Moyano existe
Una estatua de Baroja preside la cuesta, en honor a sus largos paseos a la caza de libros antiguos
Montar la caseta le toma una hora. Recogerla, también. Fernando Plaza tiene 76 años y desde hace sesenta sube la persiana de La Clásica, la caseta número seis y decana de la cuesta. Su padre la compró en 1926 y desde entonces, él y su familia mantienen el negocio. Más de cinco mil volúmenes recubren las paredes de arriba abajo: ediciones de Aguilar de Quevedo, Cervantes o Lope encuadernadas en piel, enciclopedias, anuarios e historias de la pintura, también las colecciones Crisol y Crisolín, esos libros enanos con aspecto de misal. Son las doce del día y en la Cuesta de Moyano los corredores solitarios y los transeúntes con prisa suben en dirección al Retiro.
Si París tiene a sus buquinistas en el Sena y Buenos Aires la calle Corrientes, la Cuesta de Moyano es el enclave madrileño dedicado al libro de ocasión. Junto al Jardín Botánico, entre la Glorieta de Carlos V y el Parque de El Retiro, se despliegan 30 casetas. Al comienzo, en 1919, convivían con puestos de flores y frutas, Ramón Gómez de la Serna les llamaba la Feria del boquerón, por el precio de los libros, casi equivalentes a los del aladroque en la pescadería. Una estatua de Pío Baroja preside la cuesta. El vasco solía recorrerla entera dando caza a un buen legajo.
Se acercan a La Clásica un chico que busca ‘Sapiens’, turistas interesados en las postales y los grabados y dos jovencitas con acento inglés que andan tras la pista de manuales de la Guerra Civil. Fernando apunta las ventas en una libreta y cambia de sitio una edición tapa dura de ‘Un día de cólera’, de Arturo Pérez-Reverte. «Viene mucho por aquí a comprar libros».
A estas alturas Fernando no pide grandes cosas, sólo un buen libro, uno bueno de verdad, para reservarse el gusto de venderlo. Hay algo antiguo y remoto en los ojos de este hombre que envuelve sus respuestas con pocas palabras: «Si tan solo cayera uno bueno». Enmarcada en la ventana de La Clásica, la mañana reluce. Afuera, Madrid sigue a lo suyo. La vida parece eso que ocurre entre libro y libro cuando Fernando los cambia de sitio y los limpia con una bayeta.