«Un niño aprende de lo que hace su padre, no de lo que este dice»
Javier Quintero Jefe del Área de Psiquiatría del Hospital Infanta Leonor (Madrid) y director de PsiKids ▶ Quintero alerta sobre el desgaste emocional de gran parte de la población a priori mentalmente sana
Si hay una persona apasionada de la salud cerebral, ese es Javier Quintero, jefe del servicio de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Universitario Infanta Leonor (Madrid) y director de los centros PsiKids, además de autor de libros como «El cerebro adolescente: una mente en construcción».
—La pandemia nos está pasando a todos una gran factura en lo emocional. ¿Quién lo está pasando peor?
—Nos hemos enfocado mucho en la salud física porque indiscutiblemente ha sido una prioridad y hemos desatendido un poco la salud emocional. Pero quiero compartir una máxima que repito muchas veces: no hay salud sin salud mental. Y dos años después de que empezara todo, se observa un desgaste que podemos llamar de muchas formas (estrés, fatiga pandémica) pero que, indiscutiblemente, supone un cansancio emocional muy importante para una parte muy grande de la población en general. Por segmentos y exposición, destacaría a las personas mayores y a los niños, sobre todo adolescentes y adultos jóvenes, personas a priori sanas mentalmente que se han visto desbordadas.
—Usted señala que es el momento de hablar de las emociones, que es una carencia que tenemos como sociedad. Pero, ¿qué son exactamente las emociones?
—Podríamos decir que las emociones son la manera natural que tiene nuestro cerebro para comunicarse con nosotros mismos. Interpreta lo que pasa fuera y genera una reacción o emoción, que hace que nos movilicemos hacia una respuesta. Es decir, le damos sentido al entorno y condicionamos una determinada acción. Por eso, no siempre podemos cambiar nuestro entorno, pero si como nos afecta.
—Pero si son inherentes a nosotros mismos, ¿por qué nos cuesta tanto gestionarlas?
—Podríamos decir que nos falta cultura emocional, por decirlo de alguna forma. Por ejemplo, cuando alguien dice «niño no llores, seguro que no es para tanto», en cierta forma está frenando esa expresión emocional, cuando lo que habría que hacer es intentar entender por qué ese niño llora. A veces pareciera que expresarnos emocionalmente no está bien visto, desde luego algo social poco competente. Ahora sí que empezamos a intentar inculcar ideas de inteligencia emocional y desarrollo de habilidades relacionadas con este tema en los más pequeños.
—¿Quién tiene mayor responsabilidad, los padres o el colegio?
—Creo que los padres tenemos un papel protagonista en la educación de nuestros hijos y también en la educación emocional, qué duda cabe. Pero aprendemos a gestionar nuestras emociones en todos y cada uno de los contextos de nuestras vidas. ¿Desde pequeños? Realmente nunca es tarde para aprender a manejar, entender y gestionar nuestras emociones. Es algo que podemos aprender siempre y en cualquier momento. Muchas veces las personas se escudan en que son «mayores para cambiar». Lo que desde luego no es cierto, en cualquier caso, si no es por ti, hazlo por ellos, por los niños que están sentados al otro lado del sofá y que están viendo cómo gestionas tus emociones y aprendiendo en silencio de cómo como te manejas en tu día a día. Nuestros hijos aprenden de nosotros viendo qué hacemos, no de lo que les decimos que tienen que hacer. Es un error muy clásico: El padre que con un cigarrillo en la mano le dice al adolescente que no fume. Pues evidentemente, ahí hay un mensaje que no está encajando adecuadamente. ¿Cómo podemos ayudar a que los niños manejen las emociones? Pues sin duda, ayudándoles a gestionarlas, pero también, insisto, dando mejor ejemplo.
—¿A qué edad debemos empezar a explicarle esto a los más pequeños?
—Evidentemente, si nosotros desde pequeños empezamos a conocer las emociones, es mucho más fácil que las asimilemos de manera natural y desarrollemos una inteligencia natural cuando seamos adolescentes o lleguemos a la edad adulta. Pero, como decíamos antes, lo que suele ocurrir es que no permitimos ese aprendizaje. Muy a menudo te encuentras con situaciones como esta: la del niño que se ha frustrado por algo y el padre que en lugar de ayudar al menor a gestionar la frustración y sus emociones, por no haber conseguido lo que quería, le suelta un sermón estupendo. O los progenitores que, en su defecto, sucumben y conceden al niño ese deseo por el que ha condicionado una emoción que no ha sabido o no ha sido capaz de gestionar, limitando el aprendizaje de esta situación.
—Asegura que el mindfulness puede ayudar mucho a las personas a sobrellevar esta situación de pandemia que estamos viviendo. ¿Cómo lo podemos aplicar las familias en nuestro día a día?
—El mindfulness supone poner atención plena, tomar conciencia de cómo estoy y dónde estoy. Hay una pregunta a la que estoy dando cada vez más importancia y es el “¿cómo estás?”. Lo habitual es que la gente te responda con lo socialmente convenido, que es “bien, gracias”, aunque también está el paliza que va y te lo cuenta, entiéndase la broma. Hay una tercera opción, que es que cuando las personas que te rodean te pregunten «¿como estás?» aprovechemos la situación como una oportunidad maravillosa para parar un momento y tomar conciencia de cómo estamos, haciéndonos la siguiente cuestión: ¿Cómo estoy realmente, como me siento?
❝ «Las familias tenemos un papel protagonista en la educación emocional de nuestros hijos»