Contra el nacional populismo
El triunfo de Olaf Scholz como nuevo canciller alemán tiene muchas lecturas políticas, más allá del obvio final de los 16 años de la era Merkel. Sobre la mesa se encuentran desde los posibles cambios en la proyección internacional de Alemania hasta el dificilísimo equilibrio entre austeridad fiscal y las grandes necesidades de gasto público forzadas por la pandemia. Muchos dilemas para un Gobierno que de forma recurrente es descrito como un experimento a pesar de que el sistema de corresponsabilidad germano haya producido desde la «hora cero» más de seis décadas de gobiernos de coalición.
De todos los retos que acompañan a Scholz, descrito como la personificación del aburrimiento, uno de los más interesantes y trasversales –ya que afecta a casi todas las democracias occidentales– es demostrar si es posible recuperar a la clase trabajadora seducida por la extrema derecha. Y hasta qué punto se puede resucitar el modelo de la socialdemocracia, tan desprestigiada como desbordada, para plantear una batalla efectiva contra los estragos del nacional populismo.
El año pasado, cuando Scholz no era el candidato favorito para suceder a Angela Merkel, el líder socialdemócrata empezó a hacer sus deberes para explicar porqué los partidos de centro-izquierda han sufrido una sangría de resentidos votos a favor de tóxicas opciones populistas. Y de paso, intentar revertir la creciente irrelevancia de la socialdemocracia que en el proceso de prometer tantas cosas a tanta gente ha terminado por perder una buena parte de su significado político.
En búsqueda de respuestas para relanzar a un partido como el SPD con 158 de historia, Scholz se fijó sobre todo en EE.UU. Y llegó a conectar por videoconferencia con el filósofo Michael J. Sandel, catedrático de Harvard y autor de ‘La tiranía del mérito’. Tras una larga conversación, inspirada sin duda por la corrosiva debacle del trumpismo, el nuevo canciller alemán decidió incorporar el concepto de «Respeto» como pieza central de su campaña ganadora contra todo pronóstico.
«Respeto» ha sido una forma de reconocer los desagradables excesos de la izquierda caviar, empezando por todo ese rechinante postureo de superioridad moral. Sin embargo, en el caso de Scholz, el respeto que pedía Aretha Franklin va más allá del ajuste de cuentas ideológico para entrar en la esencia del fantasma de desafección política que recorre toda Europa: la creciente desigualdad económica, el negativo impacto de la globalización, el estancamiento en la movilidad social y el alejamiento de las élites políticas con respecto a los verdaderos problemas de todos aquellos que sospechan que sus mejores días están en el pasado.
Es verdad que buena parte del éxito electoral Olaf Scholz ha consistido en ofrecer la mayor continuidad y estabilidad, esforzándose por ser el candidato más parecido a Merkel hasta en los gestos. Sin embargo, todo ese mimetismo no es incompatible con que el nuevo canciller sea un convencido socialdemócrata cansado de toda la energía política acumulada por la derecha, especialmente la derecha populista, en la última década hasta hacer posible el modelo ‘iliberal’ de Viktor Orban en Hungría.
De momento, el mensaje de Respekt ha resonado en Alemania. Hasta el punto de que el SPD ha conseguido en las últimas elecciones, por primera vez desde el año 2005, convertirse en el partido político más votado por la clase trabajadora alemana. Esto ha supuesto el retorno de casi un millón de votantes que habían abandonado a los socialdemócratas por opciones mucho más extremas, tanto a la izquierda como a la derecha.
Para el profesor Sandel, este preocupante proceso de desafección a favor de la extrema derecha empezó cuando los demócratas en EE.UU. y los socialdemócratas en Europa empezaron a partir de los años 90 a compartir con conservadores el triunfalismo de los mercados. Con el mensaje implícito de que las clases más modestas eran responsables de sus reducidas expectativas económicas. Como resultado, el centroizquierda empezó a ser identificado con intereses más elitistas y globalistas.
En este sentido, durante el ultimo Gobierno socialdemócrata en Alemania, el canciller Gerhard Schröder reformó el mercado laboral a favor de la flexibilidad para reducir una tasa de desempleados que superaba los cinco millones en la mayor economía europea. El paro se redujo pero a cambio de ‘miniempleos’ y precariedad, creando toda la incertidumbre necesaria para el avance de opciones como Alternativa por Alemania.
Aunque Merkel ha funcionado en los últimos años como solitaria defensora de la democracia liberal – en tiempos en los que como diría Anne Applebaum los malos autoritarios están ganando la partida– Alemania no ha tenido inmunidad frente al populismo. Según explica el propio Olaf Scholz en la web del SPD: «La mayor preocupación en política para mí es que nuestras democracias liberales están cada vez más presionadas. Tenemos que resolver los problemas para que los eslóganes baratos de los populistas no se contagien».
La campaña de Scholz ha sido una forma de reconocer los excesos de la ‘izquierda caviar’