por Valladolid en estas fechas te da la posibilida­d de ser una estrella de cine desconocid­a, Brad Pitt en el 91 cuando vino a presentar ‘Thelma y Louise’ y nadie sabía quién era aquel chaval rubio, como ahora no saben quién somos nosotros. Dentro de una década una chica dirá que nos conoció igual que esa otra de la que cuenta la leyenda que se llevó de juerga al norteameri­cano aquella noche.

Tal vez cada vallisolet­ano, sin querer un Oscar, ni una Espiga, discretame­nte aspire sólo a ser un extra en la película de estos días. Cada uno en su sitio, interpreta­ndo el papel de sus labores cotidianas. Lo importante es devolver las colas a los cines, personajes esperando a que se apaguen las luces y ver a alguno descubrien­do que más allá de Marvel hay vida. «Yo nací –¡respetadme!– con el cine», grita Alberti en su verso, porque con el cine nacimos todos en verdad, da igual la década. Uno recuerda la primera película que vio, quién le llevaba de la mano aquella tarde y a qué cine –con seguridad desapareci­do– fue. No se olvida. El primer cine, la primera película, son como una primera novia de la que uno guarda el recuerdo discretame­nte toda la vida.

Pero los cines del centro de las ciudades han ido desapareci­endo. En segundo plano pasa las horas un mítico edificio de estilo Art Decó inaugurado en Valladolid el año 1936 donde antes estaban los cines Roxy y ahora hay un casino. Aciaga fortuna la de jugarse a una mano cambiar una sala de cine por unas tragaperra­s y unas cuantas mesas de Black Jack. O por la efímera moda textil como sucede con el cine Avenida de la Gran Vía madrileña donde ahora hay un H&M y antes el Pasapoga. O las butifarras en venta en el súper

que ocupa el terreno del cine Urgell en Barcelona.

El futuro tuvo esas cosas, que no dejó hueco para el romanticis­mo ni siquiera en tecnicolor. Y el del Roxy, Avenida o Urgell es un caso cada vez más generaliza­do: desaparece­n las salas del centro de las ciudades y se mueren sin que nadie les haya escrito una necrológic­a. Se mueren sin gloria, se pierden «en el tiempo, como lágrimas en la lluvia» y lo que es aún más triste, sin que a Ennio Morricone le diese tiempo a componerle­s un réquiem que hiciese las veces de banda sonora. Entre los centros comerciale­s de las afueras de todas las ciudades de España, las plataforma­s digitales y la pandemia, han ido dando muerte a las pocas salas de toda la vida que subsistían como náufragos en un siglo que no es el suyo. Siglo XXI: lugar común donde todo tiene que ser más grande, más rápido, más mullido e innecesari­amente absurdo… Y es que ahora las salas de cine ya no tienen butacas rojas, sino que buscan suplantar al salón de una casa. Que puedas comerte un kebab a oscuras y reclines el sillón que se tragó a la prehistóri­ca butaca para ver la película con los pies en alto. No han caído tal vez los propietari­os de los multicines en que para hacer exactament­e lo mismo que las parejas pueden hacer en sus viviendas con Netflix de fondo, no se va al cine, ni siquiera se sale de casa.

No entiendo que los directores no hayan sacado todavía un manifiesto prohibiend­o que su película la vea nadie tumbado. Tampoco es necesario, como dice José Luis Garci de las obras maestras, verlas de rodillas en un reclinator­io… pero qué menos que un mínimo de dignidad.

Precisamen­te sobre ello reflexiona Rodrigo Cortés, director de cine y colaborado­r de ABC, que estrena en los próximos días su última película: ‘Love gets a room’. «El mundo es el que es, pero hay algo insuperabl­e en la experienci­a de la gran pantalla, no sólo en el tamaño y el sonido. Ver una película en el cine posibilita experiment­ar al público la película en las dimensione­s que ha sido concebida y diseñada, pero sobre todo me refiero a la liturgia. Ir a una sala supone tomarse las molestias y encerrarse en una capilla que apaga el mundo durante dos horas. Eso me parece imbatible», prosigue el cineasta. «Cuando, como ahora, la oferta es infinita, pero doméstica, hay algo que el cuerpo no respeta de la misma manera. Uno se enfrenta a un tapiz infinito en forma de rectángulo­s que son carteles y elige uno como pudo elegir otro… Y a eso no se le muestra el mismo respeto, ni consciente, ni inconscien­temente. No sé hacia donde nos dirigimos porque el ejercicio de anticipaci­ón es siempre fútil. Eso sí, sin ninguna nostalgia ni romanticis­mo digo que la experienci­a de la sala es insustitui­ble».

La resistenci­a

Tal vez por eso hay un luto más riguroso cuando cierra un cine que cuando cierra cualquier otro negocio, la ciudad se vuelve más monótona, más pequeña y menos cosmopolit­a. Por eso hay un heroísmo silente en los empresario­s que contra las modas, las crisis y contra el siglo, apuestan por mantener pequeñas salas en el centro de las ciudades en las que refugiarse los sábados.

Francisco Heras es el dueño de los cines ‘Broadway’ y los ‘Manhattan’ en Valladolid, de los ‘Van Gogh’ en León y los ‘Van Dyck’ en Salamanca. Un tipo soñador que mantiene las palomitas calientes porque son la magdalena de Proust de nuestra infancia. A la pregunta de por qué sigue resistiend­o suspira un «cómo puedo yo explicar la tristeza que me produce… Cuando yo llegué a la ciudad en el año 1983 había como cuarenta salas sólo en la ciudad. Desgraciad­amente han ido cerrando todos menos estos. Así que sobre todo seguimos abiertos por no resignarno­s, por amor a todo lo que el cine significa. También te digo que lo único importante es olvidarse de lo que conlleva económicam­ente», explica con retranca.

Sopesa que «el cine, igual que el teatro, se muere históricam­ente y aquí seguimos. El

Cambio de hábitos

AHORA, LAS SALAS DE CINE YA NO TIENEN BUTACAS ROJAS, SINO QUE BUSCAN SUPLANTAR AL SALÓN DE UNA CASA CON SILLONES RECLINABLE­S Y CENAS

cine de destape creó una convulsión negativa para las salas, después el vídeo, después las television­es privadas, esa sí que fue la guerra profunda, y ahora las plataforma­s. De todas estas hemos podido salir y sobrevivir. Yo sigo siendo fiel a la creencia de que los cines no van a morir. Hay que trabajar mucho con los jóvenes para que entiendan que la experienci­a no se puede comparar a ver una película en el móvil». Sobre los jóvenes habla con la esperanza de saber que el futuro de su negocio pasa por ellos.

Pueblo a pueblo

También da la idea de la necesidad de ampliar su cultura. «Nosotros proyectamo­s muchos ciclos de cine en versión original: películas francesas, alemanas, etc. Es muy poca la gente joven que viene, antes sí que había más interés. Hay que devolvérse­lo, sobre todo porque es una generación en la que se han gastado miles de euros los padres para que aprendan idiomas… Pero soy positivo, quizá porque no me quede más remedio. Tengo la ilusión de jubilarme en este negocio y que mi hijo continúe con él después. Y creo que lo conseguire­mos porque ese otro concepto nuevo de cine ya empieza a hacer aguas. A mí no se me ocurriría ir a una sala y que me sirvan la cena y mucho menos eso de ¡señorita, tráigame un gintonic! Yo la cena la hago en mi casa, o después de la película me voy a un restaurant­e con mi mujer. Pero ya se está viendo que ese modelo no funciona. Así que por ahí creo que volvemos a recuperar la esencia. Es verdad que hay películas que te piden que te comas la butaca, pero la inmensa mayoría de ellas requieren que te quedes sentado y vivas lo que el director quiere que vivas… Una película de ‘La guerra de las galaxias’ te invita que te comas al de la butaca de al lado, pero una película de Woody Allen, por el contrario, exige que no abras ni un caramelo para quitarte la tos».

Algo parecido a lo que ocurre en el mundo rural donde un cine es un lujo de otra época. Antes, curiosamen­te, había un ‘Cinema Paradiso’ en cada pueblo y en el mejor de los casos ahora queda una fachada desvencija­da que se sostiene en el aire y unas palomas anidando donde un día estuvo el proyector. Son pocos los pueblos que pueden presumir de tener una sala funcionand­o con estrenos cada viernes, pero a eso precisamen­te es a lo que se dedica Joaquín Fuentes de ProyecFilm, a llevar salas de cine a localidade­s de esas a las que la administra­ción muchas veces no ha llevado ni cobertura todavía. Actualment­e tienen diez salas propias y gestionan otras ocho en diversos pueblos de toda España, de Murcia a Burgos, la última en Miranda de Ebro.

«Del año 83 a 88 tuve una sala en Guijuelo y tuve que dejarlo porque la gente dejó de ir al cine; todo es cíclico. Después hubo una época dorada, luego llegó internet y nos hundieron porque las distribuid­oras nos mandaban las películas tarde y los chavales ya las habían visto de mala manera en el ordenador, así que tuvimos que volver a cerrar», recuerda como se recuerda la guerra. «Con la llegada del cine digital ha sido más rápido y más barato y hemos podido ir abriendo locales en muchos más municipios pequeños. Un cine le da vida a un pueblo, si no se muere uno de asco en invierno. Que haya un cine donde se estrene muchas veces la misma película que se estrena en Madrid y saque a los vecinos de sus casas es un milagro. Eso se lo digo a los vecinos y a las administra­ciones, que se les llena la boca con la despoblaci­ón y no apoyan casi nada. Eso sí, las películas bien que las subvencion­an para que luego se vean en cuatro lugares contados. Cintas que han ganado el festival de San Sebastián y que tienen diecisiete espectador­es únicamente. A lo mejor deberían revisar sus prioridade­s», añade mordaz. «En el cine de Peñaranda de Bracamonte suele estar mi mujer vendiendo las palomitas y yo me encargo de las entradas. Me emociona que todo el mundo que va por allí te diga: Joaquín, no cierres el cine y tal. Pero yo siempre respondo lo mismo: ¡Venid más, coño, porque este es mi modo de vida. Y hasta ahora se han portado, la verdad. En Peñaranda he conocido chavales que iban con su novia y ahora son abuelos. Llevo toda la vida en el cine, hemos resistido treinta años, cumplimos con nuestros pagos y eso sí es para estar orgullosos», saca pecho antes de terminar la conversaci­ón.

Durante el estío, ProyecFilm amplía su territorio empresaria­l con los cines de verano. Gracias a ellos han visto varias generacion­es por primera vez ‘Érase una vez en América’, ‘Los 400 golpes’ de Truffaut o alguna de los hermanos Marx. Noches míticas, «juegos de manos / a la sombra de un cine de verano», que canta Sabina.

«El cine se fue al carajo el día que empezamos a vender palomitas de colores», se sinceró la pasada semana elocuentem­ente un tipo de los que las sirve en el cine. «Después de eso ya como si estrena película Fellini». Pero aún con palomitas de colores, los cines siguen siendo el último ágora en el que se reúne la polis de una ciudad. Puede que el éxito del teatro y de la ópera haya sido no imaginarse siquiera al personal bebiendo CocaCola o comiendo encurtidos. Hay actividade­s que requieren cierta ceremonia a falta de smoking, y el cine tal vez nunca estuvo llamado a otra cosa que a ser un ritual para grandes minorías. El cine, que siempre tuvo algo de catacumba con sábana en la pared donde los habituales se reconocen los viernes después de cenar.

Las salas tradiciona­les, en busca de nuevos fans

«HAY QUE TRABAJAR MUCHO CON LOS JÓVENES PARA QUE ENTIENDAN QUE LA EXPERIENCI­A NO SE PUEDE COMPARAR A VER UNA PELÍCULA EN EL MÓVIL»

 ?? ??
 ?? ??
 ?? // VIRGILIO MURO ?? SUPERVIVIE­NTES DE UNA TRADICIÓN Los cines del Palacio de la Prensa de Madrid, una de las antiguas salas de la capital que siguen hoy en funcionami­ento, en una fotografía de 1928
// VIRGILIO MURO SUPERVIVIE­NTES DE UNA TRADICIÓN Los cines del Palacio de la Prensa de Madrid, una de las antiguas salas de la capital que siguen hoy en funcionami­ento, en una fotografía de 1928
 ?? ??
 ?? // F. BLANCO Y PROYECFILM ?? EL ÉXITO DE LOS CINES DE VERANO
ProyecFilm (derecha) gestiona salas en pequeñas localidade­s. En verano, llevan sus proyectore­s a pueblos aún más recónditos. Arriba, las viejas salas Roxy (Valladolid), ahora un casino
// F. BLANCO Y PROYECFILM EL ÉXITO DE LOS CINES DE VERANO ProyecFilm (derecha) gestiona salas en pequeñas localidade­s. En verano, llevan sus proyectore­s a pueblos aún más recónditos. Arriba, las viejas salas Roxy (Valladolid), ahora un casino

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain