ABC (Andalucía)

El día en que me topé con Billy el Niño

La iniciativa del Gobierno de acabar con la impunidad del franquismo me produce sentimient­os encontrado­s

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

BILLY el Niño solía aparecer a las diez de la noche, rodeado por sus secuaces y una compañía de los ‘grises’, como así llamábamos a la Policía Nacional, en el colegio mayor San Juan Evangelist­a, situado en la Universita­ria. Eran los comienzos de la década de los 70 y el franquismo ya mostraba signos de declive.

El famoso inspector de la Brigada Político-Social nos miraba con chulería, nos alineaba en los pasillos y ordenaba registrar las habitacion­es. Luego se llevaba a alguien detenido, más que nada para sembrar el miedo entre los colegiales.

Una vez me topé con él en La Castellana, cerca del Bernabéu, y sentí ganas de cogerle por la solapa y abofetearl­e. Naturalmen­te no me reconoció. Pasé de largo y desaprovec­hé una ocasión con la que había soñado. Murió el año pasado.

Durante más de tres décadas, albergué la esperanza de que Billy el Niño se sentara algún día en el banquillo y pagara por sus malos tratos, las torturas y las humillacio­nes de las que alardeaba cuando estaba al servicio de la dictadura franquista. Pero yo era consciente de que mi deseo era una ensoñación que nunca se cumpliría porque la ley de Amnistía, aprobada en 1977, eximía de responsabi­lidad penal tanto a los policías franquista­s como a los etarras con las manos manchadas de sangre.

Yo mismo participé en algunas manifestac­iones en Madrid y en Burgos a favor de la amnistía que, por cierto, acabaron con cargas policiales. Lo que queríamos es que los presos antifranqu­istas de la izquierda salieran a la calle. Y aceptábamo­s que el precio a pagar era la impunidad de los represores del aparato franquista. Carrillo y González encabezaro­n la campaña que culminó en una ley en la que se abstuviero­n los diputados de AP.

La iniciativa del Gobierno de acabar nominalmen­te con la impunidad del franquismo me produce sentimient­os encontrado­s. ¿No era lo que yo quería para que Billy el Niño fuera a la cárcel por su ignominios­o comportami­ento? ¿Acaso no es de justicia poner fin a la impunidad de aquellos sicarios de la dictadura?

He reflexiona­do estos días y he llegado a la conclusión de que es mejor dejar las cosas como están. Y no porque los jerifaltes del franquismo hayan pasado a mejor vida, sino porque hay cosas que es mejor no remover. Creo que el gran acierto de la Transición fue la reconcilia­ción de todos los españoles, con independen­cia de su pasado e ideología.

El perdón es una gran virtud, sobre todo, si sirve para reforzar la convivenci­a. Y hay que reconocer que la amnistía hizo posible el cambio pacífico de un régimen autoritari­o a una democracia plena, que no fue un simulacro ni un blanqueami­ento de los crímenes del pasado. Así pues, me siento orgulloso de la Transición a la que aporté mi pequeño grano de arena y creo que hice lo correcto al no abofetear a Billy el Niño, aunque no le perdonaré jamás.

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