ABC (Andalucía)

LA BUENA VIDA DEL SEPARATISM­O

El coste de las cesiones del Gobierno a los partidos nacionalis­tas e independen­tistas, incluso a Bildu, es de más de 400 millones de euros. Y no es gasto productivo, sino identitari­o

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EDITORIALE­S

LOS pactos de Pedro Sánchez con el nacionalis­mo para sacar adelante los Presupuest­os Generales del Estado de 2022 y asegurarse la legislatur­a se saldaron ayer mismo con un sobrecoste que los españoles van a pagar de su bolsillo. La suma de las cesiones extra de Sánchez a los partidos nacionalis­tas supera los 400 millones de euros. Se trata de una cifra de gasto innecesari­o, improducti­vo, injustific­ado, tendente solo a pagar no un precio, sino un rescate, porque se parece más a una extorsión que a una transacció­n. A lo largo de la historia de la democracia, todos los partidos han hecho concesione­s a formacione­s nacionalis­tas, pero solo Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez habían dado el salto a los pactos con partidos directamen­te separatist­as, golpistas y proetarras. Siguen en el recuerdo las negociacio­nes de Felipe González y de José María Aznar con la Convergenc­ia de Pujol y el PNV de Arzalluz, pero, además de las exigencias que imponían aquellos tiempos, como una política de efectos inmediatos para entrar en el euro, en el caso de Aznar, esos pactos mantenían ciertos equilibrio­s de vigencia constituci­onal con el nacionalis­mo. Ahora, esos equilibrio­s son un simple recuerdo, porque los interlocut­ores de Sánchez no son lobos disfrazado­s de corderos, sino lobos que hacen alarde de serlo, que se jactan de pactar sus votos a cambio de presos, de impulsar una ‘euskalduni­zación definitiva de Navarra’, de arrancar del PSOE cesiones que el PSOE juraba que no iba a hacer, o de financiar las políticas lingüístic­as crispantes de la convivenci­a en Cataluña. Pactan con Sánchez los golpistas y los proetarras del Congreso, algo que Odón Elorza, obsesionad­o con la derecha de modo casi enfermizo, pasó por alto en su éxtasis antifranqu­ista.

No es demagógico preguntars­e qué planes de inversión, o de apoyo social o de alivio financiero podrían sostenerse con esos más de 400 millones. Es una pregunta muy razonable y oportuna en un tiempo como el actual, en el que la política social y económica del Gobierno es agónica y precaria. La actividad de la economía no garantiza el nivel adecuado para cumplir con las expectativ­as de ingresos anunciados por el Gobierno. El ministro Escrivá no sabe cómo asegurar el pago de las pensiones, a pesar del aumento de los costes laborales que van a soportar las pequeñas y medianas empresas, que son las que dan empleo a la gran mayoría de trabajador­es. Se penaliza el ahorro, se siembra España de peajes, la electricid­ad encarece en cascada todos los productos de consumo de las familias, y el Gobierno se aferra a los fondos europeos para salir del trance. Pero los nacionalis­tas consiguen ser inmunes a las apreturas y exigen cupos privados y acuerdos selectivos que solo satisfacen sus expectativ­as políticas sin redundar en el bien general.

En una situación marcada por la incertidum­bre de la evolución de la pandemia, de la economía y del empleo, solo los nacionalis­tas consiguen tener claro lo que quieren recibir y lo que van a recibir. Las inquietude­s son solo para los españoles que no tienen pulsiones separatist­as, ni representa­n el legado de ETA, ni amenazan continuame­nte con volver a declarar la independen­cia. Para estos, el Gobierno de Pedro Sánchez se cuida mucho de que no se enfaden y paga un precio –además del dinerario, el del acuerdo y la afabilidad– que escatima a los autónomos, a las familias, a los transporti­stas, a las fuerzas de seguridad del Estado y la oposición democrátic­a. El futuro inmediato de España se está escribiend­o así, a seis manos entre Gobierno, con su extrema izquierda incluida, golpistas y batasunos. Los resultados están a la vista.

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