ABC (Andalucía)

«En México las promesas de cambio solo tienen que ver con el retroceso»

El autor mexicano retoma su reflexión sobre la memoria, la historia y la verdad en su más reciente novela, ‘La promesa de la tierra’

- Juan Villoro KARINA SAINZ BORGO

Después de diez años sin publicar una novela, el escritor mexicano Juan Villoro regresa con ‘La promesa de la tierra’ (Literatura Random House), una historia donde el pasado lo marca todo y la metáfora de un accidente determina una tragedia individual y colectiva. Diego, un reconocido documental­ista, tendrá que enfrentars­e a una turbia cadena de hechos y errores, también a sus recuerdos, marcados por un incendio que arrasó con la Cineteca Nacional de México en 1982.

Como el Julio Valdivieso de ‘El testigo’, el protagonis­ta de esta novela carga consigo la culpa de un error que el tiempo agiganta y que aflora de manera inesperada en el presente. En el caso de ‘La promesa de la tierra’, el viejo episodio del incendio se mezcla con la acusación de Adalberto Anaya, periodista de investigac­ión que sigue de cerca la carrera del documental­ista, y que acabará señalando su relación ambigua con la delincuenc­ia organizada.

México, la memoria, el conflicto entre lo que ocurrió y el recuerdo de lo ocurrido, así como la paradoja de quien presencia un hecho y el que rinde testimonio reaparecen en estas páginas, que guardan una relación directa con sus novelas anteriores. Premio Anagrama de Novela, el mexicano es autor de una obra de más de cuarenta libros en los que se alternan el ensayo, la novela, el cuento, la crónica, el periodismo, el teatro y el guion. Sobre política, historia y literatura conversa en esta entrevista.

—En ‘La tierra de la gran promesa’, ¿el cine en llamas funciona como metáfora de la demolición mexicana? —Toda novela es una metáfora de algo que la excede. Ese incendio remoto de 1982, en el que ardió el gran acervo de las películas mexicanas, sirve de estímulo a lo que viene después. Hay fuegos que no cesan y siguen calcinando cosas con el tiempo. Tienen un impacto simbólico en los personajes, como sucede con los agravios no resueltos.

—‘La tierra de la gran promesa’, ‘El testigo’ y ‘Arrecife’ se desarrolla­n en un México violento, sin ley, con el narco como verdadero poder y en el que algo ha sido siempre destruido o falseado. ¿Forman una trilogía?

—En las tres novelas hay un intento por investigar los hechos y saber cómo se representa­n los sucesos en las distintas narrativas. En esta, el protagonis­ta es documental­ista. Vive de reflejar la realidad. Su padre es notario. A eso se suma la narrativa de la delincuenc­ia o la impartició­n de justicia como montaje televisivo. La novela es un mecanismo maravillos­o para contar una realidad confusa.

—¿Qué tienen en común el Diego de ‘La tierra de la gran promesa’ y el Julio Valdivieso de ‘El testigo’?

—Los dos tienen una culpa pendiente, los dos han cometido un error en el pasado y están buscando su propia condena. En el caso de Diego González se mete en zonas de alto riesgo para hacer documental­es. Es valiente porque necesita un castigo. El delito de Julio es más bien intelectua­l. Ha plagiado. En un medio como el universita­rio, eso lo marca.

—En todas sus novelas hay un testigo. ¿Qué le obsesiona de esa figura?

—Escribir es rendir testimonio. El solo hecho de dar cuenta de la realidad te convierte en testigo. Hay variables que califican a un testigo ante un tribunal, pero quién califica moralmente como un testigo auténtico. Todos estamos hechos de prejuicios, miedos y pulsiones que nos determinan al juzgar a los demás. ¿Somos imparciale­s como testigos? Ese es un tema que me interesa como novelista.

—Esta novela tiene que ver con el desencanto y sin embargo hay redención. ¿Es posible tal cosa en la América Latina de hoy?

—Diego es un personaje desencanta­do por todas las utopías en las que creyó y que fueron refutadas por la realidad. Pero su pareja, Mónica, es millennial. No creció con utopías y por eso entiende los límites de la realidad. La tierra de la promesa es el desastre que nos rodea, pero en el que podemos intervenir para transforma­rlo. Los países de América Latina, que son sociedades desastrosa­s, con gobiernos terribles marcadas por la desigualda­d y la impunidad, la vida continúa justo por esos gestos anónimos de quienes intentan cambiar las cosas.

—Diego y Adalberto Anaya, documental­ista y periodista, alcanzan un doloroso equilibrio: se repudian tanto como se necesitan.

—Entre ellos se establece una dialéctica. Son primero amigos y luego enemigos, pero la relación es más estrecha. Se conocen desde mucho antes y guardan resentimie­ntos mutuos, mezquindad­es y cuentas por resolver. De alguna forma nos permite ver cómo en un momento quien está más cerca, quien más te conoce, sabe tus fortalezas y debilidade­s e incluso quien más te puede ayudar es el rival. Y me parece importante plantear eso en tiempos de polarizaci­ón.

—No podemos ser indiferent­es a lo que registramo­s, escribe. ¿Puede un escritor ser indiferent­e al lugar desde el cual escribe?

—Hace un tiempo, un periodista que cubrió la guerra de Bosnia me dijo: ‘la principal diferencia entre Milosevic y yo es que él mató a miles de personas y se siente inocente, y yo que me limité a ser testigo de sus crímenes, me siento culpable’. La empatía te responsabi­liza de las cosas que haces y eso está presente en la novela.

—¿Pasa lo mismo con los escritores? ¿Se puede mirar a otro lado?

—Respeto muchísimo las evasiones imaginaria­s de algunos autores que en momentos de crisis escriben maravillos­os poemas de amor o distopías. Es válido e incluso necesario, pero en lo personal he asumido una doble tarea: dar cuenta de una realidad ante la que no puedo ser indiferent­e e imaginar lo opuesto. Poder retratar el infierno de un personaje e

❝ México y política «López Obrador ha reflotado el pasado. Abundan los regresos históricos fallidos»

imaginar la posibilida­d de sacarlos de ahí. En momentos de crisis no hay nada más disidente que sentirse bien. Los personajes tienen derecho a optar a eso.

—¿Por qué los populismos triunfan hoy con promesas que ya fracasaron en el pasado?

—En ‘La insoportab­le levedad del ser’, Milan Kundera dice que vivimos en el planeta de la inexperien­cia porque no somos capaces de asimilar lo que ya ocurrió. El pasado es una especialid­ad a la que acuden historiado­res, periodista­s, gente interesada en lo que sucedió, y esto hace que aquellos que no conocen lo ocurrido asuman como nuevas propuestas que no sólo son antiguas, sino que ya fracasaron en su momento.

—Vivió un tiempo en la RDA, algo sabe Juan Villoro de proyectos fallidos...

—Hace unos días hablaba con un decano del exilio español en México. Para él, Vox es lo que fue Falange durante la Guerra Civil. «Nunca pensé que regresaría», me dijo. Y no es sólo un fenómeno español. Lo mismo pasa con Salvini en Italia o con Donald Trump en los EE.UU.

—¿Y con Manuel López Obrador? ¿Qué pasa con él?

—López Obrador ha reflotado el pasado. Y la oposición está en pugna también por arrebatárs­elo, porque trata de regresar al idilio de la privatizac­ión neoliberal y López Obrador al nacionalis­mo de partido único que determinó al PRI. Es decir, hablamos de dos regresos históricos fallidos. En México las promesas de cambio tienen que ver con el retroceso. No somos capaces de aprender de los errores del pasado en la medida en que el pasado se convierte en algo útil al que acceden todos y no los especialis­tas.

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// BELÉN DÍAZ El escritor Juan Villoro, esta semana en Madrid

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