‘Yo sé quién soy’: Complejos de la derecha
«La resuelta gallardía con que el pasado mayo Isabel Díaz Ayuso supo defender sus convicciones llevó a muchos a pensar que por fin nuestra derecha política empezaba a desprenderse de sus rémoras identitarias. Pero el irresponsable espectáculo que está dando estos últimos días en esa misma Comunidad revela una vez más que, olvidando el mensaje de Don Quijote, la derecha sigue sin saber bien quién es ella misma»
EN medio de su monomanía puramente caballeresca –pues en todos los demás asuntos de la vida discurría con inusitada ‘discreción’– Don Quijote debió de sentirse radicalmente solo, ya que ninguno de cuantos le rodeaban sabía en verdad quién era él, y las gentes de su entorno no llegaban a vislumbrar la «razón de la sinrazón» de su benéfica misión deshaciendo los ‘tuertos’ que se iba topando por los caminos.
Los duques lo tratan como a un bufón. El canónigo no se explica el sinsentido de los «concertados disparates» que salen de su boca. El cura se extraña de las «simplicidades» que dice, aunque solo sea en lo «tocante a su locura» El bachiller, en esa misma onda, habla de su «bonísimo juicio» si se le saca de las ‘sandeces de la caballería’. Y el bueno de Sancho, que intuye que en el cerebro de su amo hay algo de más enjundia que él no acierta a comprender del todo, a lo más que llega también es a sorprenderse de que a pesar de su locura diga cosas tan «discretas y por tan buen carril encaminadas».
Pero ninguno de ellos ahondará en la verdadera personalidad de Don Quijote, motivo que, al igual que otros enigmas del libro, quedará definitivamente envuelto en una nebulosa tanto para aquellos seres de ficción que contemplan perplejos sus locuras como para nosotros mismos, que lo miramos desde la veneración que suscitan los héroes clásicos en el correr del tiempo. Será el mismo caballero andante, «molido y quebrantado» por la paliza que acaba de propinarle un vulgar acemilero y aupado a lomos del asno de su buen convecino Pedro Alonso, el que se atreverá a proclamar su identidad con una locución auténticamente lapidaria: «Yo sé quién soy», añadiendo a renglón seguido: «y sé que puedo ser todos los Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías», unas frases tras las que algunos comentaristas han querido ver una certidumbre identitaria que iría más allá de la lógica de un loco que quiere asimilarse a prestigiosos modelos caballerescos del pasado. Se trataría más bien de un guiño literario, muy propio de Miguel de Cervantes por cierto, para realzar la dignidad de su héroe atribuyéndole una elevada conciencia de sí mismo y, al mismo tiempo, una fe prácticamente sin fisuras en sus propias convicciones.
El énfasis y la solemnidad con que Don Quijote pronuncia estas palabras, que traen el eco de aquella otra sentencia bíblica («Yo soy el que soy») en la que Dios se autodefine en el ‘Éxodo’ ante Moisés, revelan una vez más la fuerte preocupación que Cervantes sintió por el problema de la identidad de la persona, un enigma que Occidente plasmó en el «conócete a ti mismo» del templo de Apolo en Delfos y en el que el autor del ‘Quijote’, en su genial intuición sobre la discordia interior del hombre moderno, encontraría una auténtica fuente de inspiración. De ahí el respeto que siempre mostró por tantos necios, locos y tontilocos como pueblan su humanísimo universo literario, antecedentes de los enanos y bufones que Velázquez dignificó en su galería de personajes de la corte de los Austrias.
Pero este episodio de la novela cervantina podría admitir también, como tantos otros lances de progenie clásica, una lectura de rigurosa actualidad. Don Quijote no era lo que coloquialmente se conocía como un ‘loco de atar’, producto de la ‘insania’ o locura furiosa del mundo clásico, sino más bien una suerte de estulto, un loco lúcido y hasta divertido que defendía su identidad frente a los supuestos ‘cuerdos’ que le rodeaban. En la órbita literaria de la ‘Stultitiae laus’ de Erasmo, Cervantes asignará a su héroe una locura positiva y liberadora que, trasladada al mundo de hoy, permitiría verla como un arma para desmitificar tantos prejuicios y contravalores como se ofertan en la sociedad de nuestro tiempo. Y para considerar a Don Quijote como un modelo de coherencia entre un modo de pensar y un modo de comportarse. Siguiendo el consejo del capitán Fernández de Andrada en su ‘Epístola moral a Fabio’, cabría decir que su objetivo no era otro que «igualar con la vida el pensamiento».
Una de las grandes lecciones morales que se desprenden de la aseveración de Don Quijote es el valor de la creencia en las propias convicciones, la fe en sí mismo con la que, sin pusilánimes titubeos –en estos días diríamos sin ‘complejos’–, el héroe da testimonio de su personal código de valores frente a los dogmas dominantes, esos que tachamos de ‘políticamente correctos’ porque con su aceptación general intimidan a quienes se salen de su órbita. Y lo que tantas veces amilana y cohíbe al sujeto individual que no comulga con los estereotipos al uso puede extenderse a todo sistema ideológico de orden colectivo, ya se trate de creencias religiosas o políticas o de cualquier otro ideario que haya de proyectarse en la vida social.
Es este un fenómeno que se viene haciendo bien patente tanto en el pensamiento conservador como en la derecha política española, limitada por un proceso de autocensura que ha interiorizado la idea de la superioridad moral de una izquierda que alardea de poseer la exclusiva de toda expresión de progreso. Esa mitología en favor de una izquierda siempre innovadora y ‘progresista’ viene operando en la conciencia general como un foco de luz que ha dejado tantas veces en la sombra a una derecha alicortada y reticente a dar la batalla cultural en defensa de su visión del mundo.
La resuelta gallardía con que el pasado mayo Isabel Díaz Ayuso supo defender sus convicciones llevó a muchos a pensar que por fin nuestra derecha política empezaba a desprenderse de sus rémoras identitarias. Pero el irresponsable espectáculo que está dando estos últimos días en aquella misma Comunidad revela una vez más que, olvidando el mensaje de Don Quijote, sigue sin saber bien quién es ella misma.