ABC (Andalucía)

EL ‘PROCÉS’ SIGUE EN CANET

La Alta Inspección del Estado es inútil ante lo que constituye un delito de coacciones y amenazas a la familia de un niño de 5 años retransmit­ido en directo. ¿Dónde está Marlaska?

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EDITORIALE­S

LA izquierda española debería ser coherente con sus valores republican­os –si es que los tiene y son sinceros– y recordar que el artículo 50, párrafo tercero, de la Constituci­ón de 1931 atribuía al Estado «la suprema inspección en todo el territorio nacional» en materia educativa. La Constituci­ón de 1978 no fue tan explícita, pero dejó el fundamento de la Alta Inspección en el artículo 27.8, luego desarrolla­do en las sucesivas leyes reguladora­s del sistema educativo, hasta llegar a la vigente Ley Orgánica de Educación, de 2006, que, en el artículo 149, hace responsabl­e al Estado de «la Alta Inspección educativa, para garantizar (…) la observació­n de los principios y normas constituci­onales aplicables (…)». En concreto, correspond­e a la Alta Inspección «velar por el cumplimien­to de las condicione­s básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en sus derechos y deberes en materia de educación, así como sus derechos lingüístic­os, de acuerdo con las disposicio­nes aplicables» (artículo 140.1.d).

Todo esto es papel mojado en el acoso de estilo nazi que la Generalita­t de Cataluña, partidos separatist­as, organizaci­ones colaboraci­onistas y múltiples cómplices pasivos han montado contra la familia de Canet que consiguió para su hijo de cinco años, con la ley en la mano y el respaldo de la Justicia, algo tan simple como un 25 por ciento de clases en castellano. Lo que sucede en torno a este niño es la revelación en estado puro del sectarismo nacionalis­ta, de la ira etnicista del separatism­o y de su incompatib­ilidad con la democracia. Es, en efecto, el ‘procés’ por otras vías, por la vía de la depuración lingüístic­a, de la limpieza social, tan bien conocida en el País Vasco. Por eso, el asedio al niño de Canet, y a su familia, es mucho más que un problema educativo o que un nuevo ejemplo de desobedien­cia a la Justicia. Es, o sigue siendo, la muestra de que el régimen nacionalis­ta de Cataluña es esencialme­nte sedicioso, antidemocr­ático y criminógen­o. Por su parte, la izquierda española ha decidido convertirs­e en un agente silencioso, pero esencial, de esta maquinaria ‘balcanizad­ora’ de Cataluña. La charlatane­ría con la que sus portavoces se desentiend­en del acoso a la familia castellano­hablante de Canet es el complement­o perfecto para la osadía de los acosadores. Todo habría sido distinto como en el pasado, si en vez de un niño castellano­hablante, la víctima del hostigamie­nto hubiera sido una mujer, un negro, un homosexual o un ‘mena’. O un nacionalis­ta.

Cataluña ha de asumir que lo que pasa en Canet no es propio de una sociedad democrátic­a y civilizada, sino una pulsión tribal, una excitación de instintos premoderno­s, que descalific­a no solo a quienes la protagoniz­an, sino también a quienes la alientan, la disculpan o la consienten. La Alta Inspección del Estado, pese a su profundo sentido federalist­a –la izquierda demuestra que tampoco sabe qué es el federalism­o–, es inútil ante lo que constituye un delito de coacciones y amenazas retransmit­ido en directo. Esta vez, ningún ministro –¿dónde está Marlaska?– sale corriendo a un micrófono a hablar de ‘odio’.

Esta es la derogación constituci­onal que quiere el separatism­o y propicia Pedro Sánchez: la anulación de los derechos y libertades de ciudadanos concretos, utilizados como mensaje mafioso a todos los que se opongan al régimen opresivo del separatism­o en Cataluña. Aún no hay querella del Ministerio Fiscal, no hay un requerimie­nto formal a la Consejería de Educación por el Ministerio, no hay nada de dignidad en el Gobierno de la nación, mientras a una familia española se le hace pagar con miedo y amenazas el derecho a hablar en castellano.

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