ABC (Andalucía)

De senectute

Cicerón sostenía que la vejez no tiene por qué suponer una merma de los placeres si uno tiene la suerte de gozar de buena salud

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

HACE unos días coincidí con un grupo de amigos de mi edad. Todos tenían entre 64 y 68 años. La conversaci­ón derivó hacia los achaques de quienes hemos entrado en ese periodo de la vida que nos acerca a la vejez. Uno comentó que estaba pendiente de una operación de próstata, otro se quejó de que era diabético y que tenía que medicarse con insulina, un tercero afirmó que sufría altos niveles de colesterol y transamina­sas y el último aseguró que le habían diagnostic­ado una dolencia cardiaca.

Lo cierto es que no conozco a nadie en mi entorno que, superados los 60, se halle bien físicament­e o que no haya sufrido adversidad­es personales o profesiona­les. Dicho de forma coloquial, todos estamos jodidos a esa edad. Y lo peor es la inevitable conciencia de que hemos entrado en el último tramo de nuestra vida y de que el tiempo es limitado.

La vejez es un fastidio, sí, y no me identifico en nada con la visión de mi admirado Marco Tulio Cicerón, el gran orador y estadista romano, que elogiaba esa etapa de la existencia. Al cumplir los 62 años, Cicerón escribió ‘De senectute’, un verdadero vademécum sobre cómo hay que vivir al superar esa edad. Cicerón ensalzaba la experienci­a y la lucidez que aporta la vejez tras dar una serie de consejos sobre cómo mantenerse en buena forma física y mental. Ponía como ejemplo a Catón El Viejo, que, a sus 85 años, era un hombre de Estado que iluminaba la República y gozaba del respeto general.

El escritor romano no tuvo la suerte de apurar sus días y morir de forma natural porque los sicarios de Marco Antonio, con la complicida­d de Octavio, le degollaron en su villa campestre. La cabeza fue llevada ante el dictador, que se burló del autor de las Filípicas que tanto le habían incomodado.

Cicerón sostenía que la vejez no tiene por qué suponer una merma de los placeres si uno tiene la suerte de gozar de buena salud. Me parece que hay unos pocos, muy pocos, que pueden disfrutar de esa ancianidad que era tan valorada en Grecia y Roma, donde se admiraba a hombres longevos como Laertes, Néstor o Príamo por su sabiduría.

En nuestra sociedad, se aparta a los viejos o se les reduce a la condición de estorbos que no sirven para nada. Se les interna en una residencia porque los hijos no pueden acomodarle­s en sus casas, como sucedía antaño. Y, como la vida se ha alargado, acaban por pasar sus últimos años en condicione­s deplorable­s, muchas veces con un deterioro de su capacidad mental.

Soy pesimista sobre el futuro porque la vejez supone una pérdida de ilusión y un escepticis­mo que nos conduce a aislarnos. No veo ninguna de las ventajas de las que hablaba Cicerón, lo que no es óbice para disfrutar de los momentos buenos y de algunos placeres de la vida cotidiana que empiezan a adquirir un significad­o cuando nuestro horizonte se acorta.

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