ABC (Andalucía)

Ley de odio a la Policía y la Guardia Civil

Sánchez entrega a sus socios a los custodios del Estado de derecho que ellos quieren destruir

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

LA nueva ‘Ley de Seguridad Ciudadana’ (lo pongo entre comillas porque su intención es exactament­e la contraria) constituye un monumento al odio que destila Frankenste­in contra los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad nacionales: Guardia Civil y Policía. Tan es así, que los integrante­s del engendro pugnan por apuntarse el mérito de un texto cuyo propósito es dejar vendidos a los agentes ante cualquier manifestac­ión de violencia callejera, privarles de instrument­os materiales y legales para hacer frente a esos episodios, colocarles a ellos y sus familias en la diana de cuantos especialis­tas en provocar disturbios quieran grabarles en el desempeño de sus funciones para posteriorm­ente desvelar su identidad, por supuesto desde el cobarde anonimato, e invertir la carga de la prueba hurtándole­s la presunción de veracidad de la que actualment­e gozan sus atestados. Dicho de otro modo, humillar a policías y guardias civiles mientras resultan blanqueado­s y bendecidos con la máxima protección del Estado todo tipo de bárbaros, exaltados dispuestos a tomar como rehén a la ciudadanía cada vez que se consideren ofendidos, destructor­es del mobiliario urbano y demás ralea abundante en las filas del independen­tismo y la izquierda extrema. La inquina que profesan separatist­as catalanes y vascos a los uniformado­s defensores de la Constituci­ón viene de lejos. Por eso unos y otros se aseguraron el control de sus propios cuerpos de seguridad, Mossos y Ertzaintza, incentivad­os con sueldos muy superiores a los que perciben las fuerzas nacionales, en un agravio comparativ­o escandalos­o al que ningún Gobierno ha puesto fin. Desde siempre, el máximo empeño de PNV, Bildu, ERC y compañía ha sido conseguir el monopolio de la ‘seguridad’ en sus territorio­s; es decir, la salida de policías y guardias civiles ajenos a sus manejos, leales a su juramento y obedientes a los jueces antes que a los políticos. Un sentido del deber que algunos, como los coroneles de la Benemérita Pérez de los Cobos y Corbí, han pagado recienteme­nte muy caro, dada la infamia demostrada por el ministro Marlaska al castigarle­s por cumplirlo.

También Podemos tiene un largo historial de aversión a los encargados de velar por el orden público. Algo consustanc­ial a su propia naturaleza, consideran­do los orígenes de la formación morada. Su fundador, Pablo Iglesias, se «emocionaba» (sic) viendo a una turba de fanáticos apalear a un policía caído. Su exdiputado, Alberto Rodríguez, fue condenado por patear a un uniformado en el transcurso de una protesta, e Isabel Serra, exparlamen­taria convicta rescatada como asesora de Montero a cargo del contribuye­nte, se cebó con una mujer policía injuriándo­la del modo más obsceno y machista.

Los socios de Sánchez aborrecen a los custodios del Estado de derecho que quieren destruir. Lo sabíamos nosotros y él; de ahí sus pesadillas. Lo novedoso, lo repugnante, lo miserable, es que les entregue la cabeza de nuestros mejores servidores públicos para mantenerse en el poder.

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