ABC (Andalucía)

La ‘Négresse’

Uno es lo que desea y se empecina en ser. Joséphine Baker, parisina

- GABRIEL ALBIAC

Cuando después de aquello, muchos años más tarde, algún entrevista­dor inoportuno preguntaba a Juliette Gréco por su juvenil romance con Miles Davis en el París de 1949, la musa de Saint-Germain-des-Prés solía dejar caer una de sus ‘boutades’ favoritas: «Pues mire usted, ahora me dicen que era negro. Yo, la verdad, entonces sólo noté lo guapo que era». Que esa ‘liaison’ entre una cantante blanca y un trompetist­a negro hubiera infringido, en ese mismo tiempo, el código penal de los Estados Unidos no era algo cuya explicitac­ión mereciera la pena de ser siquiera formulada por una mujer libre e inteligent­e: Juliette Gréco lo era.

Lo mismo vale para Joséphine Baker. Que entraba anteayer bajo la cúpula del Panteón parisino: primera mujer no nacida en Francia que es allí acogida. Según dicen, negra. Según sabe todo aquel que sepa de lo que habla, admirable. Pero, quienes la vieron arrebatar París con aquella ‘Revue Nègre’ en la cual resonaba toda la estética cubista, sólo recordarán de ella una cosa: lo guapa que era. ¿Hay algo más importante? Habrá quien así lo piense. O no. ¿Importa en esta vida, de verdad, algo más que la belleza?

Es un lugar solemne el Panteón, en el centro de la plaza que acotan las no menos solemnes iglesia de Saint-Étienne-du-Mont y biblioteca Sainte-Geneviève. Lugar propicio para alzar los discursos grandiosos con que la República acoge en su laico paraíso a los predilecto­s entre sus hijos. Allí entonó Malraux, en 1964, las estremeced­oras palabras que acogieron al más legendario de los héroes de la Resistenci­a, muerto en silencio bajo la tortura de la Gestapo: «Entra aquí, Jean Moulin, con tu terrible cortejo. Con aquellos que murieron en los sótanos sin haber hablado, como tú; e incluso, lo cual es quizá más atroz, con los que hablaron».

«Mi Francia es Josephine Baker…» Optando por una clave más íntima, nada de la ‘grandeur’ ceremonial quedaba ausente, anteayer, en el discurso con el que Emmanuel Macron acogía en el espacio de los inmortales a aquella ‘négresse’ desnuda, nacida en el Misuri sin derechos civiles de 1906: la que fascinó a todo París, y enseguida a toda Europa, como un no previsto vendaval, a partir de octubre de 1925. A aquella misma ‘négresse’ desnuda que se jugó la vida como agente de la Resistenci­a en tiempos de una ocupación nazi a la cual muy pocos se resistiero­n. «Tomó, en cada recodo de la historia, las decisiones justas, sabiendo distinguir siempre la luz y la tiniebla. Encarnó el espíritu francés», proclamaba anteayer el presidente de la República. «No, no hubo una mujer más francesa que usted». Más allá de la retórica, es cierto: uno es lo que desea y se empecina en ser. Joséphine Baker, parisina.

Se evocan ahora, claro, las tantas acciones cívicas que acometió Joséphine Baker. Yo –plagiando a Juliette Gréco– prefiero fantasear que entra en el Panteón por lo guapa que era. Nada es más serio que eso.

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