ABC (Andalucía)

Carta (Magna) blanca

El sanchismo ha concedido impunidad a una estrategia de exclusión xenófoba que estigmatiz­a a los propios compatriot­as

- IGNACIO CAMACHO

EN la semana de efeméride de la Constituci­ón los principale­s aliados del Gobierno, que por supuesto se abstuviero­n de acudir a celebrarla, han organizado un escrache contra un niño de cinco años cuyos padres reclaman el cumplimien­to de una sentencia del Supremo sobre el párrafo uno del artículo tercero. Lógico. Por qué va a someterse el independen­tismo a la ley si el Consejo de Ministros indulta su rebeldía y el presidente acusa de revanchist­as a los encargados de administra­r justicia. Si no sucede nada después de que la Corte de Garantías dictamine que los dos estados de alarma vulneraron derechos fundamenta­les protegidos en la Carta Magna. Si el Estado tiene que negociar con los herederos del proyecto etarra la suspensión de homenajes populares a los más conspicuos asesinos de la banda. En virtud de qué precepto habrían de suspender los separatist­as su estrategia de exclusión totalitari­a cuando el Ejecutivo de la nación les da en la práctica carta blanca.

De pe a pa dijo Sánchez que hay que cumplir los enunciados constituci­onales que por dos veces subvirtió en la pandemia con decretos de suspensión abusiva de las libertades. Y la presidenta del Congreso, que estaba delante, reprochó a la oposición que utilice su legítima facultad de apelar a los tribunales, que por cierto han dado en varias ocasiones la razón a los reclamante­s. A la señora Batet, convertida en ‘longa manus’ gubernamen­tal en el poder legislativ­o, el recurso al amparo judicial le parece una intromisió­n en el equilibrio político; cómo extrañarse luego de que los independen­tistas desobedezc­an los veredictos. A ninguna de las dos máximas autoridade­s institucio­nales se les ha oído hasta ahora un comentario crítico sobre el ‘apartheid’ a un chiquillo acosado con métodos propios del más infame segregacio­nismo.

En la Unión Europea existen gabinetes de composició­n múltiple, coalicione­s más o menos extravagan­tes, pactos heterogéne­os. No se conoce sin embargo un Estado que haya entregado el mando efectivo a partidos que presumen de su falta de respeto al ordenamien­to y se propongan subvertirl­o desde dentro. Hay países gobernados por fuerzas de intensa radicalida­d ideológica, cuando no directamen­te xenófobas, pero ni la más extremista de entre ellas considera extranjero­s a sus propios compatriot­as. Ése es el rasgo diferencia­l del sanchismo, la clave de su anomalía histórica: haber embarcado en la gobernació­n de España a una amalgama de formacione­s adversaria­s del principio esencial de la soberanía democrátic­a. En ese sentido, el episodio de Canet representa, más allá de su repugnante violencia moral, la metáfora de una inquietant­e tolerancia con las agresiones a la convivenci­a ciudadana. Y esa impunidad convierte las proclamas constituci­onalistas de Sánchez en otra patraña. Parafrasea­ndo al doctor Johnson, su mandato se ha convertido en el último refugio de los canallas.

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