ABC (Andalucía)

Oriol Bohigas, el padre de una Barcelona en vías de extinción

El arquitecto, fallecido a los 95 años, fue la punta de lanza de la gran transforma­ción de la capital catalana Artífice de la Villa Olímpica, su modelo ha sido desplazado por el polémico urbanismo táctico de Ada Colau

- DAVID MORÁN / SERGI DORIA

Murió el arquitecto Oriol Bohigas (Barcelona, 1925), ideólogo de la ciudad moderna, y se tambalea el ‘Modelo Barcelona’, santo y seña de una manera de entender el urbanismo que redefinió no solo la fisonomía de la capital catalana, sino también su proyección internacio­nal y su manera de reflejarse en el mundo entero. «Él está en el origen de la corrección del ‘skyline’ de la Barcelona de los tiempos de la destrucció­n», dejó escrito Manuel Vázquez Montalbán, uno de los muchos admiradore­s de este pensador, intelectua­l y agitador cultural en su artículo ‘Si Bohigas hubiera sido alcalde’.

Él, Bohigas, falleció el miércoles a los 95 años después de una larga enfermedad, pero ahí sigue su huella, aguantando las sacudidas del urbanismo contemporá­neo y definiendo aún el ADN de una ciudad cuyos perfiles, esas tramas urbanas por las que tanto veló el arquitecto barcelonés ya fuera desde su estudio MBM o desde la concejalía­s de Urbanismo y Cultura del Ayuntamien­to de Barcelona, empiezan a desdibujar­se.

Su ciudad, abierta al mar y al mundo y prueba esculpida en piedra de que se pueden recuperar espacios públicos sin armar tanto revuelo ni poner en pie de guerra a los vecinos, se ha encogido sobre sí misma, pero basta con asomarse a la ventana para contemplar el imponente edificio RBA, rascacielo­s que visto de noche transforma Barcelona en una ilusión de Manhattan. O dejarse caer por Glòries para comprobar cómo La Grapadora, ese edificio aparenteme­nte disparatad­o que aloja el Disseny Hub, preside majestuoso la plaza del nunca acabar. O, ya que estamos, deambular por la Villa Olímpica, obra magna con la que transformó el sueño de Barcelona 92 en todo un barrio levantado de la nada y convertido en terraza panorámica con vistas al mar, 2.000 viviendas, dos torres de 44 plantas y un mar Mediterrán­eo que estaba ahí, emparedado tras las fábricas, pero al que nadie le hacía demasiado caso. Hasta entonces.

«En Barcelona se ha seguido un modelo que ha resultado exitoso: no hacer urbanismo por elucubraci­ones teóricas y estadístic­as, sino hacerlo por realizacio­nes proyectual­es y actuantes en el ámbito urbano de la ciudad», señalaba el propio Bohigas en 2015, recién cumplidos los 90. No en vano su modelo fue la arquitectu­ra que transitó del Noucentism­e al racionalis­mo y su ideal de ciudad bebía tanto de Le

La ciudad que Bohigas alumbró, abierta al mar y al mundo, se ha empezado a empequeñec­er y encoger sobre sí misma

Corbusier y Van der Rohe como de la Cataluña republican­a. Señor de Barcelona, abrió la ciudad al mar y renovó el paisaje de la ciudad con ‘zurcidos’ y ‘acupuntura­s’: de la Ronda Guinardó a la Universida­d Pompeu Fabra pasando por el parque de la Creueta del Coll, la comisaría de los Mossos de Plaza España o el edificio colmena de la Meridiana, no hay prácticame­nte distrito que no lleve su firma. «El urbanista es un organizado­r, es el técnico que incluye en un solo plan las exigencias de la circulació­n, la formación de unas comunidade­s humanas, la economía de la producción común, las necesidade­s intelectua­les, deportivas, sociales, los centros de diversión», teorizaba Bohigas en uno de sus libros.

Plazas duras y balcones

Ahí están también, como cicatrices entre las ruinas, proyectos algo más cuestionad­os como la mole residencia­l de la calle Escorial o sus muy criticadas ‘plazas duras’. Cuando se le atacaba, Bohigas, que había trasladado su residencia a una Plaza Real que trocó la arena por la baldosa, respondía aduciendo que era un error identifica­r las plazas con la vegetación: «Las plazas son como pueden ser pero normalment­e son pavimentad­as», sentenciab­a. Tampoco gustaba su afición por los edificios sin balcones, criticada por el urbanista Luis Racionero, pero Bohigas siempre fue inconmovib­le en arquitectu­ra y en política.

«Se pueden idear proyectos urbanos sin la angustia de una ciudad temática o sin la pérdida de calidades de una ciudad con tradición propia», defendía un arquitecto que, si en algo se mantuvo firme, fue en su rechazo a la continuaci­ón de la Sagrada Familia: la obra, aseguraba, era una «vergüenza mundial». «La Sagrada Familia es una exageració­n excepciona­l, porque debe de ser la iglesia más voluminosa construida en el último siglo», relativiza­ba hace una década.

Gran transforma­dor de la Barcelona del siglo XX, con los años, su idea de «monumental­izar la periferia y funcionali­zar el centro», de dignificar la vida de barrio con equipamien­tos de altura, ha acabado tropezando con el cambio de paradigma del urbanismo del actual consistori­o. De la ‘polis’ a la ‘civitas’ y de lo que sus críticos caricaturi­zaban como urbanismo de despotismo ilustrado y fascinació­n por la piedra al urbanismo táctico, el veto sistémico al coche y los bloques de hormigón desperdiga­dos por el centro de la ciudad. «El urbanismo transforma­cional de Barcelona, bautizado internacio­nalmente como ‘Modelo Barcelona’, se asentó en todas las geografías y ha continuado, excepto en Barcelona, siendo objeto de constantes reflexione­s, socioeconó­micas y urbanístic­as para asegurar su fiabilidad en un contexto global siempre cambiante», recordaba ayer en su despedida Josep Acebillo, arquitecto jefe del Ayuntamien­to de Barcelona entre 1999 y 2003.

El cambio de modelo, de hecho, es también un cambio generacion­al, ya que su hijo, el también arquitecto Josep Bohigas, es uno de los ideólogos de las ‘superislas’, proyectos de pacificaci­ón e intervenci­ón urbanístic­a muy criticados por alterar sensibleme­nte la cuadrícula del plan Cerdà. «Barcelona es una ciudad laboratori­o, donde se ha experiment­ado, con éxitos y fracasos, procesos de corrección y depuración. Este es el ‘Modelo Barcelona’», relativiza­ba Bohigas hijo en una entrevista reciente. A esa condición de laboratori­o apelaba también la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, cuando el pasado mes de octubre defendía las actuales intervenci­ones en la ciudad aduciendo que se trata de la mayor transforma­ción desde 1992 y de «una metamorfos­is hecha desde y para la ciudadanía».

Bohigas, poco amigo de la participac­ión ciudadana en asuntos urbanístic­os y arquitectó­nicos, también apelaba a la transforma­ción para tratar de fijar su huella en la historia de Barcelona: «Lo más importante que le ha pasado a Barcelona es la transforma­ción de la ciudad que dejó el régimen de Franco, una Barcelona arruinada, sin ninguna perspectiv­a ideológica y sin ninguna participac­ión humana ni percepción de ninguna nueva tendencia organizati­va y política».

Una ciudad que dejó atrás el gris de la posguerra para reinventar­se en clave olímpica, renacer como metrópoli cosmopolit­a y adentrarse en el siglo XXI convertida en el gran banco de pruebas del urbanismo sostenible. A costa, claro, de sacrificar su propio modelo de éxito.

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