ABC (Andalucía)

Dos sopranos y un destino (un personaje)

- JULIO BRAVO

El Teatro Real cierra el año con una de las óperas más populares, ‘La bohème’, y cuenta con dos sopranos muy queridas y admiradas por el público madrileño: Ermonela Jaho y Eleonora Buratto, que se alternan como Mimì

«Los jóvenes tienen a su alcance un mundo virtual, pero al final las cosas básicas que nos mantienen unidos son la amistad, el amor, el sacrificio...»

«El sentimient­o, cuando estamos en escena, no puede ser una actuación. Debe ser real. Hay que cantar con el alma, no cantar las notas»

Sì, mi chiamano Mimì, ma il mio nome è Lucia... Así comienza el aria de la protagonis­ta femenina de ‘La bohème’, una de las óperas más populares del repertorio. Con ella cierra el año el Teatro Real –con una producción de Richard Jones que presentó ya hace cuatro años–. Y para el papel de la delicada y enfermiza modista cuenta con dos sopranos excepciona­les, además de muy queridas y admiradas en Madrid: la albanesa Ermonela Jaho y la italiana Eleonora Buratto. Las dos han dejado huella en los últimos años en el Teatro Real, donde han cantado óperas como ‘La traviata’, ‘Madama Butterfly’, ‘Otello’, ‘Don Pasquale’, ‘L’elisir d’amore’, ‘Le nozze di Figaro’ o ‘Idomeneo’. No se conocían personalme­nte, pero se admiraban; de momento no han trabajado juntas en los ensayos, pero se ‘espiarán’. Se percibe simpatía entre ellas –incluso se hacen un selfie juntas para subir a sus redes sociales–. «Te admiro mucho –le dice Ermonela Jaho, la mayor de las dos, a Eleonora Buratto–. Te vi cantando Mimì en el Liceo de Barcelona, me conmoviste». «¿Estabas entre el público? No lo sabía –pregunta admirada la soprano italiana–. ¡Era mi debut en el papel!» «¿De verdad? Pues me encantó, había una vulnerabil­idad especial que me cautivó».

Y es que el personaje de Mimì tiene para las dos cantantes un significad­o especial. Cuenta Ermonela Jaho que fue el primer papel que cantó, con 14 o 15 años, en la escuela. «Solo las arias», matiza. «Es muy inspirador; es la historia de una joven casi adolescent­e, idealista, tímida, que sueña con enamorarse y vivir un amor romántico. ‘La bohéme’ habla de amor, de esperanza, de sacrificio, de un amor idealizado... Le llega a todo el mundo. Y vocalmente es un papel muy adecuado para las cantantes jóvenes que empiezan; es muy cercano a ellas. Yo ya no tengo 16 o 17 años como Mimì, pero interpreta­rlo me rejuvenece».

Eleonora Buratto llegó a ‘La bohème’ incluso más joven que la albanesa. «La canté de niña, en el coro infantil; después como miembro del coro de adultos, más tarde canté el papel de Musetta y luego el de Mimí... Estoy pensando en cantar los papeles masculinos –ríe con ganas–. Es una ópera que hay que cantar desde las entrañas, y es cierto que te transporta a la adolescenc­ia, pero aportándol­e la sabiduría de la madurez y la experienci­a de lo que has vivido, Es una ópera que nunca envejecerá».

Las dos sopranos han interpreta­do este papel a menudo, pero ambas reconocen que cada vez descubren algo nuevo en él. «Nosotras somos distintas cada vez –explica Ermonela Jaho– Somos las mismas personas con el mismo nombre, pero más maduras que el día anterior. Y nuestro trabajo se nutre de nuestras experienci­as de vida; también en lo vocal. Los jóvenes, hoy, tienen a su alcance un mundo virtual gracias a las redes sociales, pero al final las cosas básicas que nos mantienen unidos son la amistad, el amor, el sacrificio... Volver a soñar, luchar por los sueños».

Experienci­a personal

Mientras habla Ermonela Jaho, Eleonora Buratto asiente con la cabeza. «Nuestro trabajo es muy bello –dice la italiana–. El papel es el mismo pero cada día es diferente. Todos los personajes son infinitos, porque quienes los interpreta­mos cambiamos; cada vez tenemos una sensibilid­ad, una experienci­a distinta que podemos aplicar al personaje. Esto vale para la Mimì de ‘La bohème’ y para todas los papeles».

Han hablado las dos sopranos de la evolución personal. Probableme­nte, no haya una experienci­a que haya marcado tanto últimament­e al ser humano como la pandemia. «Debemos resistir –apunta Buratto–. Creo que la pandemia nos acompañará unos años más, y me duele que en algunos países de Europa estén otra vez cancelando produccion­es y conciertos. España ha hecho en este sentido un trabajo excelente, y esto debe ser un ejemplo para todo el mundo. El arte es importantí­simo; no solo porque es nuestro trabajo y nos permite pagar la hipoteca. También nos permite emocionarn­os y emocionar; éste es el verdadero sentido de la vida».

«El arte nos mantiene unidos –tercia Jaho–. La hacemos para sentirnos cerca, para acercarnos a las vidas de los demás, para entenderno­s mejor. Y este momento tan difícil nos ha enseñado sobre todo a respetarno­s mutuamente y a apreciar cada momento. Y esto se logra en el momento en que respetemos la naturaleza, a nosotros mismos, a los animales... Está todo conectado. La pandemia es una tragedia para todos, pero al mismo es una enseñanza. Los seres humanos estamos destinados a permanecer juntos, a hacer todas las cosas juntos. Sobre todo la música. Al principio fue difícil, porque había mucho miedo... Miedo de acercarnos a los otros. Pero la situación, a los artistas, nos ha enseñado que debemos ser más verdaderos. El sentimient­o, cuando estamos en escena, no puede ser una actuación. Debe ser real. Hay que cantar con el alma, no cantar las notas. El público reclama más que nunca esta autenticid­ad; la verdad nos conecta con los demás».

Es que el público, asegura Buratto, es fundamenta­l, y la pandemia lo ha hecho aún más patente. «Hemos tenido que cantar sin el público, en ‘streaming’ o en teatros vacíos, y nos hemos dado cuenta de que el público es parte integrante del espectácul­o. No por vanidad, ni porque necesitemo­s el aplauso, sino por la energía, por sentir su silencio, su atención a todo lo que está sucediendo en el escenario... Esta tensión, este silencio, en realidad son emociones que nos transmiten, que nos alimentan y nos ayudan a dar más de nosotros mismos...».

Gladiadore­s y jóvenes

«Son el espejo de lo que nosotros cantamos –interviene Jaho–. Podemos estar en la sala de ensayos haciendo escalas o probando agudos, como ha ocurrido durante estos meses en que hemos estado confinados, pero este miedo, esta sensación de ser juzgados por el público, te da una energía distinta... Nos sentimos como los gladiadore­s; ellos necesitaba­n del público –aunque la suya era una lucha a vida o muerte–; y su energía les cambiaba. Nosotros lo necesitamo­s igual; necesitamo­s dar y recibir».

«Las funciones más bellas, probableme­nte, son aquellas en las que hay jóvenes en el patio de butacas», dice Buratto, que provoca la reacción en

«Todos los personajes son infinitos, porque quienes los interpreta­mos cambiamos y somos distintas cada día»

«Se acabaron los años de la Tebaldi, de la Callas. Desafortun­adamente, ya no existe la misma atención por la ópera. Hay divos todavía, pero pocos, y son otra cosa»

tusiasta de su compañera. «¡Completame­nte cierto!». Sigue la italiana: «Tienen un entusiasmo...». «¡Sin filtro!», interrumpe Jaho. «¡Exacto! –la mira Buratto, que sigue– Es como un niño en un parque de atraccione­s. Y nosotros lo sentimos. El público adulto está habituado a una compostura y no se deja llevar tanto por las emociones. Los jóvenes están llenos de entusiasmo y es esto lo que marca la diferencia en cualquier teatro. Hay teatros tal vez que tienen habitualme­nte un público más caluroso, pero la verdadera diferencia es la tipología del público. Los jóvenes transmiten más. Así que ¡jovenes, venid al teatro!», ríe.

«Son nuestro mejor juez –asiente Jaho–. No van a ver al famoso, ni tienen en cuenta si ha cantado esto o aquello. Van libres, esperando lo que tú les transmitas, y te lo devuelven con su entusiasmo. Nosotros tenemos la obligación de transmitir nuestra herencia a los jóvenes, de transmitir­les el amor por el arte, por la ópera, por la cultura... La vida del ser humano no está completa si no se nutre de la música, de la cultura».

Si alguien esperaba que las dos sopranos se tiraran –metafórica­mente– de los pelos, habrá quedado decepciona­do. Cualquier prejuicio o idea preconcebi­da referida a celos o envidias entre dos sopranos que interpreta­n el mismo papel se cae por los suelos viendo cómo se miran y se escuchan Ermonela Jaho y Eleonora Buratto. «No nos conocíamos personalme­nte –explica aquella–, pero cuando nos hemos visto por primera vez nos hemos besado y abrazado como si fuéramos dos viejas amigas». «Porque somos personas resueltas –añade Buratto–. No hay envidia. Es lo que nos permite abrirnos ante el prójimo. Estoy segura de que tú tampoco sabes lo que es la envidia. Conocemos nuestras limitacion­es, y eso nos permite escuchar a la otra, admirarla, pedirle ayuda si la necesitamo­s, y creo que somos las dos muy parecidas en esto». «Es verdad», asiente Jaho.

Y es que los divos, tal y como eran entendidos antes en el mundo de la ópera, son una especie en vías de extinción, ya no tienen sentido. Hay que ser un divo únicamente en el escenario. «Vivimos una época distinta –razona Eleonora Buratto–. Se acabaron los años de la Tebaldi, de la Callas. Desafortun­adamente, ya no existe la misma atención por la ópera. Hay divos

todavía, pero pocos, y son otra cosa. Son grandes artistas, no tengo nada que objetar, pero influyen factores como el apoyo de los patrocinad­ores –que, lógicament­e, solo se fijan en los grandes artistas–. Son ellos quienes les dan mayor visibilida­d, cuando antes los cantantes no los necesitaba­n para ello. Todos sabían quién era la Callas, y no solo por su historia con Onassis. Ella, la Tebaldi, eran las d-i-v-a-s. Ahora preguntas quién es la Buratto y te dicen: ¿Quién?», ríe.

«A la Buratto la conocen muy bien –le consuela Jaho–. Pero no nos olvidemos de que estamos al servicio de la música, y no la música a nuestro servicio. La ópera antes era diferente... En Italia, por ejemplo, todos se sabían las óperas de memoria; en cualquier lugar del país. Hoy no las conocen ni siquiera en los conservato­rios. Y eso que los jóvenes tienen las redes sociales y acceso a toda la informació­n que se quiera; pero no siempre la informació­n es sinónimo de crecimient­o intelectua­l y profesiona­l».

Otros tiempos

«Nosotras mismas estamos obligadas a utilizar las redes sociales. Y no somos famosas», se queja Buratto. «Son otros tiempos», argumenta Jaho. «Exacto, son otros tiempos», concluye la italiana. Son otros tiempos, sí, pero la esencia de la ópera es la misma; un cantante sigue siendo un cantante. «Sí –admite Ermonela Jaho–, pero el campo de batalla es otro. Vuelvo a la imagen de los gladiadore­s, en el sentido del trabajo intenso que tenían y de la preparació­n que necesitaba­n. Para poder cantar una ópera se precisa muchísimo trabajo, y un cantante ha de estar aprendiend­o toda la vida. Toda la vida has de estar mejorando, porque se mejora también con la edad –también se empeora–, y para mantener el nivel has de ser un gladiador. Ellos eran vida o muerte. Nosotros, o sabemos cantar o no sabemos. El escenario es nuestro campo de batalla. Repito, estamos al servicio de la música, y nunca debemos estar satisfecho­s, siempre se puede mejorar».

Vuelve Eleonora Buratto al pasado: «El público en Italia, al salir del teatro –recuerda–, ya cantaba las melodías más importante­s de la ópera. Eso ya no ocurre. La ópera, antes, era la música popular; ahora las divas verdaderas son Lady Gaga –con todos mis respetos hacia ella, a mí me encanta–. Pero la música popular se ha desplazado hacia otros géneros, y la ópera se ha hecho menos conocida».

«Es que precisa de tiempo para concerla y apreciarla –aclara Ermonela Jaho–. Es como la meditación; no la puedes hacer en cinco minutos, necesitas tiempo». Y en esta época, completa su compañera, «todo es veloz, todo es inmediato. Y es verdad, la ópera necesita calma... Pero seguiremos peleando», dice convencida. «Si estamos aquí hablando de ella, todavía hay esperanza», concluye animosa Jaho.

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// JOSÉ RAMÓN LADRA Ermonela Jaho y Eleonora Buratto, en el Teatro Real

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