Niños sin prosa
Del niño de Canet hablarán si se hace ‘trans’
LO que más le gusta al lector son los artículos con niño. Eso chifla a la gente. Por eso resultaba tan raro ayer que ‘El País’, órgano de la gran cursilería actual, no dedicase nada al niño de Canet, que comparte silencio con la niña de Igualada. ¿Por qué se les niegan a estos menores los almíbares de la prosa oficial? En el caso de la joven salvajemente violada, pudiera provocar que alguien se preguntara por el origen de ciertas violencias; en el caso del niño de cinco años sometido al acoso nacionalista, la doctrina es que no hay problema en la escuela. Dudarlo es ir contra el catalán, aunque lo de Canet no sea un asunto de castellano contra catalán, como venden los nacionalistas y los intelectualillos-brasa del PSC; tampoco se trata de un asunto meramente psicopático de los nacionalistas, como repite cierta derecha nada inocente, ni meramente cívico, como recuerdan los centristas. Se trata de un problema constitucional y de calado histórico.
Se compara al niño de Canet con la niña negra americana del final de la segregación (el ternurismo infantil), pero del que hay que acordarse es de Eisenhower, que envió al ejército a proteger a los nueve estudiantes negros de Arkansas. No se trataba de imponer nada, sino de ‘garantizar’. Eisenhower quizás no era un entusiasta de los derechos civiles, pero aseguraría el respeto a la Corte Suprema y a los poderes federales. En suma, a la Constitución.
Aquí no sucederá. La Constitución está para no cumplirse. Es además una productora sistemática de humo político. De su mito fundante del consenso, de la ausencia de mecanismos de control del poder y de su deliberada nebulosidad surge una cultura de la moderación, de moderar lo que ella no modera: el moderantismo, el disfraz que elige la corrupción.
Durante años, la inquietud que provocaba el dislate territorial se tranquilizaba con el 155: ya llegará, se decía. Y llegó, y lo vimos: se intervino una autonomía como cuando se queda ‘cogido’ el ordenador, apagar y encender para ‘resetear’.
Ahora, el desacato en materia de educación podría exigir una intervención, pero es tema vedado y tabú por demasiado importante. Es un estropicio histórico del 78. Formado el nuevo Estado tras la Guerra Civil, en las décadas siguientes emigraron millones de trabajadores españoles. Casi uno de cada cuatro. Andaluces, castellanos o extremeños hicieron crecer los núcleos urbanos. La del 78 no era ya la España del abrazo pendiente. Ese abrazo ya se estaba dando. Había una nueva relación entre las tierras de España, pero esto se puso en las manos de las oligarquías regionales.
¿No crea el Estado su nación? Ahí estaba: la España retejida, mezclada, renovada con una infinidad de vínculos norte-sur, campo-ciudad y matrimonios ‘mixtos’ se le dio a los califas autonómicos para que la balcanizaran con permiso de la izquierda, que así cuida del obrero. Del niño de Canet, por tanto, hablarán si se hace ‘trans’.