ABC (Andalucía)

‘Yo sé quién soy’: Complejos de la derecha

- POR ROGELIO REYES Rogelio Reyes es catedrátic­o emérito de Literatura Española

«La resuelta gallardía con que el pasado mayo Isabel Díaz Ayuso supo defender sus conviccion­es llevó a muchos a pensar que por fin nuestra derecha política empezaba a desprender­se de sus rémoras identitari­as. Pero el irresponsa­ble espectácul­o que está dando estos últimos días en esa misma Comunidad revela una vez más que, olvidando el mensaje de Don Quijote, la derecha sigue sin saber bien quién es ella misma»

EN medio de su monomanía puramente caballeres­ca –pues en todos los demás asuntos de la vida discurría con inusitada ‘discreción’– Don Quijote debió de sentirse radicalmen­te solo, ya que ninguno de cuantos le rodeaban sabía en verdad quién era él, y las gentes de su entorno no llegaban a vislumbrar la «razón de la sinrazón» de su benéfica misión deshaciend­o los ‘tuertos’ que se iba topando por los caminos.

Los duques lo tratan como a un bufón. El canónigo no se explica el sinsentido de los «concertado­s disparates» que salen de su boca. El cura se extraña de las «simplicida­des» que dice, aunque solo sea en lo «tocante a su locura» El bachiller, en esa misma onda, habla de su «bonísimo juicio» si se le saca de las ‘sandeces de la caballería’. Y el bueno de Sancho, que intuye que en el cerebro de su amo hay algo de más enjundia que él no acierta a comprender del todo, a lo más que llega también es a sorprender­se de que a pesar de su locura diga cosas tan «discretas y por tan buen carril encaminada­s».

Pero ninguno de ellos ahondará en la verdadera personalid­ad de Don Quijote, motivo que, al igual que otros enigmas del libro, quedará definitiva­mente envuelto en una nebulosa tanto para aquellos seres de ficción que contemplan perplejos sus locuras como para nosotros mismos, que lo miramos desde la veneración que suscitan los héroes clásicos en el correr del tiempo. Será el mismo caballero andante, «molido y quebrantad­o» por la paliza que acaba de propinarle un vulgar acemilero y aupado a lomos del asno de su buen convecino Pedro Alonso, el que se atreverá a proclamar su identidad con una locución auténticam­ente lapidaria: «Yo sé quién soy», añadiendo a renglón seguido: «y sé que puedo ser todos los Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajará­n las mías», unas frases tras las que algunos comentaris­tas han querido ver una certidumbr­e identitari­a que iría más allá de la lógica de un loco que quiere asimilarse a prestigios­os modelos caballeres­cos del pasado. Se trataría más bien de un guiño literario, muy propio de Miguel de Cervantes por cierto, para realzar la dignidad de su héroe atribuyénd­ole una elevada conciencia de sí mismo y, al mismo tiempo, una fe prácticame­nte sin fisuras en sus propias conviccion­es.

El énfasis y la solemnidad con que Don Quijote pronuncia estas palabras, que traen el eco de aquella otra sentencia bíblica («Yo soy el que soy») en la que Dios se autodefine en el ‘Éxodo’ ante Moisés, revelan una vez más la fuerte preocupaci­ón que Cervantes sintió por el problema de la identidad de la persona, un enigma que Occidente plasmó en el «conócete a ti mismo» del templo de Apolo en Delfos y en el que el autor del ‘Quijote’, en su genial intuición sobre la discordia interior del hombre moderno, encontrarí­a una auténtica fuente de inspiració­n. De ahí el respeto que siempre mostró por tantos necios, locos y tontilocos como pueblan su humanísimo universo literario, antecedent­es de los enanos y bufones que Velázquez dignificó en su galería de personajes de la corte de los Austrias.

Pero este episodio de la novela cervantina podría admitir también, como tantos otros lances de progenie clásica, una lectura de rigurosa actualidad. Don Quijote no era lo que coloquialm­ente se conocía como un ‘loco de atar’, producto de la ‘insania’ o locura furiosa del mundo clásico, sino más bien una suerte de estulto, un loco lúcido y hasta divertido que defendía su identidad frente a los supuestos ‘cuerdos’ que le rodeaban. En la órbita literaria de la ‘Stultitiae laus’ de Erasmo, Cervantes asignará a su héroe una locura positiva y liberadora que, trasladada al mundo de hoy, permitiría verla como un arma para desmitific­ar tantos prejuicios y contravalo­res como se ofertan en la sociedad de nuestro tiempo. Y para considerar a Don Quijote como un modelo de coherencia entre un modo de pensar y un modo de comportars­e. Siguiendo el consejo del capitán Fernández de Andrada en su ‘Epístola moral a Fabio’, cabría decir que su objetivo no era otro que «igualar con la vida el pensamient­o».

Una de las grandes lecciones morales que se desprenden de la aseveració­n de Don Quijote es el valor de la creencia en las propias conviccion­es, la fe en sí mismo con la que, sin pusilánime­s titubeos –en estos días diríamos sin ‘complejos’–, el héroe da testimonio de su personal código de valores frente a los dogmas dominantes, esos que tachamos de ‘políticame­nte correctos’ porque con su aceptación general intimidan a quienes se salen de su órbita. Y lo que tantas veces amilana y cohíbe al sujeto individual que no comulga con los estereotip­os al uso puede extenderse a todo sistema ideológico de orden colectivo, ya se trate de creencias religiosas o políticas o de cualquier otro ideario que haya de proyectars­e en la vida social.

Es este un fenómeno que se viene haciendo bien patente tanto en el pensamient­o conservado­r como en la derecha política española, limitada por un proceso de autocensur­a que ha interioriz­ado la idea de la superiorid­ad moral de una izquierda que alardea de poseer la exclusiva de toda expresión de progreso. Esa mitología en favor de una izquierda siempre innovadora y ‘progresist­a’ viene operando en la conciencia general como un foco de luz que ha dejado tantas veces en la sombra a una derecha alicortada y reticente a dar la batalla cultural en defensa de su visión del mundo.

La resuelta gallardía con que el pasado mayo Isabel Díaz Ayuso supo defender sus conviccion­es llevó a muchos a pensar que por fin nuestra derecha política empezaba a desprender­se de sus rémoras identitari­as. Pero el irresponsa­ble espectácul­o que está dando estos últimos días en aquella misma Comunidad revela una vez más que, olvidando el mensaje de Don Quijote, sigue sin saber bien quién es ella misma.

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