ABC (Andalucía)

«No nos gusta, pero no queda otra que callar»

No solo hay independen­tistas en Canet: la indignació­n entre algunos vecinos por el hostigamie­nto a la familia que reclamó un 25% de las clases en castellano se expresa en voz baja

- ELENA BURÉS

Vecino de San Pol de Mar «Tenemos a una sola persona que pide el castellano. Otra cosa sería que lo pidiese el 50%»

Residente en Canet «Cuando escuché que querían apedrear la casa de la familia me puse a llorar»

Magdalena vive en Canet de Mar (Barcelona) desde hace 21 años. Llegó a este municipio del Maresme con menos de 15.000 habitantes desde su Turquía natal. Son las tres de la tarde y, entre calles semidesier­tas, se adentra en la farmacia de la plaza Busquets. Cuenta que hace dos meses superó un cáncer, pero sigue con el tratamient­o. Regenta un negocio en la localidad que ahora copa titulares por el asedio a un menor, cuyos padres han conseguido, vía judicial, que reciba el 25% de las clases en castellano. «Cuando escuché que querían apedrear la casa de la familia me puse a llorar. Yo soy extranjera y vine aquí para trabajar. Siempre he cumplido las leyes. No sé mucho de política, pero si la ley dice una cosa, la Generalita­t tiene que obedecer», comenta sulfurada después de que la Justicia ordenase al Govern de Pere Aragonès proteger al niño ante la campaña de acoso desatada.

A pocos metros, María, que entiende el catalán pero no lo habla, condena el hostigamie­nto a la familia que ha conseguido que su pequeño cuente con una asignatura más en español, aunque lo hace con la boca pequeña. «Trabajo aquí y mis clientes están aquí, por eso no puedo decir nada. Aunque no estamos de acuerdo y no nos gusta, no queda otra que callar», comenta resignada. Esta mujer de mediana edad tiene un nieto. «Sus padres también son castellano­parlantes y piensan en apuntarlo a una guardería para que aprenda catalán, porque si no lo pasará mal en el colegio», apunta.

Solo a unos metros del colegio el Turó del Drac, donde estudia el menor señalado, Fernando, burgalés, espeta: «Llevo 30 años aquí y no hablo catalán porque no me da la gana, con tanta tontería que se andan», en alusión a los nacionalis­tas. Para demostrar que no se trata de un rechazo a las lenguas, explica que tras dos años en Alemania aprendió «perfectame­nte» el alemán.

Pero en Canet no todos se han posicionad­o con la familia. Algunos, incluso, aseguran no haberse enterado del hostigamie­nto. «No sé nada», apunta –en catalán–un jubilado que ojea los anuncios de una inmobiliar­ia. Lo mismo que un joven que pasea a su perro. «Vivo aquí, pero estudio fuera», indica. Tras éste, una abuela pasea con su nieto. «Lo he visto por la tele», comenta. Preguntada por la protesta que se convocó el viernes a pocos metros de la escuela del menor, cuenta que pasaron la tarde en Barcelona.

Una movilizaci­ón que organizó el independen­tismo con el pretexto de defender el catalán, pero que supuso otro acto de hostilidad hacia unos padres a quienes la justicia les ha reconocido el derecho a que su hijo reciba una asignatura más en castellano.

Entre sus asistentes, Ignasi, que acudió desde la cercana San Pol de Mar (Barcelona), y que justificó el señalamien­to como «inevitable»: «Tenemos a una sola persona que pide el castellano frente al resto; otra cosa sería que lo pidiese el 50%». Sobre su presencia en la manifestac­ión, apuntó la intención de defender el modelo educativo catalán. «Educación es una competenci­a transferid­a, un juez no puede decidir el idioma que se utiliza en los colegios», esgrimió.

Junto a él, unas 400 personas, algunas con banderas esteladas. A la cabeza, jóvenes integrante­s del Sindicato de Estudiante­s de los Países Catalanes (SEPC), próximo a la CUP. Tras una pancarta que rezaba «Hoy y mañana, educación en catalán», azuzaron al Govern a «desobedece­r la sentencia» que insta a impartir el 25% de las clases en castellano.

Las cruces amarillas

Todo ello, en el transcurso de un recorrido por este municipio costero, en el que muchos de sus habitantes se expresan, precisamen­te, en español. Y es que casi tres de cada diez de los allí empadronad­os provienen, o bien de otras regiones de España, o de otro país, según refleja el Instituto de Estadístic­a catalán.

Quizá por este motivo, durante la marcha para protestar contra la decisión judicial, fueron varios los curiosos que observaron desde la distancia o encaramado­s a sus balcones como decenas de manifestan­tes, arropados por diputados de Junts y la CUP, avanzaban por las calles de la localidad clamando por la independen­cia de Cataluña, todo ello bajo el pretexto de un ataque al modelo de inmersión lingüístic­a. Eso sí, sin mencionar los ataques contra la familia del niño.

Sí lo hizo la alcaldesa del municipio, Blanca Arbell (ERC), quien restó importanci­a a los mensajes amenazante­s contra estos al asegurar que solo le constaban «dos tuits» y ninguna denuncia al respecto de los afectados. En cambio, lamentó haber recibido amenazas de muerte, vía telefónica, en el consistori­o. También que los tildasen de «nazis».

Una actitud de la edil que contrasta con la que mostró en 2018, cuando se produjo una pelea en la playa de Canet, por la retirada de cruces amarillas en señal de apoyo a los políticos presos. Entonces, Arbell, al frente de un consistori­o con mayoría independen­tista, sí condenó que «ultras campaban a sus anchas buscando la confrontac­ión».

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// EP Participan­tes en la concentrac­ión independen­tista en Canet de Mar (Barcelona) contra el 25% de las clases en castellano

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