Penélope en el Támesis
Una guerra comercial no beneficiaría a nadie en estos tiempos pospandemia, tan llenos de incertidumbres
Al igual que la reina de Ítaca, el negociador del Brexit, David Frost, se encuentra en la difícil tesitura de destejer a diario su propia obra, los acuerdos de salida de la Unión Europea. Es muy posible que tenga que hacerlo sin otro fin que ganar tiempo y posponer un poco más la completa aplicación de estos pactos. En su caso, no aparecerá un Odiseo que resuelva la situación y frene a la Comisión Europea. Y es que no parece realista pensar que los representantes del Ejecutivo europeo, que ayer visitaron a Frost en la capital británica, vayan a aceptar que salga gratis tirar por la borda la libre circulación de mercancías dentro de la isla de Irlanda y poner en peligro los acuerdos de paz. Cuando Bruselas aceptó la solución propuesta desde Londres para Irlanda del Norte, Frost y su equipo lo presentaron como un «gran acuerdo». El partido conservador lo utilizó para ganar las elecciones, proclamando que solo ellos conseguirían culminar de modo eficaz el Brexit. Es exactamente el mismo pacto que ahora quieren deshacer, entre quejas y protestas sobre sus nada sorprendentes efectos negativos. Sabían perfectamente que obligaba a crear una frontera entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte y cuáles serían los costes burocráticos, económicos y políticos de esta decisión. Si ahora acaban invocando las cláusulas de salvaguarda previstas y tratan de diseñar un acceso al mercado europeo a la carta y de modo unilateral, desde la UE se tomarán represalias, en principio medidas y proporcionadas.
Sin embargo, una vez Angela Merkel, la única adulta en la habitación, ha dejado el Consejo Europeo, este cónclave se puede dejar influir por los que buscan la confrontación abierta con el Reino Unido. Emmanuel Macron, a las puertas de unas elecciones complicadas, lidera el grupo de halcones. Una guerra comercial no beneficiaría a nadie en estos tiempos pospandemia, en los que todavía hay muchas incertidumbres sobre la recuperación económica. Al final debería imperar el pragmatismo y la flexibilidad, una aproximación a la realidad que durante cientos de años ha acompañado el buen hacer internacional de los británicos.
JOSÉ M. DE AREILZA