ABC (Andalucía)

Pintor taurino y arenero

Hizo el paseíllo en Las Ventas más de 1.700 tardes

- OBITUARIO César Palacios ANDRÉS AMORÓS

Durante muchos años, cuando llevaba yo a Las Ventas a alguien no muy experto, en el paseíllo, llamaba su atención sobre un arenero de largas patillas goyescas: «Es César Palacios, un pintor, y de los buenos». Había que aclararles que ejercía ese oficio de arenero por estar cerca del toro, sentirse torero... Acaba de morir en Madrid, a los 84 años.

Había nacido en la capital, en 1937. Estudió pintura en la Real Academia de Bellas Artes

y en el Círculo de Bellas Artes. Por su amistad con Paco Parejo, el mayoral, cuñado de Antoñete, se acercó a la Plaza de Toros. A los 25 años, entró a trabajar en ella como portero y acomodador; en 1974, pasó a arenero, oficio que ejerció con orgullo durante medio siglo: «Pasaba más horas en la Plaza que en mi casa».

A la vez, expuso su obra en varios países, pintó carteles de toros, publicó libros: ‘El toro de lidia’, ‘El toreo visto por César Palacios’, los resúmenes de la temporada... También hizo miles de apuntes taurinos al carboncill­o. Definía su pintura como ‘figurativa expresioni­sta’. Considerab­a que la Fiesta «posee grandes atractivos para un pintor: la luz, el colorido, el ambiente, la estética. Eso es lo que yo capto e intento plasmar». Defendía que «el toro es el fiel reflejo de la vida. Mi paleta es la Plaza de Toros». Pero también pintaba paisajes de fuerte colorido, en los que los toros eran sólo unas manchitas negras, que mugían al crepúsculo o a la luna que asomaba.

Era madrileño y castizo. Uno de sus cuadros se titula ‘El último tranvía’: el que llevaba a los aficionado­s a Las Ventas. A pesar de su aspecto de bandolero romántico, era hombre sencillo, humilde, muy educado. Los aficionado­s lo respetaban y lo querían.

El 2 de mayo de 2018 recibió el mejor homenaje: el descubrimi­ento de un azulejo en el patio de Las Ventas, junto a la capilla: ‘Por una vida dedicada a tu Plaza’. Arriba, a la izquierda, se ve su silueta de tantas tardes, dibujando, en el burladero de los areneros; debajo, a uno y otro lado, cabezas de toros. ‘Es el honor más grande que he podido recibir. Vamos, que me ofrecen a cambio un Mercedes y no lo quiero’.

Cuentan que, después de ver una media verónica de Antoñete, salió César Palacios con su rastrillo pero no quiso alisar ese trozo de arena donde había nacido el milagro. Lo define bien el título de uno de sus libros: ‘Tauromaqui­a sentida’. Muy pocos han podido, como él, hacer el paseíllo 1.700 tardes en Las Ventas: su gran orgullo. Descanse en paz.

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