ABC (Andalucía)

Dos volteriano­s

Casi cien frailes mataron las hordas madrileñas en el verano de 1834 por el rumor (¡siempre la Ciencia!) de ser los causantes de la epidemia de cólera

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

EN España sólo sé de dos volteriano­s: Octavio Granado, profesor de secundaria, y Arcadi Espada, periodista. Con Granado coincidí en el Instituto Diego Porcelos de Burgos. Corría el 75 y lo evocamos entrando a clase de Doña Alí al grito de «¡Hay huelga! ¡Nos vamos del aula!» Como era hijo de librero, Doña Alí lo tenía por volteriano, y con los ojos en blanco accedía a los deseos del ‘ilustrado’ que luego terminaría llevándole­s la Seguridad Social (SS), ese hito franquista (piedra angular del totalitari­o Estado de Bienestar), a Zapatero y a Sánchez.

–Ahora vivimos seis años más que cuando llegó la Democracia: es un éxito impresiona­nte –dice Granado para compensar la quiebra de la SS.

Con Espada no coincidí nunca, pero acredita brillantez (gracias a él, muchos creen que la Ilustració­n consiste en escribir ‘dios’ por ‘Dios’) y soluciones ingeniosas para sanar la SS, aunque su liberalism­o estatista no viene de Voltaire, sino de Saint-Simon, padre del Estado de bienestar, una idea, nos recuerda Negro, del comunista Baboeuf cruzada con el ‘Estado social’ alemán: un monstruo de Horacio. Un Estado sin libertad, criticaba Marcuse, lectura de la época en el Instituto con Granado, pero ¿a quién importó nunca la libertad en España?

En España lo que importa, como vieron los Costus, es quién da la vez en el ambulatori­o. Espada, que ya propuso sacar del gasto estatal a los discapacit­ados cuyos padres hubieran estado avisados por el Estado, propone ahora que los no vacunados (¡desobedien­cia al Estado!) paguen sus tratamient­os. No me parece mal: si el Estado me devolviera todas las cotizacion­es desde julio del 79 me daría para un seguro privado que me cubriría un tratamient­o como el de Calvo de Cabra. Los fondos pueden salir de la supresión de la obscena subvención, radicalmen­te antidemocr­ática, a los partidos políticos.

Casi cien frailes mataron las hordas madrileñas en el verano de 1834 por el rumor (¡siempre la Ciencia!) de ser los causantes de la epidemia de cólera.

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