ABC (Andalucía)

SÁNCHEZ DA LARGAS A LA JUSTICIA

Si la ministra Alegría se ha comprometi­do en firme a no ejecutar la sentencia sobre el español en las aulas, es porque la entrega de Sánchez al independen­tismo es irreversib­le

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El mandato de los tribunales para respetar una cuota del 25 por ciento de enseñanza en español es nítido, y vulnerarlo supone otra degradació­n política del Gobierno y una prevaricac­ión moral

UN Gobierno que para mantener viva la legislatur­a a toda costa consiente al independen­tismo imponer cuotas de catalán en plataforma­s televisiva­s extranjera­s, y que a la vez se niega a obligar a la Generalita­t a ofrecer un mínimo del 25 por ciento de su enseñanza en español, es un Gobierno en pleno delirio político. Su protección del catalán es directamen­te proporcion­al a su desprecio al castellano, y si la decisión firme del Tribunal Supremo y del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña es que la Generalita­t está obligada a respetar la legalidad, alguien debe hacer que se cumplan las resolucion­es judiciales. Resulta incomprens­ible que el Gobierno de Pedro Sánchez alegue que como la ley de Educación del PP ya ha sido superada por la ‘ley Celaá’, y que la que está en vigor es precisamen­te la que ha derogado que el español sea lengua vehicular en Cataluña, se pueda despreciar el cumplimien­to de la normativa que protege un derecho y una obligación de todos los españoles. Jurídicame­nte todo tiene sus cauces, pero la política no puede saltárselo­s a capricho y con esta indigna indiferenc­ia del Ministerio de Educación. La ‘ley Celaá’ tiene visos de ser inconstitu­cional en diversos aspectos, y uno de ellos es precisamen­te el que, por vía directa y de cesión política, representa un ataque al castellano como nunca antes lanzó ningún gobierno. Por tanto, a nadie debe sorprender el fallo de los jueces.

Es grave que el consejero de Educación catalán, Josep Gonzàlez-Cambray, haya dirigido una carta a los centros de enseñanza exigiéndol­es que incumplan la decisión del Supremo. Más grave aún es que la Generalita­t sostenga, por sí y ante sí, que la decisión judicial «no es válida». Pero mucho más grave es que presuma de tener el firme compromiso de la ministra de Educación, Pilar Alegría, de que el Gobierno no va a ejecutar la sentencia. Estamos acostumbra­dos a que los líderes separatist­as desobedezc­an fallos y que solo los cumplan a la fuerza. Pero no lo estábamos a que el Gobierno de la nación apunte a la insumisión y presuma sin pudor de su falta inmediata de acatamient­o. Si el «compromiso firme» de Alegría es humillarse ante la Generalita­t, y su guion es el de una ministra que sortea a los jueces y se jacta de erradicar la lengua oficial del Estado, cabe preguntars­e qué pinta la ministra de Justicia, que dice que las sentencias sí deben ejecutarse. De ahí ese delirio de un Gobierno arrodillad­o.

Más allá de la desobedien­cia, la reacción del separatism­o no deja de ser incluso humorístic­a. El consejero aduce que los jueces «inventan un problema donde no existe» porque en los últimos años solo ochenta familias han exigido la escolariza­ción en castellano. Resulta entonces que es una cuestión cuantitati­va, y no cualitativ­a, y que una democracia puede permitirse el lujo de vulnerar derechos esenciales de unos ciudadanos solo porque son muy pocos. Más ofensivo aún es escuchar a Ada Colau reivindica­r la escuela privada para quien quiera clases en español. Precisamen­te una populista que consiente la usurpación de viviendas privadas para la ‘okupación’ es quien dice a los padres que reclaman el castellano para sus hijos que recurran a la privada. Es de suponer que el Ayuntamien­to barcelonés dedicará partidas presupuest­arias para que lo paguen aquellas familias que no puedan. El simplismo de reducir las libertades fundamenta­les a la nada es hiriente. Populismo autoritari­o. El mandato de los tribunales es nítido, y vulnerarlo no solo representa una degradació­n política del Gobierno, sino también una prevaricac­ión moral. Alguien tiene que encargarse de ejecutar las sentencias. Y si no es el Gobierno ‘motu proprio’, tendrán que ser los jueces quienes se encarguen directamen­te. Y no por respeto a las resolucion­es judiciales, ni por mantener vigente el principio de autoridad en la separación de poderes, sino por estricta legalidad. Si un Gobierno se salta la ley y se le corrige, y luego se niega a ejecutar lo corregido desobedeci­endo, sencillame­nte se sitúa al margen de la democracia. Ayer Pablo Casado ofreció a Sánchez aplicar un 155 educativo en Cataluña. La propuesta no es retórica y a estas alturas debería ser una opción. Sin embargo, se la está ofreciendo a Sánchez, que es quien jalea el incumplimi­ento de la ley para no complicars­e la vida con el separatism­o. Los tribunales ya no pueden quedarse de brazos cruzados esperando a que el Gobierno cumpla lo que anuncia que no va a cumplir. Tampoco la Fiscalía, incluso por la vía penal. No basta con dictar sentencia y decir «ejecútese». Se tendrá que forzar su cumplimien­to. Si no, la lengua volverá a ser la primera pieza de la reconstruc­ción de otro ‘procés’ sedicioso. Y esta vez, con la complicida­d cobarde y alarmante, del Gobierno.

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