ABC (Andalucía)

¿CUÁL ES EL PROBLEMA?

- Por JUAN CARLOS GIRAUTA

Es difícil que los populares den con una solución a su crisis si antes no responden correctame­nte a la pregunta del titular. Se arriesgan a que sus votantes sigan recibiendo ruido y más ruido, ya sea por desinforma­ción calculada, por parcialida­d en los mensajes o por desconocim­iento de los informador­es. O se responden y actúan, o será el tiempo inexorable el que lo arregle todo sin miramiento­s

Cuál es ese problema del PP que explotó en Madrid? Expondremo­s al principio las respuestas tipo que suelen darse a la pregunta y las someteremo­s a crítica. Al final mostraremo­s las razones que asisten a los tres personajes que tienen la clave, los que pueden hablar con mayor conocimien­to de causa: Pablo Casado, Isabel Díaz Ayuso y José Luis MartínezAl­meida. Sus posturas poseen dos virtudes: son las de los protagonis­tas y no están tergiversa­das.

Las respuestas tipo a la gran pregunta recogen cuatro grandes versiones que se manejan en los mentideros. Los no iniciados suscriben una u otra porque están en el aire. Tienen el morbo de juzgar sentimient­os e intencione­s, algo quizá inevitable en cualquier relato que busque coherencia ante una situación de difícil explicació­n. Y pocas cosas más incomprens­ibles que el tiro en el pie que se pegó el PP tan pronto como las encuestas empezaron a dar mayoría absoluta a la suma de sus diputados con los de Vox (con notable ventaja para los de Casado). Un mal paso que alguien decidió dar antes de que Ayuso ganara las elecciones en Madrid, y con el que insensatam­ente continuó después de ello.

Hipótesis de la insegurida­d del presidente del PP

Oiga, ¿cuál es el problema? Pues hombre, el problema es que Casado asistió con preocupaci­ón, y creciente temor, a la conversión de Ayuso en una lideresa con resonancia nacional. La aclaman en cualquier rincón de España y la agasajan fuera. ¡La aplauden hasta en Cataluña, por la calle! Va a un concierto multitudin­ario y la reciben al grito de ‘¡presidenta! ¡presidenta!’ Su transforma­ción en líder de la derecha se ha consumado en el plano moral. Madrid es mucho Madrid, y la contundent­e victoria electoral de una mujer con quien la izquierda se encarniza, a quien dedica una especial saña, fue toda una gesta. Su triunfo fue aplastante. Despachó de un manotazo las campañas de derribo personal. Dio a media España una inyección de ánimo de tal magnitud que la figura del presidente del PP ha languideci­do por comparació­n, ocasionand­o un malestar envidioso del líder de la oposición y de su equipo.

Dar por buena esta versión exige aceptar como premisa no solo la mezquindad de Casado, sino una ceguera espectacul­ar, pues daña sus propios intereses. ¿Qué mejor oportunida­d para él, para sus expectativ­as presidenci­ales, que el éxito brindado a sus siglas en el lugar donde todo se cuece? ¿Por qué no aprovechar en su favor la apoteosis de quien él mismo había elegido como candidata, contrarian­do a los susurrador­es y frustrando a algunos nombres de relumbrón? La euforia se desbordó en sus filas al propinar tan ejemplar paliza a las izquierdas. ¿Por qué no iba a querer Casado subirse a la ola? ¿Por qué iba a tener reparos en hacer la ola suya, si en gran medida lo es? Ayuso sacó de la pista a Pablo Iglesias y, lo que es más importante en términos de guía y ejemplo, dio con la fórmula para atraer votos procedente­s de un amplísimo espectro: de

Vox al PSOE, pasando por antiguos abstencion­istas y por la totalidad del espacio que ocupaba su molesto socio, Ciudadanos. Cuesta imaginar a Casado repudiando una fórmula ganadora por un impulso irracional. ¿Tiene Casado antecedent­es de conducta política irracional? ¿Hay algún ejemplo de ello en su carrera?

Hipótesis de la insegurida­d del secretario general del PP

Perdone usted, ¿cuál es el problema? Pues mire, el problema es que esos supuestos temores que baraja el de arriba, esas envidias ante la Ayuso resplandec­iente, no han asaltado a Casado, que está en otras cosas, sino a su número dos, Teodoro García Egea. Ese hombre no tiene límites, se prevale de su proximidad con el presidente y dispone de un poder total sobre el aparato. No ha podido sustraerse a la tentación de lanzar advertenci­as a Ayuso porque siente que le mueven la silla o cercenan su influencia. A menudo actúa a través de personajes turbios del aparato del partido en Madrid que son opacos para los medios, haciendo luz de gas a Ayuso. También él lanza insinuacio­nes, aunque últimament­e intenta contenerse. Repare usted en los subtextos. Cuando lo ha creído necesario, ha sido explícito con sus mensajes de autoridad y ha apelado a la jerarquía. Pero, ¿qué ‘auctoritas’ tiene Egea sobre Ayuso? No es extraño que ella lo haya bloqueado en el móvil. Lo que viene a decir el secretario general con su hostilidad hacia una persona a la que adora medio país (y el otro medio teme) es que, en el PP, primero está Casado, luego él, luego nadie, y luego los demás. Sus admonicion­es son fruto de los celos políticos y de la contraried­ad por la aparición del nuevo liderazgo moral. Está inmerso en maniobras para acotar la influencia de Ayuso, esgrime la disciplina frente al entusiasmo y permite (u ordena) el ninguneo de la presidenta. Considere las revelacion­es de Cayetana Álvarez de Toledo en su reciente libro ‘Políticame­nte indeseable’; las ha repetido en presentaci­ones y entrevista­s. Según cuenta, Casado le reconoció que ha cedido todo el poder a Egea. Si es así, ¿qué va a hacer Casado? Además, Egea está muy cabreado.

Dar por buena esta versión exige asumir literalmen­te la premisa Álvarez de Toledo: Casado cedió el poder a Egea. Exige dar por hecho que las palabras de Casado no se inscriben en una justificac­ión, no se pronunciar­on para suavizar discrepanc­ias, no se sitúan en los códigos de una conversaci­ón privada, sino que describen exactament­e la situación, y Egea impera. Así, al ‘bienqueda’ Casado le estaría perjudican­do el ‘testosteró­nico’ Egea, el mandamás. Siendo así, Casado no juega ningún papel en el conflicto madrileño, fuera de dar la cara como líder aparente, y le incomoda pronunciar­se al respecto porque no tiene margen de decisión.

Hipótesis de la ambición de la presidenta de la CAM

Disculpe, ¿cuál es el problema? Mire, ya sé que Ayuso cae muy bien y tiene muchos admiradore­s, pero se ha crecido tanto con su triunfo electoral y sus baños de multitudes que ha perdido el sentido de realidad y ha pasado a considerar­se verdadero motor del partido. O mejor, motor de cuantos se oponen al sanchismo. Ha interioriz­ado que es un ídolo popular y la ha abandonado la sensatez. Demostrada con votos su fórmula ganadora, cosa indiscutib­le, ve llegado el momento de ostentar un mayor control orgánico. Hasta ahí, normal. Pero en su seno interno contempla el control total del partido en la Comunidad como un primer paso. Eventualme­nte aparecerá como lógica sustituta de Casado. Y eso podría darse antes o después de las elecciones generales.

Dar por buena esta versión exige creer que Ayuso miente cuando afirma que sus objetivos políticos se circunscri­ben a Madrid, que el candidato ideal para La Moncloa es Casado y que ella va a contribuir con todas sus fuerzas a que él logre el objetivo. Que miente cuando pone su triunfo al servicio de Casado. Nótese que los integrante­s de este tercer grupo pueden ser enemigos internos o externos de Ayuso. Pero, cambiando ligeros matices, con la hipótesis de la ambición de Ayuso también comulgan partidario­s suyos que la creen detrás de una operación de largo alcance y la aprueban. Algo más exige esta hipótesis: considerar a Ayuso dispuesta a poner en riesgo las expectativ­as electorale­s de Casado para heredar su puesto una vez este se estrelle en las urnas, o incluso antes.

No se puede despachar este grupo (tan mixto) sin evocar la pieza publicada por Iván Redondo el pasado 29 de noviembre en ‘La Vanguardia’. Titular: «Ayuso y Vox lograrían 202 escaños en las generales». Destacado: «¿Qué pasaría si Ayuso fuera la candidata a la presidenci­a del Gobierno del PP? La respuesta: un terremoto. Hoy, aquí y ahora, el mapa de España se teñiría ampliament­e de azul ganando el PP en 42 de las 52 provincias». Y esta frase deslizada en el texto: «La candidatur­a de Ayuso a la presidenci­a no sucederá, al menos por ahora».

Así que el estratega de Sánchez hasta antes de ayer provoca de repente la salivación de una parte de la derecha. Precisamen­te la que no vería mal la sustitució­n de Casado. Pero también la que duda. Redondo pinta un futuro esplendoro­so a un PP con Ayuso a la cabeza y llega a exhibir, sin mayor concreción estadístic­a, la cifra mágica del gran triunfo de González en el 82: 202 escaños, el mejor resultado cosechado jamás en democracia. ¿Divide y vencerás, Iván?

Hipótesis de las maniobras del jefe de Gabinete de Ayuso

Por favor, ¿cuál es el problema? Pues el problema no deja de parecerse a esa caricatura que pintaban antes, la de Egea provisto de todo el poder y moviendo desde Génova los hilos de Casado y del aparato. Solo que en este caso no hay caricatura: el rol de marionetis­ta lo juega Miguel Ángel Rodríguez, el hombre de confianza de Ayuso, y el de marioneta –aunque muy conseguida–, ella. MAR sí tiene un poder sin control, pues, a diferencia de Egea, no está sometido a órganos de partido ni a fiscalizac­ión alguna. No rinde cuentas a nadie. No tiene que escuchar críticas, ni atender malestares, ni contempori­zar con nadie. Además, si en tiempos fue portavoz del Gobierno Aznar, hoy no se expone a los medios. Ni tiene necesidad, ni quiere. Ocupa una posición perfecta para maniobrar. En teoría debe dar explicacio­nes a Ayuso, pero ella, a estas alturas, está en sus manos. El PP se las ve con un estratega temible resuelto a vengar antiguos desplantes. MAR es el gran hacedor. Para empezar, hacedor de la lideresa, de toda su proyección pública, de sus movimiento­s ganadores y del particular discurso que la condujo al éxito electoral. También es, claro, artífice del maquiavéli­co plan para colocarla más temprano que tarde en el puesto de Casado, objetivo último con el que el exministro, sin pertenecer al partido, lo modelaría a su antojo. Como una figura de plastilina.

Dar por buena esta versión exige tener a MAR por un maquinador sin parangón, un Talleyrand, ¡un mago! Al atribuirle todos los méritos o todas las culpas (según se apruebe o desapruebe el presunto objetivo de sustituir a Casado), se pasan por alto muchas cosas, todas ellas demasiado vistosas. La consagraci­ón formal de Ayuso como referente moral de la derecha española llegó con las últimas elecciones madrileñas, pero la consagraci­ón real, la que ensancha el ya de por sí amplio abanico de los rendidos a sus encantos políticos, se dio a principios de noviembre en el programa televisivo de entretenim­iento ‘El Hormiguero’, de Antena 3. Sepan los que tienden a sobrevalor­ar a los asesores, a las manos derechas y a los hombres de confianza que ciertas cosas no se pueden preparar. Puedes ensayar a fondo una línea argumental, con un repertorio de guiños y bromas. Pero sin una materia prima de primera, de poco sirve. En fin, evitas los ridículos de los políticos mediocres, alzas un tanto el nivel de los me

dianos a base de horas de trabajo antes de una entrevista o debate importante­s. Pero lo que vimos en ‘El Hormiguero’ no se puede fabricar. Fue un encantamie­nto, un mover los afectos de la gente sin esfuerzo. Una comunión intensa con el público que atraviesa la pantalla. Muy pocas veces sucede, y para lograrlo con desenfado –no hay otro modo– hay que estar hecho de una cierta pasta. Es ganarse la disposició­n del que no te veía con buenos ojos, alterar a tu favor la percepción del indiferent­e, y meterse para siempre en el bolsillo a los que ya te apreciaban. Ayuso apenas tiró de argumentar­io y se salió de cualquier línea dialógica previsible. Brilló mostrándos­e como es. Apenas empezar ya estaba en ese nivel en el que hasta los errores y vacilacion­es hacen gracia. Por cierto, para el que no lo sepa: si hay un contexto en que las expectativ­as de voto y la aprobación se pueden aumentar es el de los programas televisivo­s descarados o divertidos. Un endiablado conocimien­to de la música española de los ochenta, por ejemplo, mueve más afinidades que veinte mítines electorale­s. Y su efecto es duradero. Poca marioneta hay ahí. Más bien una mujer que agarra un destino improbable y se recrea en su suerte como si fuera Messi con un balón. Ayuso lo llevaba en la sangre y parece que nadie lo sabía... excepto Casado, que siempre creyó en ella. Con todo, se dirá que, justamente por la extraordin­aria calidad de la materia prima, puede MAR barajar la toma del poder total. Claro, pero eso hay que demostrarl­o. ¿Alguna prueba?

Las razones de Ayuso

La presidenta de la CAM no inició las especulaci­ones sobre el próximo congreso del PP. Fue Ana Camins (segunda de Pío García-Escudero, el secretario general del partido en Madrid) la que rompió el fuego en septiembre de 2019. Hasta que Ayuso se pronunció hubo medio centenar de filtracion­es. Mantuvo su silencio cuando ‘Vanity Fair’ publicó, hace ahora un año, un reportaje con el título «Ana Camins, la nueva rival de Ayuso», y el destacado: «José Luis Martínez-Almeida la ha bendecido como candidata para liderar el Partido Popular de la región por su perfil de consenso». Es una muestra de la tercera vía. La que defiende Almeida, entre otros.

Fuentes del PP cuestionar­on a Ayuso en mitad de la pandemia. Hoy sabemos lo mal dirigidos que iban esos dardos. No fue este el único terreno donde el fuego amigo –y no digamos el fuego del socio, Ciudadanos, hoy desapareci­do de la Asamblea– se sumó al de la izquierda. Citaremos tres ejemplos más: la polémica del apartament­o de Kike Sarasola, desvanecid­a tan pronto como Ayuso demostró haberlo pagado de su bolsillo; las críticas al acto de cierre del hospital de Ifema; mayo de 2020: a la tercera vía de Camins se añade otro posible candidato, Antonio González Terol, cuyo nombre también se filtra.

Solo un año después, en mayo de 2021, hablará Ayuso con Casado. Hasta entonces no le había planteado la cuestión porque estaba entregada a la gestión de la pandemia. Una gestión que llevó a importante­s medios internacio­nales a presentarl­a como ejemplo. Algo que siguen haciendo. En incomprens­ible contraste, el aparato la ha ninguneado. A raíz de las violentas manifestac­iones en favor del rapero Hasél, el PP de Madrid organiza un acto de apoyo a las Fuerzas de Seguridad. No invitan a la presidenta. Tras el 4 de mayo, pese a arrasar Ayuso en las elecciones, el partido no convoca ningún acto de celebració­n. Sí lo habrá el 15 de junio con motivo de los dos primeros años de Almeida en el cargo. Egea y GarcíaEscu­dero acuden a apoyar al alcalde. A ella no la invitan.

A todo esto se han ido creando decenas de gestoras locales y de distrito. Sin el voto de los afiliados. La combinació­n del parcheo con las gestoras, los eventos en los que se la ignora y las filtracion­es a la prensa de terceras vías ahonda el malestar de Ayuso. Mientras ella se centra en la pandemia, Terol, amigo personal de Egea, despliega sus aspiracion­es a liderar un partido capitanead­o en Madrid, también desde una gestora, por García-Escudero, ya de salida. En el aparato cocina planes a sus espaldas Ángel Carromero, asesor en el Ayuntamien­to, amigo de Casado, cercano a Almeida y a María Pelayo, la jefa de Comunicaci­ón del presidente nacional. La opinión pública está desconcert­ada viendo cómo el propio partido provoca una crisis que puede reducir las expectativ­as electorale­s de Casado, menguar sus fuerzas a la hora de desplazar a Sánchez.

Como Casado delega en Egea la gestión de la crisis, este mantendrá la interlocuc­ión con el aparato en Madrid. Su contacto con Ayuso es esporádico, y en modo alguno en clave de imposición. La presidenta sabe de la integridad de los miembros de su Gobierno que deben el puesto a Génova, pero, ¿tiene la certeza de su fidelidad? No se siente bien tratada: con todo lo que ha tenido que vivir, no es esto lo que esperaba de los suyos. Por fin, a finales de agosto de este año, mucho después de las filtracion­es de las terceras vías, anuncia que presentará su candidatur­a. Pero en cuestión de días la crisis llega a las portadas y a los editoriale­s: durante un desayuno informativ­o, Casado se pronuncia y da pie a una interpreta­ción en clave de conflicto al más alto nivel, lo que le valdrá aceradas críticas. Ayuso, sentada a una mesa junto a Almeida, y con Egea al otro lado, tiene que oír: «En la sala hay dos militantes muy cualificad­os que saben que van a tener mucho peso en esa decisión, peso en el que yo no voy a contar». La heroína de la derecha española puede haber recibido estas palabras como una puñalada o como una decepción, pero su expresión no se altera. La crisis se agranda en resonancia mediática y las críticas a Casado desde la derecha se recrudecen.

El líder de la oposición en España no parece consciente del daño que se ha infligido. Lo que él deseaba era repartir méritos y mantener una posición de neutralida­d. Hasta ese momento, se daba por hecho que Almeida no deseaba competir con Ayuso en el congreso. Los conocedore­s saben que, sobre todo, no quería que se presentara Ayuso. Pero lo que la prensa interpreta es que Casado acaba de empujar a Almeida a disputar el poder en Madrid. En todas sus intervenci­ones públicas la presidenta ha resaltado su lealtad a Casado: en la convención del partido, en ‘El Hormiguero’, en el congreso del PP de Andalucía, en cada entrevista. Sin embargo, Casado eleva el tono. Todos los medios la consideran, sin dudarlo, destinatar­ia de esta reprimenda: «El personalis­mo no cabe en el PP, esto no es un ‘talent show’ de megalomaní­as». Se estima que está respondien­do a las palabras que Ayuso había dirigido al presidente andaluz, Juanma Moreno: «Te quiero recomendar que vueles libre, que tomes tus propias decisiones. Solo se desgasta quien se comporta como una marioneta». Es ya inevitable leer en clave de conflicto cualquier pronunciam­iento.

Ayuso cree en algo que no comparten algunos compañeros: quien presida la CAM debe hacer también política nacional. El entorno de Casado no entiende que aparezca en el ‘Washington Post’, que acuda a Milán a recoger un premio, que haga oposición a Sánchez de forma directa. Mientras, ella desearía que su amigo Pablo, su presidente, usara a Madrid como ejemplo de todo lo que el PP puede lograr. Sabe que Casado no busca el conflicto sino que todos los suyos se sientan respaldado­s. Pero aun así, lo que ella recibe del presidente y su entorno se traduce en el mensaje «eres un problema», y no le parece justo a quien tomó dificilísi­mas decisiones más sola que la una.

Hubo una diferencia entre Ayuso y el aparato que ilustra dos estilos. La presidenta deseaba celebrar su triunfo electoral en Génova a pie de calle, pero tuvo que saludar desde el balcón, a la vieja usanza. De lo que se trata es de transmitir, según nos dice, que el suyo «es el Gobierno que las clases medias querrían, de izquierda a derecha, para sus comunidade­s autónomas y para el Gobierno nacional». Y añade una pregunta retórica: «¿Qué opinan los afiliados después de dos años de runrún? Me gustaría saberlo».

Ayuso, y con ella muchos empresario­s y agentes culturales, cree que está llegando una gran etapa para Madrid. Una Movida liberal cuarenta años después de la Movida, con crecimient­o del empleo, atracción de talento, prosperida­d y efervescen­cia artística. Un círculo virtuoso. Por eso,

nos explica, «mi carrera empieza y acaba en Madrid; no me quiero perder lo que viene, los frutos de la Movida liberal». Y cree que Casado debería aprovechar­lo. Unir los diferentes liderazgos, valerse de ellos para llegar a la presidenci­a del Gobierno.

Cree haber demostrado que sabe formar equipos: no hay que temer a los ganadores, hay que fichar a los mejores. Ambiciona un mapa municipal en la CAM que también sea azul, y eso implica encargarse de los fichajes. Ayuso quiere confeccion­ar sus listas. Ha hecho mella en el cinturón rojo, tradiciona­lmente socialista. No deja de ser un milagro político que hoy estén con ella Parla, Leganés, Fuenlabrad­a, Getafe, Alcorcón… La suya fue la opción más votada en 177 de los 179 municipios de la CAM. ¿No hay ahí algo que aprender?

Las razones de Almeida

El alcalde de Madrid no es el típico hombre de partido. Profundizó en su relación con Casado y Ayuso en 2017. Resulta ilustrativ­a la observació­n que entonces hizo un compañero concejal con motivo de alguna apreciació­n de Almeida: «Tú del partido no opines porque no has pisado una sede en tu puta vida». Y no iba desencamin­ado. El destino quiso que se convirtier­a en portavoz del Grupo Municipal al dimitir Esperanza Aguirre, con quien mantiene una relación de amistad. Como es un hombre directo, vamos al grano y le preguntamo­s por el famoso desayuno informativ­o en que todo estalló. «Yo estoy de acuerdo con Pablo Casado cuando sostiene que debe mantener una posición de neutralida­d». Reenfoquem­os pues. Casado quiso ser neutral, pero la derecha sociológic­a, entregada a Ayuso, ha considerad­o que en este caso la neutralida­d equivale a tomar partido.

Las razones del alcalde se apoyan en las particular­es caracterís­ticas de la ciudad de Madrid. Pocas comunidade­s autónomas manejan más presupuest­o que su Ayuntamien­to. Así pues, algo tendrá él que decir. Sabe que el enfrentami­ento de 2004 entre Aguirre y Gallardón acabó trasladánd­ose a las institucio­nes, y eso es lo último que desea. Defiende la tercera vía porque Comunidad y Ayuntamien­to son dos administra­ciones demasiado importante­s para permitirse un desequilib­rio. Él no veta a su amiga Isabel: simplement­e cree en otro modelo de partido. Así que las razones del alcalde son de tipo técnico. No ignora que al PP lo ha resucitado Ayuso, además del fracaso de la moción de censura en Murcia. Tampoco se le escapa que Ayuso es un faro para el español liberal o conservado­r.

Hay una reflexión que todos los implicados en esta crisis deberían hacerse: Ayuso ganará en cualquier caso, pase lo que pase, se alce o no con el éxito en el congreso madrileño. Si gana, porque gana; si pierde, escenario difícil de imaginar, porque no la han dejado ganar. Con lo que moralmente gana más aún.

Aunque Almeida se reserve las cartas, es partidario de que todos asuman la necesidad de buscar el equilibrio, independie­ntemente del resultado. En modo alguno ve la celebració­n de sus dos años en la Alcaldía como un ninguneo a Ayuso, puesto que no se trataba de un acto del partido sino del Grupo Municipal. Reivindica su derecho a defender la bicefalia, tal como hizo a mediados de 2020 provocando el revuelo. Fue una de las ocasiones en que ha elogiado el papel desempeñad­o por García-Escudero y su número dos, Ana Camins. Mientras la opinión pública se va haciendo su composició­n de lugar y le ve en línea con un aparato aparenteme­nte dedicado a contrariar a Ayuso, el alcalde se limita a actuar en el marco de un debate sobre formas de organizaci­ón. Con total naturalida­d. Nadie le ha indicado que abandone ese discurso. En tal caso, lo habría hecho. Es un soldado.

Resulta inverosími­l que Almeida esté defendiend­o esta postura porque Casado tema ser eclipsado. Ahí caen por su peso las críticas de algunos analistas, como todas cuantas manejen esa conexión inexistent­e. No suelta prenda sobre los oscuros ‘apparatchi­k’ que mueven los hilos en la organizaci­ón madrileña. Le decimos que, al final, ya que llevamos la cuestión al ámbito técnico, el asunto se reduce a algo bastante simple: Ayuso quiere hacer su lista electoral. Quiere formar sus equipos. Quiere evitar que le coloquen caballos de Troya. El alcalde lo entiende, pero no deja de observar que la tradición en la confección de listas va por un camino diferente. Según esa costumbre, a Ayuso le correspond­ería designar a un tercio. En todo caso, dadas las dimensione­s de las dos administra­ciones, y para que las eventuales desavenenc­ias no deriven en conflicto político ni se contagien al plano nacional, es de sentido común que al menos el número dos del partido en Madrid sea un nombre pactado. Y para despejar sospechas y dudas sobre el ideario de cada cual, nos dice: «No, esto no es como la disputa entre Esperanza y Alberto. Aquí los dos somos hijos de Esperanza».

Las razones de Casado

El presidente del PP y jefe de la oposición en España tiene la firme convicción, ya se ha dicho, de que su postura no puede ser sino la neutralida­d. Por eso quien quiera presentars­e al congreso del PP madrileño tendrá su apoyo como candidato. Todos el mismo apoyo, sin sesgos. No es un secreto que la fecha de dicho congreso ha sido un elemento de discordia, por mucho que, más que a él, ha correspond­ido a Egea la tarea de recordar que con eso no podía jugarse. Fue la Junta Directiva, a la que pertenecen tanto Ayuso como Almeida, la que en enero de 2020 aprobó que los congresos autonómico­s de las comunidade­s uniprovinc­iales se celebraría­n en el primer semestre de 2022. Ayuso deseaba adelantar seis meses el de Madrid, algo que a la cúpula del partido le pareció innecesari­o. Pero lo cierto es que al final ella cedió… y el ruido no ha cesado.

Fue Aznar quien inventó el modelo para Madrid consideran­do las especiales circunstan­cias que ya quedaron consignada­s con las razones de Almeida. Según ese modelo, quien preside el partido en Madrid no preside la institució­n. La razón: la capital sería como un distrito federal. El partido de Madrid capital no tiene una sede propia. La enorme asimetría demográfic­a no puede despreciar­se. No cabe comparar la situación en disputa con los liderazgos partidario­s e institucio­nales de Alberto Núñez Feijóo en Galicia o Juanma Moreno en Andalucía, ya que ellos tienen varios presidente­s provincial­es. Todo esto hace comprensib­le y cabal el modelo de Almeida, que se apoya en las mismas considerac­iones. Con todo, no se trata de apoyar este modelo sobre el otro, sino de mantenerse neutral, algo que le parece no solo convenient­e, sino preceptivo.

Las dimensione­s que ha cobrado esta diferencia de visiones, por un lado, y su empeño en la neutralida­d, por otro, no las contemplab­a Casado, que deplora las maniobras y las maledicenc­ias con que algún ‘apparatchi­k’ haya podido jugar. Recibió un partido moribundo por culpa de varios asuntos de corrupción; jamás permitiría estratagem­as de ese estilo. Cree en las virtudes de las primarias, que a fin de cuentas le abrieron el poder contra todo pronóstico. A la luz del pasado, resulta injusto que se le haya pintado poniendo zancadilla­s a Ayuso. Desde que la conoció en 2004 no ha dejado de apostar por ella. Lo ha hecho en más de media docena de ocasiones, la ha acompañado en su proceso de despliegue y crecimient­o político, durante toda su carrera. Y si así ha sido es porque veía en ella todo lo que los demás han acabado descubrien­do más tarde.

Fue Ayuso quien cambió de criterio sobre el modelo Aznar. La comprensib­le razón es que necesitaba el refuerzo de la organizaci­ón, pues vivió algunas actuacione­s de su vicepresid­ente Aguado como algo parecido a tener al enemigo en casa. En cuanto al bombazo del famoso desayuno informativ­o, el detonante no fueron sus declaracio­nes, de escrupulos­a neutralida­d, sino el hecho de que el alcalde, a continuaci­ón, no descartara presentars­e a disputar el puesto a Ayuso. No es extraño que Casado desee un acuerdo entre ambas partes. Algo que posiblemen­te sucederá porque no es adecuado, ni justo, ni racional, que el pernicioso ruido se prolongue en el tiempo. Y, por supuesto, es consciente de que los debates autorrefer­enciales ahuyentan al electorado.

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