Dostoievski y el periodismo unipersonal
Páginas de Espuma publica ‘Diario de un escritor’, una obra que recoge los artículos que el escritor alumbró a lo largo de su vida, y que constituyen una suerte de autorretrato intelectual
En diciembre de 1873 Dostoievski era ya un escritor conocido y reconocido. Habían pasado siete años de su exitazo de ‘Crimen y castigo’, y él ya superaba el medio siglo de edad: tiempo dedicado a la literatura y al periodismo; siempre escribiendo, por placer o por dinero. En esas alguien decidió nombrarlo director de ‘El ciudadano’, una publicación petersburguesa de acento conservador y rusófilo (como él) en la que el genio se reservó una columna para sus cosas. La tituló ‘Diario de un escritor’, y en ella tocó desde la crítica cultural a la crítica social, pasando por la ficción o la correspondencia con sus lectores (el famoso ‘feedback’: era un moderno). Aunque no duró mucho su idilio con el propietario de la revista, apenas doce meses, como amor fugaz e intenso, allí sembró la semilla de un proyecto que iba a ser fundamental para su trayectoria y, por qué no, para la historia de la literatura.
Pasaron los años, y en 1876 el literato al fin consiguió poner en marcha un cuadernillo mensual editado, escrito y financiado por él mismo. Era un espacio de libertad absoluta al que bautizó, claro, como ‘Diario de un escritor’. Allí se entregó a sus filias (‘Anna Karenina’, la madre patria, esas cosas) y fobias (la hipocresía, etcétera), y de alguna forma se autorretrató para la posteridad. En total alumbró veintiún números, cada uno de unas sesenta páginas de libro. «Esto es el testimonio de su última etapa, antes de ‘Los hermanos Karamazov’. Y nos guste más o menos es el compendio de su visión del mundo», afirma Paul Viejo, que ha editado esa ingente producción, además de sus artículos anteriores a 1873, en dos volúmenes de mil páginas cada uno, que acaba de publicar Páginas de Espuma. ¿El nombre del retoño? ‘Diario de un escritor’, por supuesto.
Un acierto rotundo
Viejo apunta que el proyecto de Dostoievski fue un acierto rotundo, y que le permitió ganar el dinero que tanto necesitaba (qué difícil es quitarse la pobreza de encima). Llegó a tener ocho mil suscriptores, a los que deleitaba y entretenía con sus opiniones de los más diversos asuntos, pero también con el relato de sus anécdotas o con las polémicas que mantenía con sus coétaneos, como Turguéniev. A él le afeó que hablara de Rusia desde la distancia, y le acusaba, con sorna, de que ya ni siquiera dominaba bien su lengua. Le preocupaba que su europeísmo terminara por diluir la esencia del pueblo ruso, que para él era fundamental y fundacional. También se atrevía con las finanzas, y la geopolítica, y con la política local. «El ‘Diario de un escritor’ lo tiene que escribir para comer. No es un trabajo artístico, aunque al final yo diría que la mitad es arte y la otra mitad es temporal», sentencia el eslavista.
Tal vez el tema más recurrente del ruso en esta obra, o uno de los que más se repiten, es el de la mentira. Era algo que le obsesionaba. En un texto de 1873 se pregunta: «¿Por qué todos mienten, todos hasta el último?» Y a continuación elabora una suerte de teoría sociológica para explicarlo, para explicarse. Según su parecer, el pueblo ruso tiene «miedo a la verdad», porque la ven como «algo triste y prosaico, nada poético, demasiado vulgar», y prefieren la fantasía, la utopía, porque al mirarse en el espejo muchos sienten vergüenza. En enero de 1881, poco antes de morir, Dostoievski insistía otra vez: «El pueblo busca la verdad y la salida hacia ella incesantemente y no lo encontrará [sic]». El número donde se publicó esa frase fue el último de ‘Diario de un escritor’. El permiso de la censura le fue concedido el 28 de enero de 1881, pero ese día Fiódor Mijaílovich Dostoievski murió.