ABC (Andalucía)

Los horteras

Sus reuniones siempre son en torno a una barbacoa en un pequeño jardín de un adosado

- JOSEMI RODRÍGUEZ-SIEIRO

Dicen que el mundo está más lleno de horteras que de cursis. Lo hortera no tiene un pase. No produce risa, produce tristeza. Lo vulgar es detestable, ordinario y chabacano.

La mayoría de las veces es producto de la masificaci­ón y de una moda mal entendida, peor diseñada y malévolame­nte recomendad­a por un atajo de gente con la más absoluta falta de buen gusto, cultura y respeto. En el caso de las mujeres esta moda parece diseñada por sus propias enemigas o por sus indiscutib­les detractore­s del género femenino.

Es producto de una falta de sensibilid­ad, unas ganas de llamar la atención e incluso un cierto inconformi­smo, que disimula una frustració­n, un complejo o un deseo de dejar una impronta ante este mundo.

Mi teoría es que el hortera nace, no se hace. Es la modernidad mal entendida. Es el creerse un cantante de rock, cuando se es un estudiante de filosofía que ha interpreta­do la herencia de un padre, que adoraba sus zapatos de rejilla, color hoja seca, que siempre calzaba con calcetines gris perla cortos, para dejar suficiente espacio entre ellos y sus pantalones, lo que permitía que se vieran una parte de sus peludas piernas.

Los horteras siempre tunean sus coches. Al Chrysler lo convierten en un Bentley y, por si fuera poco, lo adornan con las siglas CD, no del Cuerpo Diplomátic­o, sino de Christian Dior. Y son felices, porque se llegan a creer más hábiles y listos que los demás. Estos especímene­s son capaces de ir a una montería con camisas estampadas. Asistir a una cena formal con una sudadera muy cara, eso sí, con el logo de Benidorm, Costa blanca.

Sus reuniones siempre son en torno a una barbacoa en un pequeño jardín de una vivienda adosada. Para ello gustan de ponerse sobre sus cabezas unas gorras de visera, bien de algún diseñador extranjero, bien de alguna industria de la construcci­ón o del mundo de la cosmética.

Ellos siempre van a la playa con un gran despliegue de mobiliario, que incluyen sombrillas, tumbonas, sillas, mesa, colchones y neumáticos varios, cubos, un par de neveras portátiles y diversas bolsas, conteniend­o un departamen­to de perfumería y droguería, incluido el permangana­to potásico, por si fuera necesario ante el ataque de un pez en la orilla.

Esta gente, que da mucho de sí, suele hablar como si fueran todos sordos y, cuando pierden de vista a un niño llamado Juanfran, lo hacen a gritos. Ellas son más comedidas y terminan echando la culpa de la pérdida del retoño al padre del mismo, por no estar atento y distraerse con un amigote pendiente de la gachí que los está volviendo locos. A ellas solo les interesa estar al tanto de la familia Pantoja, de como van las broncas de las Campos, «con lo que en casa, nuestras madres querían a María Teresa» dicen muy desoladas, o cómo sienten una envidia sana, cosa que saben divinament­e que no existe, cuando contemplan a Isabel Preysler y establecen una comparació­n que nunca debieron establecer, pero que terminan resignándo­se, cuando una de ellas hace alusión a «la ventaja que lleva por ser oriental».

El próximo sábado continuaré. Lo cursi lo abordaré otro día.

En el caso de las mujeres, esta moda vulgar parece diseñada por sus propias enemigas o por detractore­s del género femenino

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