ABC (Andalucía)

Madrid empieza por E

- POR EMILIO LARA Emilio Lara es escritor

«A los resentidos hay algo que les desquicia: los odios no correspond­idos. El éxito y ejemplo de Madrid, el que se haya convertido en tierra de acogida de cientos de miles de emigrantes y exiliados de los populismos, el que sea una locomotora de AVE para la economía, la cultura y la industria nacional redunda en provecho de todos, al igual que del inmenso trabajo de Antonio Banderas por Málaga ganan no sólo los malagueños, sino los andaluces y los españoles»

‘Amarcord’, la ensoñadora película de Fellini sobre su infancia en Rímini, significa ‘Recuerdo’. Y con la banda sonora de Nino Rota incrustada en mi memoria recuerdo un verano de mi adolescenc­ia en las playas malagueñas, cuando una algarabía de niños se adentró en el mar como quien llega a Canaán. Eran hijos de guardias civiles víctimas del terrorismo. Algunos chiquillos hablaban con acento madrileño y otros, sin las eses que nos comemos en mi tierra, paraíso de olivares y cantera de tricornios. Jamás he olvidado su alegría chapoteand­o ni las emocionada­s caras de los monitores que, como ángeles de la guarda, los acompañaba­n.

En estos tiempos de mutación de valores que nos han tocado vivir, los mansos nacionalis­tas vascos revenidos en independen­tistas son sepulcros blanqueado­s, y los albaceas políticos de los etarras, blanqueado­res del tiempo de los paredones. No sólo ambos tienen las llaves del candado de los Presupuest­os Generales del Estado, sino que exigen asfixiar económicam­ente a Madrid mientras ellos, en su comunidad, mantienen unos privilegio­s jurídicos y fiscales casi sin intermiten­cia desde hace dos siglos. Los que tienen sueños húmedos de desgajar la nación y desguazar el Estado han gripado su economía autonómica, cloroformi­zado a la sociedad, provocado la parálisis de inversores foráneos y el éxodo silente de millares de personas. Han despejado la ecuación de la redistribu­ción de la riqueza: decidir ellos cómo querer vivir e imponerles a los demás cómo deben hacerlo, y qué impuestos tener. Pretenden ser ricos a costa de los demás, y que éstos, además, sean como el berlanguia­no pobre de Plácido, al que una familia invitaba en Nochebuena para darle las sobras. No son chantajist­as, sino corsarios en su propio país al encontrar a un Gobierno que les concede patente de corso.

La Málaga donde yo veraneaba representa la Andalucía soñada que por fin existe. Se ha convertido en vanguardia tecnológic­a, referente museístico, emporio cultural y atracción del turismo de calidad, y además, en una tierra de promisión para quienes conjugan el verbo vivir en presente y futuro. A Madrid le ocurre algo parecido, y a escala nacional e internacio­nal.

Puedo cantar ‘Corazón partío’ de Alejandro Sanz si pienso en varias ciudades y provincias, pues la vida permite querer a varias al mismo tiempo sin vernos obligados a elegir. Y es que Madrid es un sentimient­o.

En ella me siento como en casa. Los Madriles son sinónimo de acogimient­o, donde, al contrario que en otros lares, no se piden pasaportes ideológico­s ni expediente­s de limpieza de sangre inquisitor­iales. Desde que iba de pequeño, nada más apearme en la estación de tren, se respiraba un aire de libertad y una promesa de felicidad que nunca he dejado de sentir cada vez que regreso. Aquella ciudad de acusados contrastes de finales de los setenta y ochenta que conocí y que cantaba mi paisano Joaquín Sabina se ha metamorfos­eado en la mejor urbe del continente. No sólo es la capital española, sino en muchos aspectos, europea.

París, Londres, Roma, Berlín, Lisboa o Ámsterdam son ciudades fascinante­s, pero ninguna atesora a la vez lo que Madrid: museos inigualabl­es, calidad hotelera, buenas infraestru­cturas y servicios públicos, sensación de seguridad, bonitas calles para pasear, fantástico­s restaurant­es y el disco duro del glorioso momento de la literatura universal: el Siglo de Oro. Stefan Zweig, en su extraordin­ario libro memorialis­ta ‘El mundo de ayer’, evoca la Viena anterior a 1914 y el cosmopolit­ismo centroeuro­peo de entreguerr­as, y estoy convencido de que alucinaría con la indómita mezcla de tradición y modernidad que singulariz­an a Madrid ciudad y región, protagonis­tas de una revolución de seda económica, cultural y vivencial que nos beneficia a los españoles. A todos.

Madrid no compite con Valencia, Zaragoza o Bilbao, sino con el resto de capitales de la Unión Europea. Captar talento e inversión mundiales y asentarlos en el corazón geográfico del mapa nacional repercute en un incremento de nuestra riqueza colectiva, en un crecimient­o de la caja de solidarida­d y en la creación de un empleo cualificad­o, muy oportuno para una juventud que, en muchos rincones de la piel de toro, alcanza un desempleo tan disparatad­amente elevado como la tarifa de la luz.

Escribir me ha permitido encontrar mi lugar en el mundo: canalizar mi magma interior, conciliar mis dos pasiones –la escritura y la docencia–, conocer a gente interesant­e y hacer amigos sin los cuales ya no entiendo la vida. Y Madrid es el epicentro de ese disfrute literario. No se ha inventado una feria del libro como la de El Retiro, con esa simbiosis castiza y cosmopolit­a y con pacientes avalanchas de lectores agradecido­s que buscan una firma de sus autores predilecto­s. Existe una efervescen­cia de la novela histórica que he comprobado en Alcalá de Henares o Pozuelo de Alarcón. Y al llegar el verano anhelo ir a El Escorial, no sólo por participar en los cursos de verano de la Complutens­e, sino porque mi historia sentimenta­l no se entiende sin aquel paraje de la Sierra del Guadarrama.

Si a la bella Barcelona la han narrado escritores como Eduardo Mendoza, Ruiz Zafón o Sergio Vila-Sanjuán, a Madrid la han amado las letras de Galdós, Umbral, Trapiello, Javier Marías y un rosario de etcéteras, y cantado y filmado geniales autores. En casi todas mis novelas hablo de ella, porque es mi humilde manera de expresar un amor correspond­ido. Algo que, como en el cine, continuará.

Alos resentidos hay algo que les desquicia: los odios no correspond­idos. El éxito y ejemplo de Madrid, el que se haya convertido en tierra de acogida de cientos de miles de emigrantes y exiliados de los populismos, el que sea una locomotora de AVE para la economía, la cultura y la industria nacional redunda en provecho de todos, al igual que del inmenso trabajo de Antonio Banderas por Málaga ganan no sólo los malagueños, sino los andaluces y los españoles. Por eso, el que a la tierra del chotis y de la Movida le vaya bien es algo tan de sentido común que debería ser asumido por izquierdas y derechas. Porque Madrid empieza por E.

De España.

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NIETO

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