ABC (Andalucía)

Los burgueses de Calais

Los prohombres que Auguste Rodin inmortaliz­ó llevaban una soga al cuello, los que llegan hoy al puerto francés también

- KARINA SAINZ BORGO

En la villa de Calais seis hombres de bronce caminan hacia la muerte. Cumplen con su parte del trato. El rey de Inglaterra ha prometido liberar la ciudad, sitiada durante la guerra de los Cien Años, si un grupo de habitantes distinguid­os se rinden ante él. Así acuden ante Eduardo III los seis que han elegido presentars­e: descalzos, vestidos apenas con un camisón y con sogas al cuello. Avanzan hacia la horca con el gesto roto, dignos en su decrepitud. Ese paseo previo a la ejecución, que Auguste Rodin inmortaliz­ó como una verdad duradera, preside hoy la plaza del puerto francés más cercano a Inglaterra, una frontera a la que llegan los desgraciad­os del mundo.

Si aquellos seis burgueses que ofrecieron su vida a cambio de liberar a sus conciudada­nos son el símbolo del valor del individuo ante los desmanes y la indiferenc­ia del poder, hoy la escultura de su calvario habla a gritos en medio de la crisis migratoria del Canal de la Mancha. Alrededor de esa estatua se dan cita los que llegan desde Irak y Afganistán. Su travesía comienza en Grecia y continúa a través del Egeo, Macedonia, Serbia, Croacia, Eslovenia, Austria, Alemania y Francia.

Todos quieren llegar a un lugar mejor del que vienen, incluso a pesar de morir en el intento. Llevan al cuello su propia soga, y aunque ellos no son prohombres de la ciudad, padecen el cerco que empujó a aquellos burgueses a inmolarse. Precintada por el miedo, Europa no sabe qué hacer con sus fronteras. Todos los caminos conducen a Calais: Lesbos, los naufragios del Mediterrán­eo, Ceuta… allí donde exista una frontera se levantará la misma tragedia sin catarsis.

La escultura trasciende lo artístico. Por encima de lo bello, se ha convertido en una advertenci­a. Los burgueses de Rodin conservan la dignidad y la compasión que falta en los despachos. Siglos después, el puerto de Calais continúa asediado ante ese mismo mar al que van a hundirse la desesperac­ión y la derrota. La escultura reluce como una verdad vaciada en bronce.

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