ABC (Andalucía)

Histórica restauraci­ón en el Palacio de Carlos V de la Alhambra

El Patronato inicia las obras en la imponente fachada de la que fuera la residencia de verano del emperador El deterioro de las portadas ha dejado a su paso grietas, fracturas e incluso entradas del agua entre sus muros

- ÁLVARO HOLGADO

Amenudo el Palacio de Carlos V es considerad­o por algunos historiado­res del arte como un objeto extraño para la Alhambra. Sus obras comenzaron apenas 30 años después de la conquista de Granada, en 1527, tras decidir el propio emperador, nieto de los Reyes Católicos, que quería ubicar allí su residencia de verano. Impresiona­do tras su visita a tierras andaluzas con motivo de su boda, cuenta la historia que los jardines nazaríes de aquella colina granadina hicieron huella en el monarca. Sin embargo, poco tiene que ver lo que motivó su decisión con el fondo y forma de su resultado: una naturaleza clásica netamente europea, esbozada en aquel inmenso edificio el arquitecto Pedro Machuca, conocido como una de las ‘águilas’ del Renacimien­to español. Se parecen uno a otro, cogiendo el dicho castellano, como un huevo a una castaña.

Sin embargo, pasados los siglos, es casi imposible entender sin él el que a día de hoy es el complejo monumental más turístico del país. Quizás por su robustez, al contrario que otras infraestru­cturas más frágiles de su alrededor, no ha tenido restauraci­ones muy intensas o prolongada­s en el tiempo. En estos momentos, sin ir más lejos, se está llevando a cabo la primera restauraci­ón de sus fachadas en su historia. La obra terminó en 1557. Casi 500 años después, se trata de la primera vez, al menos documentad­a, en que unos andamios copan su paisaje.

El montante invertido para el proyecto por el Patronato de la Alhambra asciende a 820.000 euros. Semejante cantidad, procedente de fondos Feder, sirve a un equipo multidisci­plinar de restaurado­res, historiado­res y arquitecto­s para, en primer lugar, conocer de cerca cuál era el estado exacto de los 28 relieves que pueblan sus dos portadas con pedestales de alegorías y batallas. A esto, además, se deben sumar tondos, relieves de tímpanos y esculturas exentas que cuentan, finalmente, hasta 31 representa­ciones de figuras humanas.

Grietas y fracturas

Por la altura, hasta que se ha puesto en marcha el proyecto, a no ser que fuera desde lejos y con prismático­s, el deterioro era imposible de percibir. De hecho, desde abajo se diría que todo está intacto. Nada más lejos de la realidad: ninfas sin nariz, ángeles con alas rotas, grietas, fracturas, polvo endurecido, líquenes e incluso la piedra caliza de Sierra Elvira, uno de los materiales que la componen junto al mármol de macael y la serpentina, disuelta como azucarillo solo al pasar el dedo.

La obra consta de dos andamios: uno en la fachada oeste y otro en la fachada

sur. Dos mundos antagónico­s desde el punto de vista de la restauraci­ón. La luz y la oscuridad. A la fachada oeste la desgasta el sol de frente que se expande sobremaner­a en ella los días de verano. A la parte sur la envuelven la humedad y la sombra. Ambas, sin embargo, guardan relación con la principal problemáti­ca: la lluvia. El agua que entra por sus grietas y que con el viento y demás precipitac­iones han ido creando depósito en ellas.

Riesgo de derrumbe

Resulta sorprenden­te, aun así, que después de cinco siglos esos sean los ‘únicos’ problemas. Aunque tal y como explica la jefa del departamen­to de restauraci­ón del edificio, Elena Corral, incluso había peligro de derrumbe en algunas zonas. «Ahora mismo estamos en la fase de estudio constructi­vo, analizando cómo se levantaron las portadas y, sobre todo, qué causa las alteracion­es. Hablamos de una estructura de piedra, de muchísima durabilida­d. Pero sí, hay zonas que están muy mal, aunque solo se restrinja a algunas áreas: los cantos de las columnas, cornisas, las esculturas… se está intervinie­ndo a tiempo y eso es lo positivo».

La etapa de consolidac­ión del edificio durante esta fase de estudio intenta tapar esas grietas por donde pasa el agua. Además, ha habido sorpresas. El paso del tiempo no solo ha dejado un poso natural, sino también humano. Como prueba, uno de los detalles descubiert­os por los restaurado­res: las pátinas de óxido artificial­es con las que nadie contaba y que debieron realizarse en alguno de los contados momentos históricos en que artistas de cada época integraron sus trabajos escultóric­os en las fachadas. «Tenemos que elegir cómo tratar cada uno de ellos en el proceso de limpieza y ver con qué método se elimina mejor cada capa», resume Corral. Entre el impacto humano, además, cómo no, también están los grafitis. No hay un solo rincón de Granada que no tenga uno, y el Palacio de Carlos V no es una excepción. Todos datan, eso sí, del siglo XIX o XX, aunque ninguno de los especialis­tas parece explicarse cómo pudieron escalar tan alto. Teniendo en cuenta que esta es la primera restauraci­ón en la historia de la fachada, desde luego, en un andamio no fue.

Entre las diversas vías de trabajo que tiene este proyecto, que durará alrededor de un año, está la de la documentac­ión. «Para nosotros es fundamenta­l conocer y documentar lo que se está haciendo, sobre todo para las siguientes generacion­es», señala Rocío Díaz, directora del Patronato de la Alhambra y el Generalife. El complejo monumental de la Alhambra, explica con entusiasmo, debe estar, en su opinión, siempre «en constante movimiento». A raíz del tema, remarca, entusiasma­da, algo quizás inusual en lo que respecta al tratamient­o del patrimonio y su importanci­a en España: «Siempre me alegra ver un andamio o una obra haciéndose en la Alhambra. Esto tiene que ser siempre así y quienes vienen tienen que entender que es bueno. Nuestra tarea es mostrarlo, que se vea. Significa que se está invirtiend­o. Aquí tenemos el ejemplo».

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// ANTONIO L. JUÁREZ Sobre estas líneas, dos imágenes de los trabajos en las portadas del palacio en el monumento nazarí
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Arriba, andamio en una de las portadas del Palacio de Carlos V en la Alhambra. A la derecha, detalle de uno de los bellos relieves
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