Régimen gusanero
La Ley de Memoria Democrática es mucho más que un acto oportunista, es la delimitación del núcleo sagrado de lo político en España
HAY quien rebaja la importancia de la Ley de Memoria Democrática con el argumento de que se trata de una ‘cortina de humo’ o señalando sus límites: la amnistía, la irretroactividad y el hecho natural de que van quedando pocos franquistas vivos. Esto no frena a los impulsores de la ley, pues su importancia es simbólica y política. No es un alivio oportunista, es la construcción de algo mucho más importante, la construcción de enormes fuentes de legitimidad y el dibujo de las líneas que configuran el espacio sagrado del Estado, sagrado en un sentido no religioso, sagrado en el sentido agambeniano de la excepcionalidad, de lo situado fuera del espacio político del Estado.
Esto se vio muy claramente en la exhumación de Franco, una estatalización de su cadáver en la que se decidió dónde descansaría y en qué condiciones.
Esta operación, apoyada por la Justicia y con amparo casi unánime de partidos y medios, sometió a control la ‘corporeidad’ de Franco, mientras que las leyes de memoria controlaban su figura y legado.
Esto permite observar una dualidad, una oposición clave en el Estado, o mejor, en su exterioridad.
Por un lado, el soberano, que está por encima de las leyes, capaz de decidir el estado de excepción o de perdonar al condenado por un juez (muy reciente).
Por el otro, por debajo, lo abominable, lo execrable y repulsivo: Franco. Su cadáver se hace invisitable, se le condena a una especie de eterno destierro privado, se le expulsa de la historia y de la política, y sus ideas, su memoria y su figura se convierten en tabú, prohibidas, indignas de un espacio público, fuera de la esfera del Estado. No es lo sagrado por venerable, ¡es sagrado por indecible!
El cadáver de Franco es fundamental para ello. El control de su cuerpo y su memoria es una de las escotillas del Estado, la otra es el poder soberano. Pero al que lo ostenta... ¿de dónde le viene? El Estado actual es el Estado de Franco, en plena continuidad, y el origen de la soberanía está en un acto de fuerza en la Guerra Civil.
Ese Estado, que es constitutiva y continuistamente franquista, a la vez es antifranquista, solemne e ideológicamente antifranquista, y expulsa a Franco de toda memoria y espacio. Como dijo Bergamín, «es una democracia de gusanos que se está comiendo todavía el cadáver de Franco». El control del cadáver no es solo propaganda, es fuente de ‘gusanera’ legitimidad y soberanía. De ese cadáver-estatal que es momia de Estado (Estado sepulturero) y a la vez está fuera del Estado comen y comen y comen en bucle de franquista necrofagia antifranquista.
La Ley de Memoria Democrática es mucho más que un acto oportunista, es la delimitación del núcleo sagrado de lo político en España.
El Estado actual es franquismo antifranquista o antifranquismo franquista. Es un Estado perpetuamente franquista y, por serlo, a la vez vive de ser perpetuamente antifranquista, de controlar su memoria, su figura y su cadáver.