¿Una nueva era?
Basta oír a los y las dirigentes de los partidos que nos gobiernan para darnos cuenta del peligro que corremos
ESTAMOS en plena campaña electoral, aunque nadie sabe cuándo se votará. Lo único que sabemos es que, más que ganarla uno de los contendientes, van a perderla los demás. Dicho de otra forma: no hay un claro favorito, porque ninguno de ellos despierta entusiasmo alguno. Pero habrá quien cometa más errores, que perderá. Que será el Partido Popular, pese a ir por delante en las encuestas, aunque retrocede en ellas. Y, ya saben: lo que importa es la tendencia.
¿O es que hemos entrado en una nueva era, o llámenle fase, en la que todo está tan fragmentado y cambiante que obligará a consultar continuamente a un electorado cada vez más exigente y unos problemas cada vez más intrincados?
No se asusten ustedes porque entonces nos acercaríamos a lo que Renan consideraba auténtica democracia: «un plebiscito cotidiano». ¿O nos hartaríamos de tanto votar? Sinceramente, no lo sé, pero, desde luego, está claro que nuestro problema es otro.
Creímos que la caída del Muro berlinés había acabado con la utopía de un paraíso del proletariado y demás espejismos comunistas y nacionalistas. Que había dejando al descubierto lo que había detrás, un régimen que no había conseguido ninguno de sus objetivos, elevar gradualmente el nivel de vida de sus súbditos (nombre mucho más merecido que el de ciudadanos), la igualdad entre ellos, con una ‘nueva clase’ con todo tipo de privilegios y la libertad para pensar, decir y actuar distintos a las consignas oficiales (los tres indicadores del verdadero progreso).
Pero basta oír a los y las dirigentes de PSOE y Unidas Podemos para darnos cuenta del peligro que corremos, pues gobiernan o cogobiernan en nuestro país y, más grave todavía, hay gente que les cree y les sigue. ¿Cuántos de esos millones de personas que se juegan la vida para llegar a Europa desean ir a Rusia, Cuba, Venezuela o Nicaragua?
Sin duda la democracia no es la forma de gobierno perfecta. Es, como dice la vieja definición, la menos mala. Pero que a estas alturas comunistas y ultranacionalistas sean socios del gobierno español es algo bastante difícil de entender.
Aunque más difícil todavía es que el centro y la derecha consideren más importante dirimir sus diferencias personales e internas que impedir que sigan llevando nuestro país a lo que son cualquiera de los cuatro antes citados.
Tal vez lo que realmente necesitaríamos sería una pasada bajo Marx y Engels, a los que Felipe González envió a las bibliotecas hace cuarenta años y ahora quieren ganar la guerra que perdieron hace ochenta.